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Sobre la salida de Popeye

Por: Andrés Preciado (@andrespreciado3)

Esta semana causó revuelo la salida de prisión de uno de los asesinos más sangrientos del extinto Cartel de Medellín. Se trata de Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, jefe de sicarios del capo Pablo Escobar. El revuelo se generó en la medida que muchos ciudadanos consideraron que un asesino que confesó cientos de asesinatos directos y la participación indirecta en cientos más, no puede andar por la calle como un ciudadano común y silvestre.

Más allá del caso mediático, el hecho nos debería llevar, de nuevo, a la discusión en torno a la crisis que vive el sistema penitenciario en nuestro país, que lejos de resocializar a los delincuentes, se ha convertido en un proceso engorroso y poco eficiente, al que por demás es fácil hacerle trampa, y que terminó siendo universidad y central de operaciones criminales.

En el pasado discurso de posesión presidencial, el presidente Juan Manuel Santos no hizo una sola alusión a esta bomba de tiempo por estallar que es el sistema penitenciario. Además de los conocidos diagnósticos sobre hacinamiento y condiciones infrahumanas de la población reclusa, tenemos que hablar de un secreto a voces en torno a la reincidencia desde el encierro, a la corrupción en el Inpec y a los cacicazgos de facto que renombrados criminales tienen dentro de los centros de reclusión.

Juzgar un caso desde lo supuestamente “impresentable en la sociedad” es sencillo, decir que Popeye es un peligro para la ciudadanía colombiana es paisaje. Ahora bien, tratar de devolverlo o aumentarle la pena a cualquier precio con tal de evitar su salida, como muchos proponían, no sólo es ilegal, sino que es poco ético y democrático. El problema real no es que Popeye saliera, el nudo del asunto está en que salió y a nadie le cabe duda que no está resocializado y que la función de cambio de la conducta criminal, atribuida como objetivo a la privación de la libertad, es un discurso a la bandera sólo sustentable en el papel de los libros de derecho penal.

Hay que atender con urgencia el sistema penitenciario, revisar las maneras en que se permite rebajar las penas, revisar también el populismo punitivo que ha desbalanceado la cantidad de años asignada a determinados delitos, dar la discusión en torno a la acumulación de casos, además en relación al límite de encarcelamiento en años. Pero también es necesario avanzar en un proceso de cultura ciudadana que tenga como premisa una verdad evidente: no todo el que está en la calle es un ciudadano ejemplar, así como no todo el que sale de la cárcel es un criminal que busca reincidir. En ambos casos las generalizaciones son perjudiciales.

Popeye puede ser el caso que motive el cambio, pero Popeye no es el problema central, es el sistema.

 

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