Por: JUAN FELIPE SUESCÚN (@jfsuescun)
Conocí un día después la noticia sobre la muerte de Gabriel García Márquez. Estaba en Río Cedro corregimiento de Moñitos, Córdoba en la costa atlántica. Ante el anuncio, mi primera reacción fue lamentar la imposibilidad de estar en contacto con los medios de comunicación para conocer más acerca de este acontecimiento. Sin embargo, una de las personas que se encontraba en la mesa, una cartagenera por demás, me hizo caer en la cuenta, que si bien no estaba al tanto de todas las noticias, el sólo hecho de enterarme del fallecimiento de Gabo en un lugar como ese, un pueblo olvidado de pescadores que en temporadas vive del turismo, un sitio casi macondiano ubicado frente a las aguas del mar caribe, en donde ni siquiera la prensa pude conseguir para seguir la noticia, cargaba de significado su muerte para mi.
Sobre mi relación con García Márquez lo primero que tengo que decir es que no he leído, y no me da pena decirlo, “Cien años de soledad”. A diferencia de muchos de mis compatriotas no he podido terminar de leer el libro, porque tengo que confesarlo, nunca me han gustado los libros largos, ni mucho menos los párrafos, muy largos.
Sí he hecho el intento de leerlo, pero no he podido pasar de sus primeras páginas. De hecho creo que la vez que más lejos he llegado fue con la ayuda de un audio libro narrado por el mismo Gabo que cautiva con su voz, en ese tono ronco como el de sus personajes macondianos, que lleva a los sitios donde se desarrollan las historias, reales pero maravillosas, que componen el “realismo mágico”.
Ahora bien, otros libros de Gabo son los que me han cautivado, desde el primer libro que leí, Doce cuentos peregrinos que me lo regaló mi padre, El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios, Memorias de mis putas tristes, Relato de un naufrago, Vivir para contarla, entre otros, como los artículos publicados en El Espectador, o sus textos cuando era propietario de la revista Cambio.
Volviendo al momento en el cual me enteré de la muerte de Gabo, ese mismo día precisamente en la mañana había leído un corto texto La patria amada aunque distante escrito para la Universidad de Antioquia en 2003, el cual cobra vigencia después de su muerte ahora que han salido tantas voces a reprochar su distancia con el país, y a criticar que parte de sus cenizas sean enterradas en México, y han incluso pedido que parte de éstas sean traídas a Colombia.
A propósito es pertinente recordar los motivos que tuvo para salir del país, en el artículo ¿Por qué García Márquez tuvo que asilarse en México?publicado en Las2orillas donde en palabras de Gabo se muestra como la expedición del Estatuto de Seguridad del presidente Julio Cesar Turbay lo forzó a salir del país en marzo de 1981 hacía México, ante la inminencia de una detención por sus presuntos vínculos con el M-19. (Artículo disponible en http://www.las2orillas.co/por-que-garcia-marquez-tuvo-que-asilarse-en-mexico/)
Por las razones que se exponen en el texto, y por todas las razones que haya tenido Gabo para vivir en México, respeto profundamente su decisión de morir y de ser enterrado allá.
Recuerdo entonces un fragmento de La patria amada aunque distante en el que Gabo describe perfectamente como los“colombianos que hoy viven en el exterior huyendo de las desgracias nativas sin más armas o escudos que su temeridad o su ingenio, han demostrado que (…) la virtud que nos salva es que no nos dejamos morir de hambre por obra y gracia de la imaginación creadora, porque hemos sabido ser faquires en la India, maestros de inglés en Nueva York o camelleros en el Sahara”.
Pues bien, los reclamos impertinentes a García Márquez después de muerto, por no hablar de los mensajes estúpidos como el de María Fernanda Cabal, son precisamente una forma de lo que Piedad Bonnett, refiriéndose a Cien años de soledad, llama el “olvido por decreto”, es decir, “la desmemoria, representada en la peste del olvido, como una enfermedad social nuestra” que le ha hecho olvidar al país las causas por las cuales Gabo se tuvo que ir y llegó a México, que lo acogió y le brindó, al igual que a muchos otros escritores colombianos, la posibilidad de desarrollarse literariamente, desde los tiempos de Porfirio Barbo Jacob, hasta Álvaro Mutis, ahora Gabo y por supuesto Fernando Vallejo.
Lamento la muerte de Gabo, pero no comparto los reclamos nacionalistas por su distancia con el país o por el lugar donde reposarán su cenizas, porque desconocen las razones que tuvo para irse, y la libertad de él y su familia para elegir su ultimo lugar de reposo, pues creo que de todas formas nunca estuvo alejado del país, ya que todos sus libros no dejan de estar relacionados con Colombia, su “patria amada aunque distante”.
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