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Santos y Uribe: irreconciliables

Por: Sergio Mesa (@sermeca)

Se quedó corta la periodista Vicky Dávila, periodista de La FM, con lo que escribió en su libro Enemigos: Santos y Uribe, porque más que cuentos y especulaciones de lo que puso ser la afrenta del uno hacia el otro, es más una forma de gobierno lo que los separa, y que tiene como punto crítico el conflicto armado y el proceso de paz. Cada uno lo ve de acuerdo a los réditos políticos que le da.

La forma como Santos comenzó a manejar el tema de la seguridad, desmontando paulatinamente el modelo de la Seguridad Democrática, que tanto lustre le dio a Uribe durante 8 años, fue apenas un ápice de lo que sería el rompimiento definitivo de relaciones entre los “compadres” de la política. Seamos honestos, el uno trabajó bajo la subordinación del otro porque necesitaba un árbol que le diera sombra, actuando como un parásito, alimentándose de la popularidad del mandatario de Salgar (Ant.).

Cada uno sacó provecho de lo que el otro podía ofrecerle.

Durante ocho años Uribe tuvo a su disposición el diario más influyente de Colombia, de la familia Santos, como es El Tiempo. Desde allí tuvieron tribuna José Obdulio Gaviria y Fernando Londoño Hoyos para defender las tesis del gobierno Uribe. Mientras tanto Santos fue acumulando imagen de ser el sanguinario ministro de defensa que lucha contra el terrorismo. Lo que uno leyó en Jaque al terror: los años horribles de las Farc es la declaración de guerra de un hombre que, si uno no fuera tan pragmático, creería que ve sangre en todos lados. Santos fingió ser el cancerbero de la seguridad para poder ascender en el poder. Se le montó a Uribe en los hombros sin que éste se diera cuenta.

Uribe le alimentó el ego a un aristócrata de la más rancia sociedad bogotana.

¿Y qué tiene Uribe? Popularidad y apoyo popular, el mismo que se ha venido a menos por las contradicciones y posiciones, que cada vez le restan la atención que en otros años convocaba de la ciudadanía. Uribe apenas si controla sus 39 parlamentarios en el Congreso de la República, los mismos que adoctrina para que hablen el mismo lenguaje, repitan como loros lo mismo que él piensa, porque ninguno de ellos puede ser políticamente incorrecto de palabra o pensamiento. Hasta a las ruedas de prensa asisten todos para apoyar lo que diga el jefe.

Todos los senadores del Centro Democrático siguen semana a semana el mismo libreto, con carteles alusivos a cualquier reclamo al gobierno, siguiendo la misma línea, como si fueran ventrílocuos. A eso le llaman disciplina. No. Es sumisión. Llegaron con los votos de una sola persona y deben someterse a las reglas.

A eso no le jugó Santos, que terminó por traicionar a su antiguo jefe. Santos no se dejó adoctrinar de Uribe. Por eso fingió mientras fue ministro de defensa.

Mientas que en el CD hay disciplina en la Unidad Nacional hay intereses. Allí es el que más puje por sacar burocracia. Al Partido Liberal, Conservador, Cambio Radical y de la U no les interesa seguir modelos, sino saciar su poder. Santos les da gusto y les tira dos o tres reses para que se maten por ellas. ¿Lo mismo no hizo Uribe con la reelección? ¿Acaso no hubo repartija y lechona?

Santos y Uribe son de la misma clase política y con los mismos intereses. Se diferencian en que mientras el uno va a veranear a su finca de El Ubérrimo, en Córdoba, el otro va a Anapoima, a la hacienda presidencial, donde también pasó días de descanso su abuelo Eduardo Santos y sus tíos, hombres influyentes que pusieron a tambalear presidentes.

El país debe prepararse para seguir viendo el espectáculo del ‘tuiterazo’, los ‘retuiteos’ y las respuestas de la horda uribista, que en cada columna de Daniel Coronell salen de la caverna. Siquiera tienen emisora: La hora de la verdad para que puedan reflexionar ampliamente sobre el país que sueñan.

Mientras tanto Alejandro Ordóñez, Procurador General, resucita y retoma el vuelo, ahora que tiene agenda compartida con el uribismo para atacar el proceso de paz. Ese es el defensor de los derechos del pueblo.

Nada está consumado, apenas se abren el telón del show de la democracia.

 

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