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¿Por qué voté por Santos?

Por: JUAN FELIPE SUESCÚN (@jfsuescun)

Antes del día de elecciones muchas personas invitan a votar por uno u otro candidato, pero después de las elecciones las personas que votaron por el candidato perdedor cuestionan el proceso electoral que ellos mismos legitimaron: “Que decepción este país”, “Esto es una vergüenza nacional”, “Se van a arrepentir de haber entregado el país al ‘castrochavismo’”, “Ya verán dentro de 4 años cuando estemos importando alimentos”, entre muchos eufemismos que lanzan aireados como malos perdedores, más aun, quien lo creyera, que el mismo Zuluaga, pero no menos que Uribe, eso sí es imposible.

Pues bien, aunque la elección de Juan Manuel Santos es el resultado de los casi 8 millones de personas que votamos por él, le recuerdo a los “uribistas”, que su elección también recae sobre los otros casi 7 millones que votaron por Zuluaga, y los más de 600 mil que votaron en blanco, que con su voto legitimaron este proceso electoral.

En varias columnas anteriores expresé el por qué iba a votar por Enrique Peñalosa en primera vuelta y por qué lo iba a hacer por Juan Manuel Santos en la segunda. En la primera tuve la oportunidad de elegir entre cinco candidatos que representaban el espectro político del país, desde la izquierda hasta la extrema derecha, y decidí por una de las dos personas que más se acercaba a mis preferencias.

Ahora bien, para la segunda vuelta las cosas fueron diferentes y desafortunadamente no pude elegir a la persona que más se acercara a mis preferencias, sino la que menos se alejara de ellas.

Voté por Juan Manuel Santos no como la mejor opción para el país, sino como la menos mala entre él y Oscar Iván Zuluaga. En otras palabras, yo no voté “a favor de” Juan Manuel Santos, yo voté “en contra de” Álvaro Uribe Vélez. Es lamentable, lo sé, pero esa es la realidad política del país, lo vimos en Medellín en las elecciones anteriores, y desafortunadamente es la realidad a la que se enfrenta la mayoría de municipios y departamentos del país, tener que elegir la opción menos inconveniente.

No comparto la forma de hacer política de Uribe, con su mermelada, igual o peor que la de Santos, con su corrupción rampante en todos los niveles del Estado, con las ineptitud de sus ministros, con sus escándalos, con la forma de espiar a los organismos de control, por la forma de comprar el cambio del “articulito” para facilitar su reelección, por la forma de mostrar resultados a través de los falsos positivos, y un largo etc. Tampoco comparto las ideas de Uribe, primero porque reconozco la existencia del conflicto armado en Colombia, porque no creo que la guerra sea la única forma de terminar con tantos años de violencia, porque creo que la lucha contra el narcotráfico es una causa perdida, porque creo en el matrimonio igualitario, en el aborto, incluso más allá de los tres casos permitidos por la Corte, y un largo etc.

Voté por Juan Manuel Santos porque era una opción, que si bien se encontraba lejana de mis preferencias, en algunas se acercaba a ellas. En Santos reconozco un presidente respetuoso de las instituciones, garantistas de los derechos de la oposición, conciliador con los países vecinos, respetuoso frente a sus contradictores, impulsó la ley de restitución de tierras, la reparación a las victimas, el cambio en la política de drogas, el manejo de la economía, entre otros temas.

Punto aparte merece el proceso de paz, una posibilidad “diferente” de alcanzar la firma de un acuerdo de paz con las Farc y el ELN, que si bien, como muchos han dicho no garantiza la paz, constituye un paso muy importante en aras de empezar un camino para buscar una sociedad diferente a la de las últimas décadas.

Con esto no desconozco esas otras cosas que me alejan de Santos, como la distribución de la mermelada, el apoyo de paramilitares como lo ha denunciado Claudia López, o de personajes aun más nefastos como Luis Pérez, el exalcalde de Medellín, entre muchos “sapos” que nos tocó tragarnos a los que votamos por Santos.

Al final queda un sabor agridulce, por un lado es agrio tener que votar por alguien que no me representa, y más aun hacerlo en contra de otra persona, pero es dulce el sabor de la victoria, de saber que ganó el candidato por el cual voté, y que representa una luz de esperanza, lejana tal vez, pero una luz al final del túnel, es decir, algo nuevo, diferente ¿bueno o malo? No sé, habrá que ver.

Por ahora prefiero tener la esperanza puesta en esa pequeña luz, en algo diferente a lo qué han vivido muchas generaciones en este país hasta ahora, y no quedarme en el fondo de ese circulo vicioso de la guerra donde solo habita el miedo y la promesa de acabar la guerra con más guerra.

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