Por: Daniel Montoya (@D_nielMontoya)
Mientras esperaba para abordar el avión que me llevaría a Beijing, dos libros me acompañaban a la mano, uno era un diccionario de Mandarín y el otro era Cuentos Chinos de Andrés Oppenheimer. Era junio del 2010 e iba a hacer mi pasantía universitaria en China. Estaba viviendo un sueño, era la primera vez que iba vivir por fuera de mi casa y en el país donde estaban puestos los ojos del Mundo.
Unos meses antes, cuando me confirmaron que había sido escogido como practicante en la oficina de Proexport China, compré varios libros que me ayudaran a preparar esta nueva experiencia; confieso que tenía miedo, China era un país misterioso y lejano del cual solo sabía generalidades, hace 30 años era una de las economías más pobres del mundo y ahora era la segunda potencia mundial, mayor consumidor de materias primas del mundo y el motor de crecimiento de las economías emergentes, pero no sabía ni cómo ni cuándo había pasado tal transformación económica que llamaban el Milagro Chino.
Por eso el libro de Oppenheimer resonó tanto dentro de mí cuando lo leí. Con su buena pluma, este periodista argentino narraba un viaje por China, Irlanda, Polonia y República Checa y contaba cómo estas economías habían pasado de la pobreza a la prosperidad. Uno de los puntos centrales de Oppenheimer era la comparación con los principales países de América Latina y criticaba su modelo desincentivador de la innovación.
Después, a los pocos días de mi llegada a China, tuve la oportunidad de conocer al ex Ministro de Comercio colombiano Luis Guillermo Plata, un hombre brillante y la mente detrás del Plan de Transformación Productiva (PTP) del gobierno colombiano, aún en marcha, que pretende migrar la economía colombiana hacia la industrialización. Plata tenía especial afecto y admiración por las economías asiáticas y nos encargó una investigación comparativa entre Colombia y varias de ellas, de las cuales recuerdo Corea del Sur, Malasia, China, Tailandia y Singapur, durante los últimos 30 años. El resultado era que Colombia había sido más rica y luego sobrepasada por todas estas economías.
Así como Oppenheimer, el ex Ministro Plata quería dar con la llave de la transformación hacia una economía desarrollada. Unos meses después Plata publicó un libro donde contaba en detalle el PTP, la importancia del libre comercio y la innovación para que Colombia saliera de su atraso. Una parte importante era la comparación en años recientes de algunas economías asiáticas con Colombia para trazar la hoja de ruta. En ese entonces yo apenas empezaba mi carrera profesional y no veía los errores evidentes de esta aproximación.
La comparación de economías asiáticas con economías latinoamericanas durante el siglo XX, similar a las de Oppenheimer y Plata, es equivocada. Teniendo en cuenta que la civilización china, por ejemplo, tiene más de 5.000 años de desarrollo ininterrumpido, tomar solo los últimos 100 (o 30) años para analizarla es un error metodológico. Antes de que existiera el concepto moderno de estado-nación (siglo XIX), a lo largo de la historia los grupos humanos que habitaban el territorio conocido como China, tuvieron diferentes etapas de prosperidad y decadencia que coinciden con épocas de unión y fragmentación territorial, y justo entre 1839 y 1949 es el periodo conocido como el Siglo de la humillación.
Contrario a este periodo, en su historia China tuvo épocas de gran prosperidad y dominio absoluto sobre sus vecinos, no en vano inventaron el papel, la impresión, la pólvora y el compás, entre muchos otros inventos. Corea del Sur y Japón, por nombrar otros casos, también tuvieron épocas de prosperidad, unidad territorial y comercio de ultramar, así que comparar las economías de América Latina con Asia tomando solamente los últimos 100 años para encontrar los factores de éxito es un gran error, mucho más si sobre esto se basan los gobiernos latinoamericanos para diseñar sus políticas.
Entonces, ¿por qué prosperan los países? ¿Cómo pasa una economía pobre, como la China, hacia una economía prospera e innovadora? ¿Cómo pueden los países latinoamericanos salir de su atraso?
El primer factor de prosperidad es la unidad territorial. Como mencioné anteriormente, las etapas de prosperidad en China, Corea del Sur y Japón, vino cuando había mayor consolidación del territorio; cualquiera que fuese su gobernante, el crecimiento económico sobrevino cuando había institucionalidad e imperio de la ley. Durante el gobierno de Mao Zedong, China vivió uno de los periodos más violentos y controversiales de su historia, la Gran Revolución Cultural. Con la idea de que el proletariado era la única clase desinteresada e idónea para gobernar, se asesinaron millones de personas, incluidos opositores, y se concentró el poder aún más en el Partido Comunista Chino (PCC).
Esta situación fue capitalizada por Deng Xiaoping en 1981 cuando utilizó su poder para implementar reformas profundas al modelo económico sin encontrar oposición, y sentar las bases de la China moderna, algo imposible sin la purga liderada realizada por Mao y la consecuente concentración poder.
Después de la consolidación territorial sigue fundar instituciones inclusivas que permitan el acceso a capital, protección institucional y patentes, como explican Daaron Acemoglu y James Robinson en su libro Por Qué Fracasan los Países. En esta etapa se encuentra China pues la corrupción endémica de sus funcionarios ha creado una élite que se beneficia de las instituciones y aleja a las masas de la prosperidad económica, amplía la brecha entre ricos y pobres, erosiona la legitimidad del gobierno y pone en riesgo su sostenibilidad a largo plazo.
Para el caso de los países de América Latina, la ruta es clara: el primer objetivo es consolidar control sobre su territorio, en este sentido la Fuerza Pública es determinante debido a la geografía accidentada de la mayoría de sus países y la diversidad cultural dentro de ellos. Esto no quiere decir una dictadura militar en ningún sentido, sino la cohesión social y territorial a través de llevar el imperio de la ley y la institucionalidad a todo el territorio seguido por construir un sistema que garantice acceso a capital, educación y protección de patentes a cualquier ciudadano. Solo así llegaremos a sociedades innovadoras y prósperas.
Ésta y otras columnas puede leerlas en Bajo La Manga (www.bajolamanga.co)