Por: ALEJANDRO GAMBOA (@dalejogamboa)
Esta semana que pasó tuve la oportunidad de conocer unas personas maravillosas, líderes y lideresas víctimas del conflicto armado que son mujeres lesbianas, hombres gays, hombres y mujeres bisexuales, y hombres y mujeres trans que representan 14 departamentos de Colombia. Ellos y ellas, víctimas del conflicto armado, se han reconocido dentro de su trabajo social por las víctimas y han ocupado un espacio de representación al que tienen derecho todas las personas LGBTI en las mesas municipales, departamentales y nacional de participación de víctimas. Han dejado claro una cosa, las personas LGBTI también han sido víctimas del conflicto armado.
Ellas y ellos, son reconocidos como víctimas en el marco de la ley 1448 de 2011 por medio de la cual el Estado colombiano ha venido adelantando ingentes esfuerzos por construir un proceso de reparación a las víctimas. De su aplicación surgen, sin embargo, miles de preguntas cada día, muestra de la enorme complejidad, pero también de la evidente llegada de la confrontación bélica de distintos actores, a todas las capas de la sociedad.
Sin duda, queda claro que en la guerra está expuesto lo peor de nosotros, se maximizan esas cosas que como sociedad negamos, nuestro más interno racismo y desprecio por nuestras comunidades indígenas y afro, desconociendo su autoridad y autonomía. La aniquilación de la protesta sindical y sus apuestas políticas y sociales. La manifestación del sexismo y la cultura patriarcal, procurando mantener el orden sexual y también de roles sociales según el género, ejerciendo violencia directa sobre las mujeres y basados en los mismos prejuicios, desarrollando una profunda homofobia y transfobia llevada al plano de la aniquilación física y la expulsión.
En resumen, la guerra expone nuestra incapacidad como sociedad de construir respeto por la diferencia. De la manera más brutal nos las hemos arreglado para dejar claro que la diferencia es algo que en general consideramos negativo. El desprecio de la diferencia es en el fondo, además de un interés económico en la droga y la propiedad de la tierra, lo que da sustento al conflicto y a su vez la consecuencia más directa.
Entonces, en medio de todo ese contexto, surge la inquietud de cómo pueden las personas LGBTI, construir un proceso de reparación colectiva, ¿pueden acaso constituirse en sujetos de reparación colectiva? Se abre el debate y quedan sustentaciones como las que adelanto.
El proceso de violencia vivido por las personas LGBTI en el marco del conflicto armado tiene características comunes, no solo la base de irrespeto a la diferencia, sino la idea de control del cuerpo, que significa y puede hacer un hombre o una mujer, coacción a la libertad de expresión. Hay, por ejemplo, una prevalencia mayor de violencia sexual entre las personas LGBTI que se han reconocido como víctimas en el marco de la ley 1448 de 2011. También se limitó y se aplicó de manera restringida la protección por parte de los actores del Estado.
Todos estos hechos demuestran un asunto general, algo que hace parte de la matriz de la sociedad y que en la búsqueda de la ley de víctimas de unas garantías de no repetición requieren pensar un proceso de reparación colectiva que cubra las garantías para las personas LGBTI, que las visibilice como sujetos de derechos reconocidos por el Estado.
En esa lista de cosas, una ley de identidad de género que atienda a las necesidades de las mujeres y hombres trans, una ley que reconozca el matrimonio civil y la adopción por parejas del mismo sexo resultan fundamentales, no negociables. No puede el país construir un proceso de reparación y decir que las personas LGBTI somos sujetos de derechos y a la vez negárnoslos. Este país tiene que construir reparación y garantías de no repetición no solo en el discurso, también en el tejido normativo, todo esto debe hacerse en el marco de una política pública nacional que ataque directamente la discriminación a las personas LGBTI con un serio enfoque de transformación cultural que toque también la educación sexual y de género, para que desde jóvenes podamos reconocernos como ciudadanos y ciudadanas y no como aquello que amerita ser escondido y repudiado hasta el punto que merezcamos la aniquilación cotidiana.
En el fondo, confío que estos líderes y lideresas se multiplicarán por todo el país y tomarán la voz de este proceso de reparación colectiva más que justificado y pasarán a convertirse en la punta de lanza de este proceso en el que las personas LGBTI reclamamos permanentemente una ciudadanía plena.
A los 14 que conocí, de departamentos tan distintos como Guainía y Guajira, o Antioquia y Nariño, de distintos puntos del país, les agradezco su apertura para escucharme y su valentía por asumir estas banderas.
Esta y otras columnas podrá leerlas en www.bajolamanga.co (@bajo_lamanga)