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Papel Moneda Macondo

Por: Luis Gabriel Merino (@luisgabrielmeri)

Aunque no niego las posibles buenas intenciones que pueda tener el representante Antenor Durán en la ponencia presentada ante la Cámara de Representantes, que busca imprimir la imagen del Nóbel Aracateño en próximos billetes, no me gustaría ver la cara de García Márquez en papel moneda. Y no me gustaría, no por motivos políticos como podrían pensar algunos Representantes que firmemente creen que el Nóbel anda de parranda en los predios de Lucifer gracias a sus amistades socialistas, sino porque creo que la literatura jamás se disfrutará por decreto.

Que la cara del escritor esté en los billetes o en las monedas no aumentará el interés de las nuevas generaciones para leerlo, de igual forma como no creo que existan más lectores de María porque Jorge Isaacs nos saluda a diario desde el billete de 50 mil, o se haya generado un mayor interés por conocer la vida de Julio Garavito y su cráter en la Luna desde que aparece en el de 20 mil.

El Banco de la República debería continuar con la tradición política. La cara erguida de Galán y su brazo arriba, por ejemplo, como símbolo nostálgico de lo que pudo haber sido y no fue en el marco de la lucha contra el narcotráfico, o López Pumarejo y sus gafitas circulares, como símbolo de los comienzos de la modernización del Estado y de la promoción de los derechos. Aunque la labor del escritor es vital para el imaginario de una sociedad, un escritor sólo no construye Estado de la misma forma como lo logran los políticos. Por la misma razón me parecería extraña la cara de Hemingway en un futuro billete de 200 dólares, o la de Borges en un futuro billetes de 200 pesos argentinos.

En literatura la sobre exposición es un riesgo con resultados contraproducentes. Es indudable la fascinación que producen buenos autores con poco éxito publicitario inicial, Andrés Caicedo y Fernando González por ejemplo. Es posible que las nuevas generaciones tengan serios prejuicios antes de leer autores marca, pues ya existe una idea construida tanto del autor y de su obra a partir de miles de imágenes diarias inconexas, que más que acercar, pueden dar la sensación de repelo por hastío. Claramente ya sucede con Cervantes: citado y recitado pero muy pocas veces realmente leído. Cada vez que se utilizan mariposas amarillas para hacer referencia a García Márquez me pregunto si se sabe quién es Mauricio Babilonia.

Escribió el Nóbel en su columna La Jirafa, en 1950, refiriéndose a la fama que tendría que afrontar su escritor preferido, William Faulkner, después de habérsele otorgado el premio de la Academia Sueca: “¿Será posible que no exista un recurso para aliviar la desapacible sensación de inconformidad que produce el hecho de ver a uno de los autores más significativos de todos los tiempos asándose en el mismo horno en que han puesto a dorar tantos panecillos de sobremesa?”. Me niego a ver como García Márquez va terminando poco a poco en panecillo manoseado de sobremesa.

Entre paréntesis: hace un par de años en una reunión en West Miami con una familia amiga de exiliados cubanos (el mismo barrio que vio crecer a Marco Rubio) llegué con una camiseta que tenía el logo de la marca “Converse”, camisa negra y estrella roja en el centro. El abuelo me miró con odio y me llamó aparte para que le explicara cómo me atrevía a usar tan tranquilamente un símbolo que les había causado tanto dolor. Se refería a la estrella del movimiento 26 de julio. Tuve que explicarle que no estaba vinculado con ninguna célula pro-Castrista, y que además mi barba era elección personal. Celebro completamente la apertura a Cuba, pero es importante saber que la reconciliación tampoco se hace por decreto, sino que exige un trabajo juicioso y a largo plazo sobre los símbolos que nos hemos encargado de llenar con odio. Y vale para nuestro postconflicto igualmente.

 

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