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No tenemos que elegir el mal menor

Por: ANDRÉS PRECIADO (@andrespreciado3)

En estos días previos a la elección presidencial en segunda vuelta entre Santos y Zuluaga, nos están vendiendo 3 ideas que me parecen perjudiciales y contra las que quiero dedicar alguna perorata muy personal.

La primera de las ideas que nos venden, o nos tratan de vender las campañas políticas, es que estamos en un país polarizado. Nada más alejado de la realidad, esta es una elección entre uribistas de hoy y uribistas de ayer, al final de la misma corriente de derecha, con algunas diferencias no muy marcadas entre candidato y candidato en cuanto al perfil ideológico. En conclusión no estamos eligiendo entre dos modelos de país y dos proyectos de sociedad, es el mismo con algunas particularidades.

Por eso resulta ilógica la diferencia creada en torno al proceso de negociación con las FARC, si se le mira con detalle es claro que ambos lo van a continuar, con una modificación en la forma que en realidad llegará a ser menor por parte del candidato del Centro Democrático. Para Zuluaga el proceso de paz es un mango maduro muy suculento como para no devorar, en especial porque no tiene que asumir el costo político que implicaba la instalación del proceso y los casi dos años de avance sin noticias claras, ahora él está en la mejor posición pues es evidente que a las negociaciones le queda en realidad poco tiempo.

La segunda mentira que nos están tratando de meter en la cabeza por todos los medios es la necesidad de elegir entre uno u otro de los contrincantes en contienda política. Con argumentos de honestidad política y responsabilidad cívica llaman a tomar partido por alguna tolda y a respaldarla con ahínco, incluso se habla de votar en contra o elegir el mal menor para no sufrir remordimientos morales a la hora de marcar en el tarjetón la casilla de un candidato.

Ante esta situación mi respuesta es no, no estamos obligados a elegir, no es una condición para ser buen ciudadano depositar un voto desengañado por una persona que no convence o hacer una evaluación de cuál de los dos sería el Presidente menos malo y en un fingido escenario de elección racional votar por aquél que resulto no ser tan perverso. Tan ciudadano es el que vota por un candidato, por la razón que sea, como el que decide no ir a votar (60% en la primera vuelta) o votar en blanco.

Justamente el voto en blanco y sus consecuencias son la tercera mentira a la que me quiero oponer. Decir que el voto en blanco no tiene efectos o que es políticamente irresponsable con el futuro del país, como algunos señalan, es un atentado a lo más básico del fundamento del derecho al voto universal. La consideración del votante como un instrumento del sistema que genera representación acaba con los cimientos primigenios de la democracia, con la posibilidad de elección, y en esa posibilidad la existencia del derecho ciudadano de decir que no se ve representado en ningún candidato y que por tanto, dentro del sistema, expresa su descontento votando en blanco, lo que claramente es más democrático que simplemente no votar.

Los afectos a campañas se han dedicado a fustigar a los que libremente manifiestan su deseo de votar en blanco con el facilista “eso no sirve para nada” pero poco se preocupan por convencer a más de la mitad del potencial de sufragantes que deciden no votar, olvidando además que aquel que decide votar en blanco tiene un argumento muy fuerte para prosperar en su decisión: el domingo luego de votar marchará liviano a su casa, sin ningún remordimiento y con su conciencia tranquila.

 

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