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Los límites de la tolerancia

Por: Felipe Murillo Carvajal (@felipemurilloc)

Una de las cosas que más me impactó al momento de realizar esta columna fue el hecho de que no podía titularla bajo calificativos como: “Colombia conmocionada por asesinato de cuatro menores”; “colombianos espantados por cruel masacre”; “La sociedad colombiana rechaza abismal crimen contra menores en Caquetá”.
Comienzo de esta manera porque el grueso de la población colombiana ni está conmocionada, ni espantada, ni rechaza lo ocurrido en la capital del Caquetá. Es más, la gran mayoría ni se ha enterado de tan cruento acontecimiento que debería conmocionar a la población. Es tan válido preguntarse: ¿qué ocurre en una sociedad que asesina a sus niños?, como ¿qué hace que una sociedad no repudie y rechace de manera tajante tan abominable acontecimiento? El propósito de este texto es introducir una respuesta de índole interpretativa al segundo cuestionamiento, pero antes, se hace tristemente necesario contextualizar al lector sobre lo ocurrido:

El jueves cinco de febrero, en el departamento del Caquetá, ocurrió una tragedia donde fueron asesinados cuatro hermanos menores de edad y un quinto logró sobrevivir. En una pequeña casa en la vereda El Cóndordel municipio de Florencia, ingresaron dos hombres armados preguntando, según declaraciones de testigos, por los padres de los niños. Al no encontrarlos, arremetieron contra los menores impactándolos con arma de fuego en la cabeza, causándoles la muerte. El quinto menor, impactado en su pecho, logró sobrevivir y se encuentra fuera de peligro médico.

Se torna en un imposible explicar por qué el hombre se comporta de una determinada manera. Lo único que se puede hacer, es otorgar una interpretación que nos aproxime a comprender (no explicar) el por qué el hombre realiza determinadas acciones. Retomemos la pregunta: ¿qué hace que una sociedad no repudie y rechace de manera tajante tan abominable acontecimiento?

Antanas Mockus, y demás estudiosos de la cultura ciudadana, argumentan que para cambiar la convivencia y fomentar el cumplimiento de las normas, las variables de autorregulación social y mutua regulación interpersonal, son imprescindibles. Es decir, tener la capacidad de regular nuestro comportamiento por convicción propia y que el otro abogue por hacernos cumplir la norma en pos de beneficiar la vida en grupo. Diríamos que la primera variable se ubica en un plano individual y la segunda en la necesidad de la sociedad de sancionar, por vías pacíficas, un comportamiento que entorpece la convivencia.

En Colombia no se practica ni lo uno ni lo otro. El criminal no autorregula su comportamiento y el colombiano no rechaza ni se levanta en contra de dicha acción. Haciendo alusión conceptual a Weber, los motivos que llevan a actuar a muchos de los colombianos son de naturaleza práctica, es decir, una racionalidad adaptada a las circunstancias presentes donde el sujeto actúa guiado en miras a su propio beneficio: por el egoísmo. En nuestro paísno no han existido, o son realmente pocos, los esfuerzos para fortalecer la convivencia y el cumplimiento de las normas por las dos vías anteriormente mencionadas. Ni el hecho más atroz es capaz de mover a una sociedad que se ha acostumbrado a la muerte.

Repito la pregunta central de este texto: ¿por qué el colombiano se queda impávido ante una catástrofe de tal grado? Complemento mi respuesta apoyándome de nuevo en el académico que encabeza la organización de la Marcha por la Vida del próximo ocho de marzo:

Existen tres sistemas reguladores del comportamiento del hombre: el legal, el moral y el cultural. En Colombia, el cultural es aquel que más resalta y el que permite vislumbrar mayores dificultades. A lo que apunta toda institución, involucrando aquí al Estado, es que estos tres sistemas guarden concordancia y actúen de manera armónica; esto para establecer mayor orden y coherencia entre ellos. Lastimosamente, el sistema cultural es mucho más fuerte y evidente en Colombia y socava al legal. La constitución contiene una gran cantidad de artículos que reglamentan qué no está permitido, pero aún bajo estos señalamientos en la carta magna, el colombiano actúa guiado por el sistema cultural, golpeado fuertemente por fenómenos como la violencia, el narcotráfico y la corrupción, dejando en un segundo plano a la ley. De esta manera, pueden llevarse a cabo un sinnúmero de modificaciones a las leyes vigentes y todo será en vano, porque la principal problemática colombiana no se encuentra en el marco legal sino en el cultural que lo traslapa.

Nuestra cultura ha sido tan fuertemente permeada por fenómenos tan problemáticos e impactantes como los ya mencionados, que estamos llegando a tolerar hasta los hechos más atroces. Modificamos nuestra constitución a diestra y siniestra creyendo que allí radica el problema, e ignoramos que el verdadero cambio debe darse en nuestras creencias y nuestras costumbres. Nos aferramos a la errónea idea de que el derecho subyace a la ética cuando realmente Habermas nos ha argumentado que ocurre todo lo contrario. Nos convertimos en una sociedad que ha tolerado a tal grado la violencia que ésta se nos ha hecho costumbre.

 

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