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Los conductores pecadores

Por: JUAN FELIPE SUESCÚN (@jfsuescun)

A raíz de los accidentes automovilísticos, que se han hecho más evidentes en los últimos años gracias a la difusión hecha por los medios de comunicación, el presidente Juan Manuel Santos sancionó en días pasados la ley que impone severas multas a quienes conduzcan en estado de embriaguez.

De acuerdo con la nueva ley, las sanciones varían según el grado de alcoholemia del conductor, y el número de veces que haya reincidido. Las sanciones van desde 1 millón 700 mil pesos, hasta 28 millones de pesos.

Es importante reconocer el objetivo de la ley que busca controlar el número de accidentes causados por conductores en estado de embriaguez. Sin embargo, es necesario revisar la forma cómo el Estado pretende enfrentar este problema.

Me parece adecuado que una persona que de forma reincidente conduzca en estado de embriaguez, y cuyo nivel de alcoholemia sea superior a grado tres, reciba como sanción una multa de hasta 28.296.000 pesos, que pueda perder su licencia de conducción, le inmovilicen el vehículo hasta por 30 días, y deba prestar hasta 90 horas de trabajo comunitario.

Sin embargo, una de las novedades de la ley es la inclusión de la facultad para castigar el grado cero de alcoholemia. Si señores: el grado ¡cero! (0). En ese sentido ¿es justo que una persona cuyo nivel de alcoholemia marcó grado cero por primera vez, es decir, que se tomó una cerveza o una copa de vino en el almuerzo o la comida, reciba como sanción una multa de hasta 3.537.000 pesos, le suspendan la licencia hasta por 3 años, le inmovilicen el vehículo hasta por 3 días, y, para acabar de ajustar, deba prestar hasta 30 horas de trabajo comunitario?

Cabe anotar que estas sanciones, en general, son cuatro veces mayor que las que contempla la normatividad en Alemania y más de veinte la estipulada en la legislación española.

No hay evidencia científica que demuestre que una concentración menor a 0,3 g de alcohol por litro de sangre constituye un riesgo para el desempeño adecuado de un conductor. Se requieren pruebas complejas, que no es posible realizar a media noche en la calle, para detectar cambios cognitivos atribuibles precisamente al grado cero de alcoholemia.

Es probable que una persona bajo los efectos de un sedante o con insomnio sea más peligrosa que alguien conduciendo con una o dos cervezas en la cabeza. Se alega, no obstante, que al castigar el grado cero se cumple con una función disuasiva. Sin embargo, como dijo Klaus Ziegler recientemente en El Espectador, con la misma lógica podría desestimularse el porte de armas castigando con multas millonarias a cualquier transeúnte que lleve un objeto cortopunzante entre sus pertenencias, incluyendo sacapuntas y cortauñas.

Vivimos una época considerada la más segura que ha experimentado la humanidad. De hecho, somos más saludables y tenemos una expectativa de vida mayor que la de nuestros padres. Sin embargo, a falta de riesgos reales nos inventamos otros a nuestro alrededor, y con frecuencia totalmente fantasiosos, en la búsqueda colectiva de un “modo de vida correcto”, fundamentado principalmente en ideales narcisistas del bienestar, que han llegado a orientar la vida de la gente, como lo hacen las religiones.

Es paradójico que la modernidad, que cuestionó el dogma religioso y liberó al hombre de la superstición, creara simultáneamente nuevos mecanismos para dominarlo desde el Estado, y controlar entre otros, sus malos hábitos, a través de conceptos como salud pública, higiene o la vida saludable, que a través de la historia han derivado, incluso, en la búsqueda de una “pureza racial”.

Reconozco que en la ley sancionada recientemente por el presidente, y en leyes similares, hay un interés legítimo por parte del Estado de controlar el riesgo en la vida de la gente. Sin embargo, el riesgo en la actualidad es un concepto moralizado, un equivalente secular del pecado. En este sentido, una persona que corre un riesgo no sólo es arriesgado, es un pecador, como los son ahora los conductores que se tomaron una copa de vino con su pareja, o una cerveza con un amigo.

La satanización de quienes corren riesgos va en contra vía de algunas fuerzas que han constituido las condiciones de posibilidad de nuestra evolución. Hemos alcanzado nuestro nivel de civilización porque nuestros antepasados fueron arriesgados en diferentes etapas de la vida para adaptarse a su entorno, y muchos de los avances de la humanidad se los debemos a personas que en su momento fueron consideradas pecadoras.

No quiero decir con esto que un conductor que se haya tomado una cerveza o una copa de vino sea un mártir, pero no representa un riesgo comprobado científicamente para la sociedad, es decir, no es un pecador que merezca una sanción por conducir bajo el grado cero de alcohol.

 

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