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Las putas de la política

Estudié Ciencia Política en la Universidad Nacional por la necesidad de encontrar mi lugar en el mundo, es decir, por encontrarle sentido a mi existencia individual en el marco de la realidad social como zoonpolitikon que soy.

Me interesaba conocer la política como sistema de relaciones que a partir de la voluntad de poder de sus integrantes, en el sentido propuesto por Nietzsche, determina el devenir de la sociedad.

Además de este argumento trascendental, también tenía cierto interés “banal” por conocer el manejo de la política electoral, una característica fundamental de la democracia, que se ha reducido desafortunadamente, al marketing político, el cual había seguido con dedicación desde que tengo uso de razón.

En el desarrollo de mis estudios encontré obviamente que la política rebasa estos dos aspectos y se extiende a otros más complejos y por supuesto, a otros más abyectos.

Antes, durante y después de cursar mi pregrado, participé en varias campañas políticas a nivel local, regional y nacional, casi todas triunfadoras por lo demás.

Este camino me llevó a trabajar en el sector público del cual me retiré hace un par de años por motivos personales frente a mi desarrollo profesional, más que por el ejercicio de lo público en si, el cual tiene tantos bemoles como cualquier otro.

Ahora, desde afuera veo la política con otro ojos, no porque haya perdido el interés por ella, ya que éste sigue vivo, sino porque este tiempo me ha permitido analizarla de otra manera.

La política se vive con intensidad, quizá como ninguna otra actividad ya que ésta compromete, como lo decía al principio, nuestra esencia como seres individuales y sociales, es decir, configura nuestra existencia como seres humanos.

En esta condición cosmogónica de la política se sustenta esa frase que, gústenos o no, dice que la política siempre existirá, y los políticos siempre tomarán las decisiones más importante de la sociedad.

Sin embargo, la época electoral que comienza esta semana en Colombia evidencia cómo es la política en realidad, como una voluntad de poder para buscar el beneficio individual en el corto plazo, y no para buscar el bienestar colectivo en el largo plazo.

Alianzas entre sectores antagónicos, avales a personas relacionadas con criminales, pactos oscuros, dinero debajo de la mesa, compra de votos, trashumancia, etc. son solo algunos ejemplos de la podredumbre a la que estamos acostumbrados los colombianos en época electoral.

Nietzsche decía que “puede que la política se nos antoje, un día, tan vulgar que la describamos, junto con la prensa partidista, bajo el rótulo ‘prostitución del intelecto’”.

Ese día ha llegado mi querido Friedrich, pero en esta república bananera, muy lejos de tus tierras.

El prostíbulo se llama Colombia y las meretrices son los candidatos que se venden, o incluso compran el polvo, perdón, el voto.

Hay putas para todos los gustos que posan según el color de su vestido. Las hay azul oscuro y azul clarito, rojas, amarillas, verdes, azul y rojo, y hasta multicolores, y por supuesto, cada una manejada por su respectivo proxeneta, llámese Martha Lucía Ramírez, Álvaro Uribe, Horacio Serpa, Clara López, Carlos Ramón González,German Vargas Lleras, Roy Barreras, etc.

Ya decía un periodista el año pasado que Medellín, y por extensión Colombia, es el “burdel más grande del mundo”, y esta frase cobrará aún más vigencia durante estos tres meses en los que veremos a estas putas desfilando por las calles.

Sin embargo, no olvidéis que la política vas más allá de la campaña electoral, comprende otros facetas más relevantes que nos constituyen como individuos y como sociedad.

Por eso no denigréis de la política en general, denigrad de las putas de la política, esas que empiezan a exhibirse en vallas, cuñas, volantes, pasacalles, etc.

Recordad que los políticos no son unos hijueputas; ellos son las putas, pero como en todo, hay excepciones, pocas, pero las hay.

* Mi opinión no compromete la institución a la cual estoy vinculado laboralmente. 

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