Alguna vez leí un texto que contaba la historia de un redactor publicitario en Nueva York. Todos los días, yendo hacia el trabajo, cruzaba el Central Park y dejaba una moneda en el sombrero de un mendigo que lo ponía a sus pies, junto a un cartel que rezaba: “soy ciego”. Un día, rumbo a la agencia, el redactor le dijo al mendigo: “hoy no te voy a dejar una moneda, voy a escribir algo en tu cartel”. Al final del día se encontraron nuevamente. “¿Qué tal estuvo la jornada?” – “Increíble. ¿Qué es lo que escribiste? Hoy es quizás el día en que más dinero he recibido” – “Sólo añadí algo: soy ciego y hoy comienza la primavera”.
Esa pequeña historia cambió, sino la vida, el día de aquel hombre. Del mismo modo, los relatos que conocemos a lo largo de los años, moldean nuestra manera de percibir el mundo. ¿No resulta un poco extraño que las mujeres vayan por la vida buscando príncipes azules?Todas saben que ese tipo de hombre es una construcción ficcional y sin embargo lo esperan. En gran medida, el motivo es que ese personaje estuvo presente en una cantidad de narracionesque fueron importantes durante su infancia y les ayudan a configurar su propio universo.
Ocurre , también, que los personajes que los niños conocen constituyen el repertorio de las personas que pueden llegar a ser. Por eso las niñas quieren ser princesas o doctoras y los niños, superhéroes o futbolistas. En todo caso, no analistas de riesgos, porque no saben que existen. A medida que crecemos el repertorio de personajes también crece, pero entendemos el mundo a partir de aquéllos que conocemos. Por ejemplo, llevar el cristianismo a Atenas tuvo que ser una tarea tremendamente complicada. ¿Cómo presentar allí un dios que era uno solo, que carecía de armas y que se dejaba crucificar? Nada menos parecido a un dios griego. Ante la ausencia de un estereotipo se precisó la creación deotro: el mártir.
Necesitamos historias para entender el mundo, para entender a los otros y para saber cómo actuar. Incluso para saber quiénes somos. Todos tenemos un amigo o conocido “intelectual”: lee, escribe, conversa sobre religión y política, y es experto en vinos.Es razonable pensar que sería chocante encontrarlo en un bar de música ranchera, ebrio, y bebiendo un mal tequila. La razón es que esto último no es coherente con su personaje y, en ese sentido, aquel escenario no hace parte de sus posibilidades de acción. Los personajes, además, son más fáciles de reconocer que las personas porque, contrario a ellas, no cambian. Siempre que extrañemos a Emma podremos volver a Madame Bovary, y jamás veremos que de repente se ha convertido en una mujer feliz; por su parte, Aureliano Buendía siempre estará intacto en las páginas de Cien años de soledad.
Todos necesitamos una historia, nuestra propia historia, incluso en la adultez. En ella forjamos nuestro propio sentido. La importancia de lo imposible, finalmente, es que permite imaginar lo posible. La literatura no es sólo una manera de huir de la trivialidad de la existencia sino también una herramienta para aprender a pensar que las cosas pueden ser diferentes. La ficción multiplica las posibilidades de los cursos de acción. Quien ha leído cuentos o novelas es capaz de imaginar, e imaginar es en muchas ocasiones la mejor manera de hacerle frente la propia realidad o a la realidad de otros, de una comunidad, de una ciudad, de un país.
Finalmente, cabe recordar este bello pasaje de la vida de Franz Kafka, que nos reafirma la necesidad de narrarnos a nosotros mismos. Durante los últimos años de su vida, en Berlín, Kafka caminaba por un parque cuando se encontró con una pequeña niña que lloraba desconsoladamente porque había perdido su muñeca. Kafka le aseguró que ésta no se había perdido, sino que se había ido de viaje. “¿Cómo lo sabes?”, preguntó la niña. “Porque me escribió una carta. Mañana podemos encontrarnos aquí mismo y te la entrego”. Dora Diamant, la amante del escritor en aquel entonces, afirmaba que Kafka llegó a su casa a trabajar tan duro como si se tratara de su más importante novela. La carta contaba que la muñeca necesitaba nuevos aires y quería encontrar otros amigos, pero que no había dejado de querer a la niña. Para probárselo, le enviaría todos los días una carta contándole acerca de su aventura. Durante tres semanas, Kafka le relató diariamente a la niña toda clase de sucesos que culminaron en un matrimonio. La muñeca había conocido un muñeco con quien se casaría y esto complicaba su regreso. Sin embargo, se despedía amorosamente de la niña y le explicaba que todas esas cosas le sucederían a ella algún día. Lo cierto es que la pequeña ya no volvió a llorar por su pérdida, porque la historia se transformó en unamemoria feliz.
Dice acerca de este relato Paul Auster en The Brooklyn Follies: “la niña tiene la historia y cuando una persona es lo suficientemente afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen”. Hay que leer literatura. Además de permitirnos imaginar mundos posibles, las buenas historias llegan a suplir nuestras pequeñas pérdidas cotidianas.
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