Por: Camilo Arango (@camiloarangoo) y Laura Gallego (@LauraGallegoM)
Mucho se ha hablado en la última semana del proceso de exhumación de restos que se inició en el sector de la escombrera, en la comuna 13 de Medellín, tal cual como se habló del inicio del desminado humanitario conjunto y negociado entre las FARC y el gobierno en la vereda El Orejón del municipio de Briseño, Antioquia. Dos escenarios diferentes que cuentan una misma historia de un conflicto armado que todavía no deja de sorprendernos con el horror que a diario vivimos o reconstruimos como un ejercicio de memoria y respeto por las víctimas, y con la particularidad de ser los dos ejemplos más claros de construcción de una ruta hacia el posconflicto en el país, justamente en Antioquia que como departamento podría servir para explicar cada uno de los momentos del conflicto armado colombiano.
El caso de El Orejón es uno de esos resultados alentadores de las negociaciones que el gobierno y las FARC adelantan en La Habana, y una muestra de que sí es posible avanzar en la implementación de los acuerdos entre quienes siguen siendo enemigosen el campo de batalla. El caso de la escombrera por su parte es un escenario de reconocimiento del derecho a la verdad por parte de quienes perdieron a sus familiares, y un triunfo suyo como víctimas que han reclamado por años la reivindicación de sus derechos.
El primero es un esfuerzo del gobierno nacional, en especial de las fuerzas militares, por avanzar en un escenario de garantía de derechos de la población civil que es recurrentemente víctima indirecta del conflicto armado en el territorio, y un acercamiento a un proceso de reconciliación con la guerrilla de las FARC para demostrar que se requiere de la voluntad de todas las partes en conflicto para la construcción de un escenario de paz. El segundo es un esfuerzo del gobierno local de Medellín que demuestra a las víctimas que si existe el interés y la voluntad política por reconstruir la memoria de lo ocurrido e incluso de establecer las responsabilidad que quepan en cabeza de la insurgencia, fuerzas paramilitares o incluso del mismo Estado, porque ahora lo que importa es avanzar en estrategias de reconciliación para la construcción de la paz.
En El Orejón terminará con la zozobra de los pobladores del lugar que a diario se exponen a caer víctimas de una mina antipersonal, y en la escombrera termina con la espera de cientos de familias que no volvieron a saber de sus familiares desaparecidos en el desarrollo del conflicto.
En clave de vulneraciones en el marco del conflicto armado, cada escenario cuenta su propia versión de una misma historia. Pero en clave de protección de derechos, las dos iniciativas en implementaciónsolo puede dar lugar a un mismo objetivo: la garantíade no repetición. Ahí está cifrado el verdadero reto de los diálogos en La Habana, y ahí se centra la responsabilidad no solo de los actores armados sino de todos como sociedad. Lo cierto es que esas dos historias que hoy tienen lugar en el propósito de construcción de la paz, parecen ser el camino indicado para avanzar en la reconciliación como un acuerdo necesario para dar la vuelta definitiva a la página e iniciar de nuevo la reconstrucción del Estado.
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