Por: DANIEL YEPES NARANJO (@yepesnaranjo)
“A mí explíquenme cómo Uribe se sentó con el narcotráfico, con el cártel de Medellín y los paramilitares, y no le da la oportunidad a Santos de hacer un proceso con la guerrilla. (…) Uribe es el único colombiano que nunca le dio a Colombia la posibilidad de paz”
Andrés Pastrana Arango – 2012
Cuando Andrés Pastrana Arango llegó a la Presidencia de la República en 1998, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC, tenían aproximadamente 22.000 hombres en armas y unos 60 frentes agrupados en 5 bloques y 2 comandos conjuntos que se distribuían por todo el territorio nacional.
Esta guerrilla había realizado su Octava Conferencia en 1993, en la que había decidido crear un “impuesto a la paz” del 5% anual, cobrado a las empresas transnacionales, las grandes empresas por ramas industriales y de servicios; y en la que, además, se reivindicaban las ‘retenciones’ económicas: “Mientras estén en vigencia los Decretos de Conmoción Interior y la Declaratoria de Guerra total contra el pueblo, las FARC-EP podrán reivindicar las retenciones económicas o políticas, las que tendrán su correspondiente explicación, previa autorización de los organismos superiores“ decían las FARC por aquella época.
12 frentes se asentaban en la cordillera oriental, con la intención de rodear Bogotá, centro político y económico del país.
Tenían secuestrados medio millar de soldados y policías, producto de las grandes tomas a poblaciones y bases militares como El Billar, Mitú, La Uribe, Miraflores, Las Delicias y Patascoy.
Las famosas ‘pescas milagrosas’, nombre con el que los medios de comunicación bautizaron los retenes en los que las FARC secuestraban ciudadanos del común en las carreteras el país, estaban a la orden del día.
Ninguno de sus grandes jefes sufría del hostigamiento de la fuerza pública. Tanto Marulanda como Reyes, Jojoy, Cano o Romaña vivían tranquilos en las selvas de Colombia, rodeados de grandes contingentes de tropa que los escoltaban en los territorios donde tenían el monopolio de la violencia, la justicia y la tributación. Eran Estado.
Sin embargo, pese a todo esto, Pastrana decidió negociar. Que por el Mandato por la Paz, el pacto que apoyaron alrededor de diez millones de ciudadanos cansados de la violencia, que veían como única salida a la crisis la solución negociada. La veían antes cuando sentarse a la mesa era, y lo fue, un acto fallido, porque la guerrilla, con el poder que detentaba entonces, no tenía la intención de hacer concesiones y mucho menos rendirse cuando estaba tan cerca de la toma del poder.
No pasó nada, del 9 de enero de 1999 hasta el 20 de febrero de 2002, fecha en la que se rompieron los diálogos por el secuestro de Jorge Eduardo Gechem, no pasó nada. Sesiones interminables en las que tanto el gobierno como la guerrilla daban largos discursos sobre cómo debería ser el Estado, las deudas históricas de éste, las atrocidades cometidas por los otros, epítetos iban y venían.
Tanto creía Pastrana en la paz, su paz, que negociaba el Plan Colombia de espaldas a su contraparte.
Ahora sale, con mucho aire de dignidad, con soberbia, a decir que la campaña presidencial que finaliza el 15 de junio es entre reelección y no reelección, no entre la paz y la guerra, e invita a votar por Zuluaga, el candidato de la guerra, íntimo amigo del ex presidente Uribe, el que tildaba a Pastrana de blando y débil con la guerrilla y al que Pastrana le endilgaba el surgimiento de las Bacrim.
Ahora a Andrés, como Mambrú, no le gusta la paz, optó por la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena.
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