Por: SANTIAGO SILVA JARAMILLO (@santiagosilvaj)
La visibilidad tiene sus lados negativos, hacerse notar implica el riesgo que, además de los buenos comentarios, vengan los malos, con intenciones ocultas o simplemente las burlas. Esta es una lección que nuestro país no ha querido aprender, mucho peor, que suele asumir con una inseguridad absoluta sobre sus propios méritos y sus viejos demonios.
Así, con el mundial de fútbol ha regresado una fea tradición nacional, encontrar ofensas en comentarios tontos en el exterior, y rasgarse las vestiduras en busca de rectificaciones, renuncias y exigencias de disculpas al “pueblo colombiano”.
En las últimas semanas, una actriz holandesa (que luego nos enteramos era embajadora de Buena Voluntad de la UNICEF), dos locutores de un programa de radio matutino en Australia, y un grupo de humoristas deportivos en el mismo Brasil han hecho comentarios o compartido fotomontajes que “ofenden la dignidad nacional”, al hacer referencia al narcotráfico.
Lo triste es que los chistes que ofenden a los colombianos no son ni buenos, ni ingeniosos, ni vienen de personajes reconocidos. Estoy seguro que muy pocos en Colombia –por no exagerar y decir que nadie- conocían a ninguno de estos sujetos antes de sus tontas salidas respecto a nuestro país.
Ahora bien, una manera curiosa de aceptar un problema, de acoger un estereotipo, es ofenderse cuando se utiliza para ofender. Me explico, es el principio del insulto en el recreo en el colegio, “si les duele, por algo será”. Nuestra profunda ofensa por los chistes sobre narcotráfico se debe a que, en realidad, tenemos un problema de narcotráfico. Pero esconderlo o “hacerlo rectificar” no soluciona nada.
El humor no tiene, pero puede ser ofensivo. Puede profundizar estereotipos, aprovecharse de injusticias o verdades a medias; pero si su sustento es el ridículo, ofenderse por un chiste ofensivo es simplemente patético y demuestra más una inseguridad respecto a la realidad a medias de la que se están burlando, que una injusticia.
De igual forma, vale preguntarse: ¿cambió en algo la percepción de australianos y holandeses, de los locutores y de la actriz-embajadora de UNICEF sobre Colombia? Para nada, sus prejuicios se mantuvieron, e incluso, añadieron uno nuevo: Colombia, además del país de la cocaína, se ofende con demasiada rapidez por comentarios y chistes tontos.
Una sociedad, como una persona, también puede madurar: aprender a hacer caso omiso de la bulla a su alrededor y concentrarse en los verdaderos problemas y en los verdaderos objetivos.
Qué lección de eso, precisamente, de seguridad como Nación, nos dieron los pelados de la Selección Colombia este pasado sábado en el Maracaná, cuando sin penas, ni autocompasión, nos recordaron que un país es lo que gana a pulso, no lo que exige en sus pataletas.
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