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Publicado el Bajolamanga

Incumplimiento vs. Intolerancia

El sábado, después de una perfecta semana de vacaciones en Providencia, esperaba en el Aeropuerto Gustavo Rojas Pinilla, de San Andrés, mi vuelo de regreso a Medellín. Después de una larga fila en el counter de la aerolínea Viva Colombia pasé los controles de seguridad para ingresar a mi sala de abordaje, la número 4, la cual tenía el acceso denegado y estaba ocupada por unos pasajeros que iban rumbo a Panamá.

Esperé en la sala 3 junto a otros viajeros y ya el rumor había tomado fuerza: La pista aérea estaba cerrada desde las 7 de la noche, mi vuelo era a las 9:30 p.m. Las salas estaban llenas de personas en el piso, extranjeros tocando guitarra, dormilones, ancianos, niños llorando, otros riendo, lectores, fila en la única cafetería del lugar, etc.

La pista estaba cerrada porque, según algunos funcionarios a quienes consulté, tenía unos huecos que ponían en riesgo el despegue y aterrizaje y los estaban “rellenando”. Lo curioso es que ocho días antes, cuando aterricé allí, la pista también tenía huecos, no sé si más pequeños, si ese día no era riesgoso o si las 7 de la noche del sábado fue el momento que eligió la aerocivil para reparar sus pistas.

A las 10 de la noche una funcionaria de la aerolínea de bajo costo que nos proporcionó a los colombianos la posibilidad de conocer el país a precios más razonables, dijo en la sala 3: “Pasajeros de Viva Colombia con destino a Medellín y a Bogotá, síganme por favor”. Como borreguitos y a la carrera nos pusimos de pie y la seguimos… nadie fue capaz de alcanzarla para preguntarle a dónde íbamos, ella salió más rápido que nosotros. Cuando bajamos las escalas mi novio dijo en voz alta lo que seguro muchos ya estaban pensando: “Nos van a sacar, nos cancelaron”. Y así fue.

Nuevamente en el counter de Viva Colombia la señorita funcionaria explicó que los vuelos no saldrían esa noche y que debíamos hacer fila para que nos entregaran el equipaje. La situación pasó de una larga pero paciente espera a una irascible discusión que cada vez tomaba más fuerza y dio origen a la batalla: el incumplimiento VS la intolerancia, bajo el manto del irrespeto.

Por facilidad para los funcionarios de la aerolínea los pasajeros de Bogotá se dirigieron a otro lugar y los de Medellín nos quedamos allí. Nuestro vuelo fue cancelado porque, a pesar de que en poco tiempo la pista de San Andrés estaría en funcionamiento, el aeropuerto José María Córdova que presta servicios a la ciudad de Medellín, solo opera hasta las 12 de la noche y ya no nos daría tiempo de llegar. Obviamente la preocupación de todos los viajeros era dónde pasaríamos la noche y quién respondería por nuestros gastos extras, pero Viva Colombia lo tenía claro: “Nosotros no responderemos porque no fue nuestra culpa sino de la aerocivil”

Yo también estaba cansada y tenía rabia, hambre y la billetera vacía, pero la violenta actitud que adquirieron la mayoría de las personas de mi vuelo con las dos funcionarias me quitaron las ganas de hacer valer mis derechos como viajera.

Los pasajeros hicieron un plantón, no se dejarían devolver las maletas hasta que no les dieran plata, pero las chicas dejaron en claro que No tenían la autorización ni el dinero para atender las reclamaciones. Y, quiero ser clara, la aerolínea es un descaro, pero las dos infortunadas  empleadas que atendían a esa hora solo estaban cumpliendo órdenes en una organización que no respetan al pasajero.

Tras unos pocos minutos de manoteos y alegatos mi novio y yo decidimos sacar la maleta y no ver más ese show en el que dos mujeres se veían asustadas por una turba de gente reclamándoles y amenazándolas con demandas, periodistas, redes sociales y defensoría del pueblo. Nuestro plan era recurrir a la tarjeta de crédito y pagar cualquier hostal que encontráramos, después presentaríamos la queja formal a la Aerolínea y la aerocivil.

Como era difícil atravesar la turba, por un ladito y con señas le hice entender a una de las chicas que quería mi maleta. También con señas me dijo que me hiciera en el counter del lado, hasta donde se acercó a explicarme la situación y le dije que me parecía el colmo que la aerolínea no tuviera en cuenta que la mayoría de su público son familias numerosas, con ancianos y niños, que posiblemente se les dificulta pagar otra noche de hotel que no tenían presupuestada. Ella asintió, pero no tenía nada para decir, tomó mis datos y me pidió que esperara por mi maleta.

Uno de los líderes del plantón (eran dos señoras y un señor quienes dirigían la riña) se dio cuenta de que pedí mi equipaje. Me miró y me dijo: “Niña, no se haga calentar ahora que nadie va a recibir las maletas”. Si yo sentí miedo en ese momento, no me imagino  el temblor en las piernas que tenían las dos chicas de la irresponsable aerolínea con toda esa gente encima.

Logré irme y volví al otro día a las 8:00 a.m. y me di cuenta que la Policía tuvo que intervenir. Llevaron colchonetas y algunos alimentos y hasta debieron cerrar el aeropuerto por unas horas porque en la mañana la gente seguía furiosa y alborotada.

Fue lamentable ver gente durmiendo en ese suelo sucio, abuelitas en sillas de rueda, niños llorando del cansancio  y dos jóvenes mamás amamantando allí a sus bebés. Viva Colombia, si bien no fue la culpable, debió responder por nuestros gastos y después arreglar sus asuntos con la aerocivil, pero esos son los riesgos que se corren al viajar con una aerolínea de bajo costo que no pone como prioridad el bienestar del pasajero.

Viva Colombia nos debe, como mínimo, una disculpa, pero los pasajeros también debemos reconocer el error y entender que quien está al frente del mostrador es otro ser humano que siente pena por quienes fuimos damnificados y que se muere del pánico al tener que dar una noticia como esta a una multitud cansada y ansiosa por llegar a su hogar o destino.

No quiero volver a viajar por Viva Colombia y me duele ver ciudadanos amedrantando a otros para “hacer valer” sus derechos. Nos falta tolerancia, respeto y cumplimiento en un País que quiere hacer Paz.

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