Bajolamanga.co

Publicado el Bajolamanga

Fernando González: niño-joven-viejo

Por: ANDRÉS FELIPE TOBÓN VILLADA (@tobonvillada)

A cincuenta años de haber dejado este mundo -su único, su posible- el pensamiento de Fernando González se mantiene vigente, y resuena con potencia en la voz de todos aquellos que han decidido dedicar parte de su vida a pensar al hombre y su circunstancia. Durante este semana, por motivo de la celebración del V Congreso Colombiano de Filosofía, González se cuela en nuestro afán de pensar nuestra realidad, y en nuestra eterna búsqueda de respuestas ante la pregunta por el sentido de una vida, cualquiera que esta sea.

Sea esta la ocasión de recordar una de las tantas parábolas que el joven-viejo González ofrece en sus Pensamientos de un viejo, a saber: la parábola de El niño, la hormiga y la vida. Cuenta el maestro González, en la voz de un anciano sabio y admirado, que en alguna ocasión un niño jugaba con un ladrillo y una hormiga. El desarrollo del juego era simple: no permitir que la hormiga, por más que así lo desease, abandonara la superficie que cubría el ladrillo. El trasegar de la hormiga, inquebrantable por cierto, se tornaba absolutamente inútil ante la constante observación del niño opresor. Cualquier intento de escape era frustrado con absoluta rigurosidad. No había espacio a la ilusión de escape, solo realidad ladrillezca inacabable.

Como adenda al juego del niño, los comentarios de sus padres no se dieron a la espera. La madre, persuadiéndolo de renunciar a semejante tontería de juego; el padre convenciéndolo de que no dejara que su mente se ocupara de cosa diferente al juego, hacen -ambos- las veces de la opresión que somete al niño a su artificial actitud opresora frente a la hormiga.

González hace un llamado, o por lo menos así lo lee la paranoia de un embelesado por el joven-viejo, de corte pedagógico. La sociedad en la que vivimos compacta los matices de maternalismo y paternalismo que sujetan al niño de la hormiga. O bien persuaden al hombre para que renuncie a sus deseos y sueños; o bien los convence de que no son tal cosa: son posibilidad unívoca.

El llamado de la madre es activo «¡Vamos hijo! Esa es una tontería. Estás perdiendo el tiempo». Pretende la redirección de los esfuerzos y voluntades hacia escenarios útiles, provechosos y aceptados en determinado régimen u orden social. El del padre es pasivo «No pienses. Ocúpate siempre de tu hormiga. Nada aprendas. Eso te complicaría un poco los instintos…» e invita a una improductiva pasividad.

Lo interesante de la parábola, aún con las palabras de los padres, es la silenciosa y aparentemente despreocupada actitud del niño. ¡Ni hace ni deja de hacer! Su juego con la hormiga no es un acto de rebeldía contra la madre, ni un grito desesperado que ruega por el amor del padre. Es vitalismo, es libertad, es ansia. El niño hace lo que quiere, vive como quiere, y se deleita en la incansable voluntariedad de la hormiga que conoce su realidad y, sin embargo, se mantiene en movimiento.

El viejo de 21 años que escribe esta parábola ofrece una lectura única y hermosa del universo: no hay tal cosa como el tiempo adecuado. Aún a corta edad, el niño de la hormiga comprende la necesidad de vivir una vida que merezca la pena, sentenciando actitudinalmente una realidad que afirma No hay edad.

Comentarios