Por: Juan Felipe Suescún (@jfsuescun)
Las comparaciones son odiosas, lo sé, pero en muchas ocasiones son necesarias. Es por eso que la Ciencia se ha valido de esta forma de interpretación, desde las Ciencias Naturales que comparan organismos celulares, hasta la Ciencia Política que logra encontrar similitudes entre regímenes totalitarios, por ejemplo.
En esta ocasión retomaré un objeto de estudio que he trabajado con anterioridad, el Metro de Medellín (MdeM), para compararlo con el Transmilenio (TM) de Bogotá. Y si las comparaciones son odiosas, entre estas dos ciudades lo son más, como ocurre cuando se compara a Barcelona con Madrid, a Santa Cruz de la Sierra con La Paz, o Río de Janeiro con Sao Paulo, entre otras.
El MdeM, aunque no está exento de hechos noticiosos, como el de los suicidios que se han vuelto comunes últimamente, se caracteriza principalmente por eso que la misma institución llama “Cultura Metro”. En resumen, esto no es más que un conjunto de normas, que acompañadas de diversas estrategias institucionales, buscan influir sobre el comportamiento de los usuarios del Metro, y lo han logrado.
Del otro lado tenemos el TM, el sistema de buses articulados de la capital del país que en los últimos años ha estado en el ojo del huracán por los retrasos en los tiempos de espera, la calidad de las losas, y más recientemente por los “colados”. También hay noticias sobre ladrones, depravados sexuales, hechos vandálicos, y más recientemente encuentros sexuales para “manosearse” con citas hechas previamente por internet.
El MdeM fue el objeto de estudio de mi tesis de la Maestría en Estética en la Universidad Nacional, “Transiciones e imbricaciones estéticas en el umbral del Metro de Medellín” (Disponible en http://www.bdigital.unal.edu.co/39722/) en la cual buscaba mostrar cómo la estrategia institucional en este medio de transporte influye sobre el comportamiento de los usuarios.
En esta oportunidad quiero mostrar cómo el Metro logra su misión como medio de transporte, es decir, como un dispositivo que traslada efectivamente a las personas desde un punto A hasta un punto B, a partir de un comportamiento estético gracias a la “Cultura Metro”.
Esta estrategia, además de estar plasmada en las “Normas del Usuario”, se percibe en el Metro a través de los dispositivos sensoriales de las personas que cambian su comportamiento estético dentro de este espacio para adecuarse a la “Cultura Metro” que impera allí, a diferencia de lo que ocurre en Bogotá con la “In-Cultura Transmilenio” donde los usuarios de este medio se transforman, no para adecuarse, sino para hacer más caótico el servicio que presta el sistema.
Veamos esto de forma muy somera. Mientras en el MdeM hay buena iluminación y es posible ver con claridad dentro de estaciones y trenes, en el TM el tumulto no deja ver. Mientras en el MdeM está prohibido comer, en el TM las personas comen y ensucian los espacios. Mientras en el MdeM se escucha constantemente la voz de la autoridad y hasta música clásica, en el TM solo se escuchan quejas. Y finalmente, mientras en el MdeM se percibe con el olor, y hasta con el tacto, la limpieza, en el TM los olores y el mugre son asfixiantes.
Todo lo anterior hace parte de esas dimensiones estéticas, o de los cinco sentidos mejor dicho (vista, gusto, oído, olfato y tacto), a partir de las cuales los usuarios del MdeM han desarrollado un sentido de pertenencia por este medio de transporte, el cual además de prestar un servicio diariamente, representa más allá, un símbolo de identidad.
Por el contrario, los usuarios del TM parecen situarse en las antípodas de los paisas, transformando su comportamiento radicalmente al entrar a este medio de transporte que no les ofrece un servicio adecuado, tampoco brinda un entorno agradable para los sentidos, y mucho menos se ha logrado consolidar como un símbolo de identidad para Bogotá.
Es por estos motivos que además de solucionar las ya conocidas fallas del sistema, las autoridades, tanto las del TM como las distritales, deben centrar sus esfuerzos en estetizar este medio de transporte como se ha hecho en Medellín.
La época en la que los gobernantes politizaban el arte ha ido quedando atrás, ahora prima la estetización de la política, y además de la seguridad ¿qué política más importante en una ciudad contemporánea que la de movilidad? Es el momento de estetizar el TM.
Con todo y lo que nos quejamos algunos paisas sobre el régimen que impera dentro del MdeM con la “Cultura Metro”, es preferible sentirse bajo esta estrategia institucional, que hacer parte de esa “In-Cultura Transmilenio” como ocurre en Bogotá.
* Mi opinión no compromete la institución a la cual estoy vinculado laboralmente.
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