El domingo estuve en la comuna 13. No era la primera vez que estaba en ese lugar, tampoco estaba haciendo turismo o conociendo las escaleras eléctricas para llegar a la cima de la ladera y mucho menos quería ir a confirmar el estigma de la 13: una comuna que sufrió mucho la violencia y que ahora, a través del arte, está transformando la realidad de muchos pelados. Estaba en la 13 haciendo lo que más me gusta en la vida, conociendo la gente; conociendo la gente que vive en la comuna.
Muchas imágenes están en mi mente. Vi niños jugando con canicas de vidrio, conocí a Doña Recia, una anciana con flores preciosas en su jardín; me encontré con un Padre que bailaba Break cuyo animal preferido es la Cotorra, y entré a la casa de un rapero que pone a la gente a mover las manos y sabe más de grafitis que yo de Derecho.
Ahora que estoy en mi casa escribiendo esta columna solo me dan ganas de gritar una cosa: ¡la gente de Medellín es especial! Una día conversaba con un amigo, hablamos sobre la gente de Medellín, y sobre cómo esta ha sido una ciudad donde la violencia ha peleado con los ciudadanos para ser la protagonista, pero¿saben qué?: los ciudadanos no la hemos dejado ganar. En esta ciudad hay gente que a pesar de todas las problemáticas que la rodean– que son muchas y muy dolorosas- todos los días se para de su cama, sale a la ciudad que ama, y le imprime ese olor a esperanza.
No pretendo ser optimista en exceso y afirmar que Medellín es la ciudad de la eterna perfección por sus ciudadanos, mucho menos pretendo decir que en ella todas las personas hacen el bien sin mirar a quien, sin embargo, después de estar todo un día viendo caras, conociendo personas y escuchando corazones sí puedo decir con toda la contundencia de mi voz que la gente de Medellín rompe paradigmas, y no lo digo yo, lo cuenta la historia en donde las madres que aún con sus hijos asesinados no se han dando por vencidas.
A Medellín no la ha acabado la guerra, tampoco las tragedias ni la violencia. Con Medellín no han podido los políticos corruptos ni los ciudadanos indiferentes, porque mi Medellín está llena de guerreros, dispuestos a poner el pecho para salvar a la ciudad, y eso hace que esta ciudad entre montañas sea excepcionalmente especial.
Estuve en la 13, en la comuna que, de acuerdo a lo que he escuchado como dogma toda la vida, ha sido – y será eternamente- el nido de ratas, el nicho de la violencia, la comuna más peligrosa de Medellín. Pero la 13 fue la comuna en donde aprendí que “si estamos juntos, podemos hacer más ruido que las balas”, y eso rompe el paradigma. Porque en una comuna donde el rapero es el amigo de todos, las viejitas te dejan entrar a su casa para regalarte flores, venden la paleta de mango biche más rica del mundo, y los padres bailan Break Dance la violencia no ha ganado la batalla.
Gracias Medellín por seguir el pie de lucha contra las balas, acá estoy parada con vos.
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