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El poder de una imagen

Boca abajo, muerto, el cuerpo del niño recibe la caricia de las olas del mismo mar en el que se ahogó. Su nombre era Aylan Kurdi y junto a su familia naufragó en el mediterráneo oriental mientras intentaban llegar a la isla griega de Kos en un débil bote de traficantes humanos turcos. Era el tercer intento de llegar a Europa, luego de semanas de viaje desde su natal Kobane, una pequeña ciudad en la frontera sirio-turca que apenas unos meses atrás aguantó el asedio de cientos de militantes del Estado Islámico; una heroica hazaña que dejó el lugar en ruinas y a casi toda su población desplazada, buscando refugio en Turquía.

Una fotografía de esta tragedia familiar llevó a titulares mundiales la tragedia humana de la crisis de refugiados y migrantes ilegales que enfrenta el Mediterráneo. Igual a los Kurdi, cientos de familias sirias, afganas, nigerianas y de otra docena se nacionalidades han intentado la travesía que los lleve a Europa en los últimos meses, y aunque muchos han logrado alcanzar las costas griegas o italianas, también han sido demasiados los que como Aylan y su familia, solo pudieron ahogarse con su sueño de una vida mejor.

Algunas personas se han ofendido por el despliegue de la foto, no tanto por la tragedia que pone en evidencia, sino por el efecto que una singular imagen tiene por encima de la horrible realidad que se encuentra detrás. Pero abundantes estudios de sicología y mercado han señalado que la imagen de una sola tragedia es más efectiva al comunicar un mensaje de auxilio que la estadística de miles. Y en este caso la imagen de Aylan muerto en la playa parece estar movilizando por fin a los gobiernos europeos –presionados por sus indignados ciudadanos- a mejorar sus políticas hacia la marea de migrantes (muchos de ellos refugiados) que están llegando a sus frontera.

Por supuesto, la crisis migratoria en el mar Mediterráneo no es un fenómeno reciente –aunque sí haya empeorado en los últimos meses-, de acuerdo a cifras de la ONU, entre el año 2000 y el 2013 murieron unas 23.000 personas intentando llegar a Europa desde el Norte de África y el Medio Oriente.  Asimismo, la tragedia del desplazamiento sirio tampoco es novedad –al menos en términos de datos- pues se calcula queluego de cuatro años de guerra hay más de cuatro millones de refugiados sirios en países como Turquía, Jordania o Líbano. De hecho, en este último la cantidad de personas es tal que los desplazados del país vecino ya conforman más del treinta por ciento de la población total.

En este escenario la imagen del niño en la playa es un necesario grito de ayuda para el mundo. La indignación con el hecho de que haya sido necesaria una fotografía para presionar al mundo a la acción es algo injusta, espera demasiado se las personas y los medios de comunicación. Lo importante ahora es que gracias a la imagen –y al silencioso sacrificio de miles de personas representado en ella- millones de personas han recordado su humanidad y que esto puede llevar a salvar las vidas de los que huyen de la guerra y la pobreza.

Estas llamadas de alerta pueden ser efectistas, injustas, incluso amarillistas, pero son necesarias para crear ventadas de oportunidad donde se puedan presentar cambios en políticas públicas o tendencias sociales. Las imágenes son poderosas –en ocasiones más que un elocuente discurso o una impactante estadística- y ofenderse por esto no solo es inútil, sino que no ayuda en nada a los que siguen muriendo por la inacción.

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