La política no es una ciencia para las respuestas, sino una ciencia para las preguntas.
Uno de los grandes problemas de la política en Colombia consiste en la confusión entre las ganas de llegar al poder y el saber utilizarlo. Mientras la distinción iluminadora no repunta, un segundo inconveniente puede atisbarse: el entendimiento del poder como un recurso no siempre renovable.
Es exactamente lo que ocurrió en las pasadas elecciones locales en Antioquia; ahora, a la luz de los resultados, todo lo que parecía ser una cosa parece revelar, de repente, otra. Me refiero a la situación política general, pero sobre todo a dos puntos fundamentales: los llamados políticos por un progreso de educación emergente que hoy parecen apagar su llama y los autonombrados candidatos independientes que no tardaron en buscar un llamado de dependencia que ya era conocido.
El artículo que hoy escribo es doble. En un lado sitúo mis decisiones y, antes de llegar a la segunda mitad, planto mis posiciones. En una punta muestro simpatía, en la otra un bajo perfil puñetero, característica que en política siempre me ha definido, puntualizando dicha perspectiva en un comportamiento aburrido incapaz de sostener un prolongado o acalorado debate que incluya matices tan oscuros como el pro o el contra.
Empezaré por el primer lado de la punta: el llamado Farjardismo, no sin antes advertir esa enfermedad colombiana de la personalización de los procesos políticos.
Contrario a lo que he escuchado no creo que Antioquia esté acabada ni mucho menos que vaya a irse por la borda de un barco que navega en un río negro habitado de pirañas cinematográficas. Si en algo he encontrado una percolación del movimiento instaurado por Sergio Fajardo, es en los rasguños que en el suelo han dejado los egos sin control.
Voté por Federico Restrepo. No suelo decir en quién confío mis tarjetones. Pero, quizá porque la mala fe podría interpretar otra situación, hago un paréntesis para expresarlo, no sin revelar que tardé casi 20 días en resolverme a escribir este texto. Un paréntesis pusilánime y censurable que no buscaba otra cosa que evitar los señalamientos y las ventanas emergentes de chat. Hoy enfrenté una lucha, de la A a la Z, con el teclado de mi computador.
Sigo creyendo en las apuestas por la inclusión, la educación, la cultura y la ciencia como los estandartes de mi concepción de política ideal. No obstante, también considero que el Fajardismo necesitaba y merecía una evaluación de sus procesos. Solo en los momentos de crisis pueden encontrarse verdaderos jardines de esperanza y así como el poder no es un recurso renovable, tampoco los cargos burocráticos de los sistemas políticos colombianos. Cada maestrillo, en este caso, trae su librillo cargado de nombres y de “oportunidades”.
Antioquia entrará (ya entró) en un proceso de evaluación necesario. Con uno de los jueces más cuestionados de la puerta del Olimpo. Pero, la evaluación desde hace más de 20 años es uno de los grandes retos del sistema educativo. ¿Por qué habría de existir una excepción en esta nueva escuela?
Ahora, me voy con el juez. La segunda parte de la lanza. El presente altera el pasado o, más exactamente, nuestra percepción del pasado: nos obliga a reinterpretarlo. Luis Pérez es un nombre conocido por muchos de los que hoy nos atrevemos a leer o a escribir en medios como Bajo la manga. Una idea ya masticada, digerida y hoy tendiente a convertirse en algo distinto.
Durante dos ocasiones aspiró, una segunda vez, a la Alcaldía de Medellín. Luego, en ese caprichoso mundo de crímenes no condenados y de crueldades no bautizadas, nos miró a los ojos y, complacido en su idea de venganza, engañando así su enojo, encontró una oportunidad en la Gobernación de Antioquia.
Dos egos que nos costaron caros: el de Álvaro Uribe Vélez y el de Sergio Fajardo, le sirvieron en bandeja de plata paisa el tan anhelado regreso al poder por parte de Pérez. Si en algo ha sido transparente es en su loca idea de volver. Pero, eso que parecía ser, no es o no será. Pérez también gobernará con Uribe y de eso estoy tan segura como cuando me atrevo a decir que su ocupación política durante los próximos cuatro años, estará más enfocada en acabar con la imagen política de Fajardo que con la misma Antioquia, departamento al que lo veo más ubicado en un letargo que sobre un río lleno de pirañas cinematográficas. Cuando vemos pirañas, saltamos. Cuando no vemos nada, adquirimos la posición inmóvil de las estatuas.
En otra ocasión, luego de otros 20 días de censura, quizá me atreva a mencionar nombres de Vicepresidentes o anhelos reprimidos de Procuradores.
Al igual que si hubiera ganado Federico Restrepo, con Pérez tendremos más de lo mismo. Comeremos cambio sin cambio en el extremo más malo de la costumbre. No hay que olvidar que en sus campañas fallidas a la Alcaldía de Medellín, el candidato de los cuellos y las camisas impecables siempre quiso mostrarse como el hijo del tan anhelado Álvaro Uribe Vélez. Ya adelantó reuniones, entre ruanas y sombreros, con el mesías de la desgracia colombiana, para hablar de esa que llaman “nuestra seguridad”.
Pero, como le ocurre al destino, jamás perderemos nuestro sentido de la ironía y mientras nos despedimos de este cambio sin cambio, asimilemos que la democracia no se aprende de un día para otro y que un verdadero cambio exige tiempo. Mientras tanto, supongamos que resolvemos todos los problemas. Abramos una botella de aguardiente y preparemos el puente que llega. Una fiesta idónea para el olvido.
Los invitamos a seguir Bajo La Manga en Twitter: @bajo_lamanga y a visitarnos en www.bajolamanga.co