Por: Sebastián Díaz (@sebastiandiazlo)
Lo mejor de este año fue el Mundial, nuestra selección y esos muchachos que sudaron la camiseta hasta más no poder para hacernos sentir orgullosos por nuestra bandera. Esa fiesta fue como un paliativo que nos ayudó a mitigar lo más vergonzoso del 2014 a mi juicio: la campaña presidencial que vivimos pocas semanas antes del Mundial.
Cuando Colombia jugaba fue, quizás, la única vez que todo el país quería que ganara el mismo equipo; fue el único momento en que las dos campañas más cuestionadas para la Presidencia, pero a la vez con más posibilidades de ocupar la Casa de Nariño -¡hágame el favor!- se pusieron la misma camiseta, pues a simple vista sabían que si ganaban esos muchachos en Brasil, le entregaban la felicidad a todo su apetecido electorado.
Si bien no ganaron, la selección quedó como una heroína (la tercera mejor, según la FIFA) en un país desgastado por los escándalos de dineros calientes en la contienda y por sabotaje y campaña negra contra el candidato oponente y, digámoslo de una vez, contra todo lo que le incomodaba.
También vivimos las elecciones al Congreso, plagadas de una oposición sin antecedentes al gobierno, liderada por un expresidente que cuando fue jefe de estado paradójicamente nunca respetó la oposición a sus políticas. En todo caso él y su grupo político llegaron al Congreso y se convirtieron en la sorpresa electoral: maneja –a veces- la agenda informática como quiere y el jefe, es decir el expresidente, parece estar más enterado de Colombia que el mismo presidente, su enemigo.
Un Congreso que sirvió como ejemplo para hacernos ver que la mafia, las prebendas, el cohecho y todos los males que apareja la ambición del poder están aún latentes: casas políticas de parapolíticos y en menor medida de farcpolíticos rimbombantes hoy en ese recinto donde -¡por Dios! se hacen las leyes que luego contralarán nuestra vida.
En medio de toda esa cloaca en la que nos tienen metidos, aún se conserva la esperanza de la paz. Un proceso que ha tambaleado muchas veces por la ceguera de las Farc, pero que ha tenido una paciencia inimaginable por parte del gobierno y de buena mayoría de los colombianos que no creemos que es justo seguir haciendo la guerra con los hijos de los más pobres, los mismos que antes eran campesinos y hoy son mendigos a las puertas de las grandes ciudades, mientras los hijos de los señores de la guerra llenan más sus arcas con los dineros de nosotros (y de los que pierden hijos en la guerra, por supuesto). Y ahí vamos, muchos esperando el cambio definitivo en los jefes guerrilleros de las Farc que tanto daño y desgracia nos han traído.
Con volteretas y todo, con el vil secuestro de militares y civiles, con los cobardes atentados terroristas, filtración de información, sabotajes a los negociadores y hackers, el proceso avanza en una especie de atmosfera que tolera, a mi juicio, el perdón mas no el olvido. Dos palabras difíciles de manejar en un país que odia mucho y muy fácil, pero se indigna con más agresividad. Un país de blancos y negros en el que los matices es -¡cómo no!- parte del terreno de la fantasía.
Pero bueno, ahí vamos. Otro año que se va con glorias y orgullos en todas las esferas de la sociedad, con penas en un territorio tan convulsionado como este, que nos deja muchos ejemplos que no debemos cometer en el 2015, sobre todo en el ámbito electoral, y más si tenemos en cuenta que se vienen las elecciones a las gobernaciones, alcaldías, asambleas y concejos.
No olvidemos que para muchos políticos excondenados la sed de poder no menoscaba el terrero de la vergüenza. Buena parte de ellos ya empezaron a alistar sus filas y alianzas desde este año por decir lo menos.
A ustedes, lectores, gracias por acompañarme durante el 2014. Les deseo un feliz y exitoso 2015.
Esta y otras columnas podrá leerlas en www.bajolamanga.co (@bajo_lamanga)