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Cultura ciudadana para el cumplimiento de normas

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Las personas se comportan de acuerdo a su percepción del comportamiento de los demás, es decir, que suelen planear y ejecutar sus decisiones y acciones dependiendo de lo que ellos creen que los demás consideran aceptable o deseado o lo que parece que “todo el mundo” está haciendo. De esta forma, si consideran –errada o aceradamente, no importa- que viven en una sociedad incumplidora de las normas, llena de avivatos y tramposos, donde la única forma de conseguir algo o defender lo propio es por medio de la transgresión de las reglas, lo más probable es que se sientan disculpados e incentivados para ellos mismos sumarse a la anomia, al incumplimiento sistemático de normas.

Ahora bien, aunque esta situación anómica es en términos prácticos muy improbable –es decir, el incumplimiento por más generalizado que se produzca tiene sus límites- se puede presentar en algún grado en sociedades y situaciones sociales particulares. Por ejemplo, cuando una obra de infraestructura destruye la movilidad en un sector y a los particulares solo les queda incumplir normas de tránsito para poder movilizarse, o cuando un país se debate con una tradición de incumplimiento, un Estado con problemas de legitimidad y una percepción generalizada de viveza.

Pero la percepción también funciona para los pequeños o particulares incumplimientos; así, la idea extendida de que las personas evaden impuestos puede ayudar a otros ciudadanos a dejar de pagarlos ellos mismos. De hecho, experimentos económicos adelantados por académicos como Juan Camilo Cárdenas han señalado cómo los bajos niveles de confianza interpersonal influyen en la disposición de las personas a ser deshonestas e incumplidoras.

De esta forma, la mimetización es fundamental cuando desde una apuesta de cultura ciudadana una sociedad busca sacar lo mejor de las personas. Por eso la importancia de preocuparse por la confianza interpersonal y el reconocimiento de pares en nuestras ciudades. Es decir, que las personas confíen en los demás, sobre todo los desconocidos y superen los prejuicios paranoides sobre los diferentes, y que su percepción sobre los otros ciudadanos, sus disposiciones y comportamientos, sea en general positiva.

El primer paso es convencer a los ciudadanos que los otros también cumplen las normas, también son honestos y en general buenos. Mejor dicho, intentar cerrar un poco la brecha entre incumplimiento que una persona reconoce y los que perciben en la sociedad, sustentado en la confianza. Una primera aproximación a este esfuerzo puede ser el reconocimiento de los cumplidores, de los que pagan todos sus impuestos, o mantienen el límite de velocidad en su vehículo o evitan hacer ruido un domingo por la mañana.

El segundo paso es conectar esta visión de que “los otros también cumplen” con la idea de que “todos los ciudadanos deberían cumplir” a través de la reciprocidad. Es decir, la idea de que cada ciudadano le “debe” a los demás hacer tanto o más que lo que estos hacen, y que cumplir esa responsabilidad es conveniente en términos sociales y personales.

Por eso, es fundamental trabajar en recuperar la Cultura Ciudadana para nuestras ciudades, diseñando incentivos ingeniosos –más allá de los beneficios materiales- y promoviendo valores como la confianza y la reciprocidad asociados a la percepción de la “buena ciudadanía”.

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