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Cuando sea dictador

Por: Santiago Silva Jaramillo (@santiagosilvaj)

Si por un bandazo del destino usted terminara con el poder absoluto sobre un pueblo ¿qué haría? ¿Sería un autócrata benevolente, como el filósofo-rey de Platón, asegurándose que su poder solo beneficie a sus súbditos? ¿O un déspota paranoico e irresponsable, demasiado enamorado consigo mismo para preocuparse por nada diferente a los bustos y las estatuas ecuestres?

Colombia, que se afana en cada esquina por autoproclamarse “la democracia más estable de América”, ha logrado sortear a estos personajes –al benevolente, que nunca ha existido, y al megalómano, que es la regla- pero solo en el nivel nacional, porque una visita a la periferia colombiana no se diferencia mucho de un tour por las autocracias más célebres de la historia.

Para la muestra, un gran botón:

El señor Richard Aguilar es gobernador de Santander y en las últimas semanas ha estado en boca de la opinión pública gracias al más reciente de sus caprichos: la construcción del ecoparque “El Santísimo”, que incluye una estatua de 33 metros de Cristo. Los $3.525 millones de pesos que costó este exabrupto a los recursos públicos y a la Constitución fueron operados por la Corporación Panachi, que también opera el Parque Panachi en el cañón del Chicamocha y que ha tenido nexos poco transparentes con la familia Aguilar.

Richard es hijo de Hugo Aguilar, un ex policía que se adjudica haber “disparado la bala” que mató a Pablo Escobar y que fungió como gobernador de Santander en el periodo 2004-2007. A principios de 2011, y cuando pretendía lanzarse de nuevo a la gobernación del departamento, fue destituido e inhabilitado por la Procuraduría y en julio de ese año capturado por la Fiscalía por nexos con grupos paramilitares.

La elección de su hijo para la gobernación ese mismo año resultó sorpresiva –en tanto era desconocido en la región y su contrincante tenía el apoyo de las viejas élites políticas- y a la vez no. Porque el apoyo del grupo político de su padre pudo garantizar los recursos y el apoyo electoral –y de otra índole (¡!)- para su victoria. En ese escenario es donde el poder político del grupo familiar se vale del delfinismo para sobrevivir.

Ahora, los autoritarismos subnacionales escapan a la supuesta “efectividad del dictador”, sobre todo, porque sus entramados políticos funcionan a partir del clientelismo y la corrupción política y ninguna de estas herramientas de gobierno resultan buenas para resolver demandas sociales. Aguilar ha sido, de acuerdo a opositores –en la Asamblea solo hay un diputado contrario- y opinadores del departamento, un mal gobernador.

Por fortuna, las historias del autoritarismo suelen ser también historias de resistencia. El Tribunal Administrativo de Santander ha ordenado que el nombre del parque sea cambiado y que el dinero sea devuelto a las arcas del Estado, la Gobernación ha respondido contratando al ex fiscal Mario Iguarán para su defensa, pero en la pelea el Tribunal lleva las de ganar. Mientras tanto, muchos santandereanos –secundados por medios y opinadores nacionales- han expresado su indignación e incluso, se han burlado del capricho megalómano de Aguilar.

Ambas resistencias suelen ser el principio del fin de los autoritarismos subnacionales. Ojalá.

Por eso es importante siempre recordar que, incluso cuando nuestra democracia nacional funciona –entre fallas- más o menos bien, y que en muchas ciudades y regiones –sobre todo las más urbanas- el ejercicio democrático es bastante funcional, muchos municipios y departamentos de Colombia operan bajo el control hegemónico de pequeños grupos familiares o personajes siniestros que, en términos efectivos, poco se diferencian de dictadores. En su repertorio de gobierno, persiguen opositores, cooptan instituciones, adelantan elecciones de papel, se alían con grupos armados y se aseguran a cada paso, con cada respiro, que sus enclaves autoritarios continúen bajo sus puños de hierro.

Sí, somos la “democracia más estable de América Latina”, pero en las regiones, tenemos toda una colección de sus “más viejos” dictadores.

 

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