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Comercio

Por: ANDRÉS FELIPE CARRILLO (@ciertazcosas)

El mundo es un lugar lleno de condones. Hay que andar dos pasos más para ver, en la basura, en las ventanas, en los cuartos, las farmacias y los supermercados, los baños, en todas partes menos en mi habitación, yo hace tiempo dejé de usarlos. Desde que volví a vivir a casa de mi mamá, allá se vive bien, ella me despierta y me tiene el almuerzo listo, allá llego y está la comida, ella se preocupa por mí.

Quién sabe, si Diana no se hubiese ido con ese otro tal vez en mi casa habría, pero las cosas son así. Después de un tiempo a mí también se me pasó la rabia. Yo ya sabía de todos modos que de un tiempo acá ella estaba como más bonita y más feliz. De vez en cuando la veía con un vestido nuevo, un perfume que yo no le compré, una cadena, un anillo, y yo le preguntaba de dónde y ella decía que una amiga, que la mamá, que se lo encontró.

Si yo no le compraba esas cosas no era por mal, y aunque siempre he sido bastante celoso, en el fondo y sin decírselo me gustaba verla así, contenta; yo a Dianita la quise de chiquita y lo que sentía me creció con ella. En algún momento pensé que mientras hacía el servicio militar, después mientras el ejército, pero qué va, nunca hubo tiempo, ni fue suficiente. De todos modos, en el monte le tiran a uno todo el tiempo, pero en la ciudad es peor.

En la ciudad no hubo paciencia pal condón y lo primero que pasó fue Daniel, el primer muchachito, y entonces yo conseguí trabajo y desde entonces casi no hubo tiempo para Diana más. La ley del trabajo es así, de vigilante uno hace turnos de doce, trece, catorce horas, para que a uno le den el mínimo, a veces los inquilinos me dicen que eso es ilegal, que un turno no puede durar más de ocho horas etcétera, pero lo mío es un régimen especial, a mí me toca así, y mi trabajo es velar por la ley.

Lo extraño es esto, todo es contradictorio, me la paso todo el día trabajando para estar con Diana y lo que entre nosotros pasó, pero después ella no está, porque en el trabajo se nos cruzan los horarios, y cuando yo estoy ella no, entonces nos turnamos para cuidar a Daniel. Ella en cambio llega del trabajo feliz, cansada pero feliz, llena de cosas, cada vez, y cuando me quiero acostar con ella dice que no.

Después fue que supe que el jefe era el que le daba los regalos, y le pagaba mejor que a las demás. Por ahí quedaban los mensajes en el celular, las llamadas silenciosas, y los detallitos aquí y allá.

Yo lo supe mucho antes de que me dijera, y lo dejé seguir así porque no quería que se me fuera del todo, y porque yo ya estaba dando todo y ya no podía más. Pero no hubo fuerza que detuviese esto, Diana se fue con el tiempo, y le dejé la casa y a Daniel y me fui donde mamá.

La verdad fue que aunque la quería no me dolió tanto. El trabajo no deja tiempo para pensar, y en el monte a mucha gente le había ido peor. Cuando lo digo me parece tonto pero lo que en realidad me molestaba era andar por la unidad de casas donde me tocaba trabajar. A ciertas horas adentro de lo noche, entre las paredes y la ventanas, uno terminaba conociendo todo. Hay que ver esas casotas, y los carros, pero sobre todo las mujeres, y todo ese placer, lo grititos, los chismes, la forma en que esta con aquel y aquel con esta y esta con esta y aquel con aquel. Las bolsas de basura se empiezan entonces a volver una hojarasca de condones donde todos con todos, y uno acá, solo, y Dianita con otro.

Eso no me gustaba, pero yo era capaz de vivir así. Los turnos de trece horas y después a casa de mamá, dormir y otra vez los turnos, pero no, el tiempo a uno no lo deja respirar. Ahora resulta que el problema es mayor, y cuando yo creía que el trabajo a pesar de lo pesado era el aburrimiento y la tranquilidad se metieron dos o tres o una banda a robar, a esa gente toca pararla de alguna forma, porque si uno los deja escapar luego dicen que uno es cómplice y que resentimiento y maldad. Entonces yo, que apenas vi al último cuando se iba le disparé, yo le apunté a las piernas pero le di en el pecho y lo maté.

Luego los de la Fiscalía dicen que fue homicidio o concierto para delinquir, dicen que encontraron muchas pruebas de que el ladrón vivía en mi casa con mi mujer, y yo aunque trato de explicarles la situación, uno con este salario y un abogado de oficio lleva todas las de perder. Ahora me toca dizque enfrentar la cárcel, donde cada cosa vale un ojo de la cara, literalmente, y nadie usa condón.

 

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