Por: Luis Gabriel Merino (@luisgabrielmeri)
Esta semana celebramos los primeros 50 años desde que la niña contestataria preferida de Latinoamérica alzó por primera vez la voz para recordarnos que era una obligación de los adultos hacer de esta una mejor sociedad. Se la inventó un mendocino, Joaquín Lavado, más conocido como Quino, en el número 371 de la calle Chile del barrio San Telmo, y nació en principio como un personaje publicitario para promover una marca de electrodomésticos. Muy cerca al lugar, se inauguró una escultura de tamaño natural de la niña idealista, sentada en la banca de un parque, ahora atiborrado de turistas buscando fotos en un nuevo referente de la capital porteña.
Publicada por primera vez en 1964 en la revista Primera Plana, semanario con vinculaciones a los sectores azules de las fuerzas armadas que intentaron permitir la entrada de sectores peronistas, se publicó hasta 1973 en diferentes medios con la misma producción minimalista en blanco y negro. Paradójicamente la tira se publicó hasta el año en que sucedió lo que Quino había denunciado durante las diez ediciones anteriores: el comienzo de una época nefasta donde se eliminaron sistemáticamente los derechos democráticos por regímenes de extrema derecha en todo el cono sur. Augusto Pinochet se tomó el Palacio de la Moneda en Santiago después de asesinar a un presidente democráticamente elegido y estableció junto a Merino y Leigh el control del ejecutivo; los uruguayos hicieron lo propio en el 73 con el régimen de Bordaberry y los argentinos en el 76 con Videla y los «restauradores» que derrocaron a Isabel Perón, en lo que eufemísticamente se bautizó el Proceso de Reorganización Nacional.
Con la aparente intención de escribir para menores, al igual que Saint Exupery, pero con la verdadera motivación de hacerlo para grandes, Quino demuestra con claridad por que el humor es peligroso. Como pensaba Freud, el chiste es forma alterna para decir lo que verdaderamente se quiere decir sin tener que decirlo. Permite ver claramente lo que siempre ha estado ahí y nos deja pasar del desconcierto a la introspección. Esto explica cómo una inocente niña dibujada alimentando una tortuga de nombre Burocracia, recibió censura en la España Franquista, en la Bolivia de Hugo Banzer y en el Brasil de Ernesto Geisel. La irreverencia de la verdad, así sea dicha por una niña amante de los Beatles, nunca será bien recibida por regímenes totalitarios
Que el humor político es peligroso, está claramente ejemplificado en Colombia. No es gratuito que nuestro humorista político más ácido, fuera absurdamente asesinado el 13 de agosto de 1999 en las calles de Bogotá, a sus 38 años de vida, por orden de Carlos Castaño Gil. El paramilitarismo, que necesitaba eliminar todo rezago de opinión inteligente que estuviera denunciando con valentía el verdadero alcance de su exitosa empresa criminal, no podía darse el lujo de permitir que comediantes irreverentes develaran oscuras realidades. Siempre he creído que el asesinato político tiene como real objetivo a los vivos: es un mensaje claro a los que quedan para que se queden en silencio y se resignen al terror. Es posible que esta sea la razón para que no nos hayan quedado humoristas contundentes y nos toque resignarnos con comediantes de Stand Up, costumbristas entrevistando celebridades y trinos desmejorados de Tola y Maruja.
Pero Mafalda todavía logra reunir, 50 años después, el clamor optimista de una gran porción de la voz latinoamericana que sigue convencida que las cosas sí pueden mejorarse. Recientemente premio príncipe de Asturias en la modalidad de comunicación y humanidades, y traducida a 30 idiomas, el universo de párvulos inquietos imaginados por Quino, nos recuerda una vez más que la simpleza del lenguaje y los argumentos democráticos, serán siempre las bases de toda inteligencia.
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