Por: ALEJANDRO GAMBOA (@dalejogamboa)
La cárcel se ha convertido en un fetiche del anhelo de seguridad de los colombianos, sin revisar las razones que nos pueden llevar a procesos de mayor justicia y de aprendizaje de lo que tenemos permitido y prohibido como sociedad.
Ningún encierro soluciona o recupera una vida, tanto como el conocer las causas, razones y métodos para cometer dichos hechos que nos puedan llevar a hacer políticas criminales efectivas que construyan una sociedad verdaderamente distinta, que prevenga más de lo que reacciona.
En primer lugar y con la plena certeza de que para muchos estoy siendo reiterativo, la educación juega un papel central. No hemos transformado el modelo educativo actual como un mecanismo para difundir los valores de la Constitución, sin duda no es un problema de aumentar las horas de estudio, como aumentando las horas de encierro para prevenir su contacto con “la maldad”.
Esa visión simplista hace radicar el mal en algo externo, cuando vemos que las mismas dinámicas violentas, de abuso y de inicio criminal se dan dentro de los centros educativos. Esa situación cuestiona el modelo de educación, su contenido y su sentido y no el número de horas que los estudiantes puedan estar en las aulas.
Es entonces la conexión entre la educación y el modelo político de sociedad al que aspiramos, el que debe guiar la construcción de prácticas punitivas innovadoras, preventivas, que trascienda la edificación de escuelas del crimen, que es lo que son las cárceles.
Todo esto en medio de un proceso de paz en el que se pide cárcel para los guerrilleros, entonces, tal como en la escuela, el problema no son las horas de estudio, si no el modelo y el contenido que le brindamos a las generaciones que avanzan, no podemos volcar las ansias de venganza en la cárcel cuando esto evidentemente solo contribuye a aumentar la sensación de inseguridad y la peligrosidad de los criminales.
Cuál es el modelo punitivo al que debemos avanzar, no lo sé, pero estoy seguro de que el modelo actual no solo está contenido en una débil estrategia del Estado que lucha contra el crimen de la manera más descoordinada y autista, de manera efectivista y con normas hechas a retazos que no tienen un objetivo claro.
Irresponsables los políticos que las hicieron, pero irresponsable la sociedad que los eligió y que de manera casi automática presiona la respuesta de estos a modelos de castigos que, como he dicho, no contribuyen a disminuir la criminalidad, sino por el contrario a aumentarla.
Así, con todo lo que viene en el proceso de paz, debemos jugar fuera de la cancha de si hay cárcel o no para los guerrilleros. Prefiero a cambio de ello toda la información que tengan sobre ubicación de minas antipersonales y trabajo para desactivarlas, sus relatos sobre la relación con la política y la corrupción, el reconocimiento y la búsqueda de alternativas para reparar los daños de los delitos ambientales cometidos a lo largo de esta confrontación, entre muchas otras cosas.
Prepararnos para la paz implica eso, debatir cómo va a compensar la guerrilla 50 años de levantamiento armado con daños enormes a la sociedad y cómo vamos a construir una política criminal que supere el síndrome de la cárcel.
En fin, les cambio mil veces la cárcel por hechos de reparación y por verdad, en particular a los guerrilleros que están por venir de este proceso de paz, pero también a todos los criminales que hoy purgan sus penas en las atiborradas e inhumanas cárceles de Colombia.