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Atravesando el cañón de La Llorona

Por: Andrés López (@andresflopez)

Recuerdo que hace un año por estos mismos días de diciembre, viajé al Urabá Antioqueño a visitar las estaciones de policía de las cabeceras municipales de 9 municipios de los 11 que conforman esta subregión. La idea era revisar su estado en cuanto a infraestructura y dotación para hacerles varias mejoras. En ese momento trabajaba como coordinador del Fondo de Seguridad del Departamento, que hace parte de la Secretaría de Gobierno.

Urabá es una tierra con mucho potencial y con muchas riquezas, cuenta con una biodiversidad única, es zona bananera por excelencia y con el privilegio de tener mar, en el cual se va a realizar un proyecto muy ambicioso, como lo será el sistema portuario, algo de lo que hablé en agosto en mi columna La oportunidad de Antioquia. Pero también es una de las zonas más olvidadas en cuanto a inversión de los gobiernos departamentales, vilmente azotada por el conflicto armado y donde guerrilla y bandas criminales se reparten el territorio. La Gobernación de Antioquia le viene apostando fuertemente a esta zona del departamento, es una de sus líneas del Plan de Desarrollo “Antioquia la más Educada” y en su momento contó con la gerencia de una persona tan capacitada como Federico Restrepo, exgerente de las Empresas Publicas de Medellín (EPM) y hoy candidato a la Gobernación de Antioquia.

Una de las cosas que más recuerdo del viaje es el cañón de La Llorona. En la ida lo atravesé de día y pude disfrutar de su belleza. Árboles gigantes, frondosos, selva espesa y escuchar el avanzar del río sucio. Al salir del cañón se pueden ver las chozas de los indígenas emberá, algo ya característico de la zona. Pero una cosa es atravesar el cañón en el día que en la noche. En el regreso, el conductor y yo nos arriesgamos a cruzar el cañón pensando que íbamos a alcanzar a hacerlo con la luz del día. Cuando empezamos el trayecto aún era de día, pero a medida que nos adentrábamos la selva espesa evitaba que los rayos del sol, cada vez más débiles, ingresaran hasta la carretera. Carretera que en ese momento era una trocha deplorable y por donde se debía transitar con cuidado. Si íbamos a 20 kilómetros por hora era mucho. Una de las recomendaciones que me dio para el viaje el subsecretario de Seguridad y Convivencia, Esteban Mesa, era que evitara atravesar el cañón de La Llorona en la noche. A medida que oscurecía venían a mi cabeza noticas e historias, leídas y escuchadas, sobre los retenes que hacía la guerrilla en antaño en aquella vía, los enfrentamientos entre guerrilla y paramilitares, de las personas y soldados asesinados, de las personas secuestradas, de la retaguardia de las Farc, de su conexión con el Nudo de Paramillo y por ende una de las rutas de narcotráfico utilizadas por estos grupos para llevar la droga hasta el mar. Como se dice, empieza uno a “empelicularse”. Quería pasar año nuevo en Medellín.

Y como era de esperarse, me cogió la noche adentro, en esos diez kilómetros que se hacían cada vez más eternos. El sonido del río se hacía más fuerte, la oscuridad es total salvo por las luces del carro, y el grito de los monos se hace más evidente. Como para completar la escena, el conductor en sus cinco sentidos y sin preocupación alguna me dijo que iba a parar el carro, porque necesitaba orinar urgentemente. A lo que le respondí sin pensarlo: “¿no cree que es más urgente salir de aquí? Nuestra próxima parada debe ser Dabeiba”. Finalmente accedió y continuamos el viaje. Ya después de un rato, llegamos al retén que realiza la Brigada XVII del Ejercito en la entrada al túnel que lleva hasta Dabeiba. Nos pararon. Algo apenas normal en horas de la noche. Me identifiqué diciendo que era de la Gobernación, que estaba visitando las estaciones de Policía en Urabá y que era el encargado del Fondo de Seguridad. El soldado me alumbró con su linterna, tuve que tapar mis ojos con mi mano, y para mi sorpresa me respondió diciéndome que estaban al tanto de mi presencia en la subregión, y me preguntó que porqué andaba sin escolta. Mi respuesta fue natural: “no soy alguien importante”; a lo que él respondió: “¿cómo qué no si usted es el que maneja la plata?”. Me causó gracia, esbocé una sonrisa y esa fue la primera dentro del cañón. Nos montamos en el carro y seguimos.

Tal vez exageré la situación, tal vez no. Así la recuerdo. Fue un momento de tensa calma donde se vienen a la cabeza muchas cosas, de lo que se ha hecho y lo que falta por hacer. Siempre tuve igual la confianza de que nada iba a pasar, pero es inevitable no sentirse nervioso con semejante prontuario de aquel sitio, por demás maravilloso por su belleza. Cuando llegué a Dabeiba, mientras comía y me sentía tranquilo, decidí que algún día iba a compartir esta historia.

 

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