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Arrogantes en nuestras calles

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En su libro “Normas de Papel” (2009) Mauricio García Villegas habla de una mentalidad incumplidora de normas muy común en la sociedad colombiana, “el arrogante”. El arrogante es diferente a otros incumplidores como el vivo o el rebelde porque cuando transgrede o ignora una norma lo hace como una reivindicación de su propia posición social percibida. Es decir, lo hace porque cree que es –o debería- ser su derecho hacerlo, particularmente si al hacerlo defiende un interés personal, de su familia o de un grupo cercano de personas a las que considera “los suyos”.

El arrogante defiende una posición que cree merecer que lo pone por encima de los demás y por supuesto, de las normas legales e incluso, de las más básicas convenciones de comportamiento social, como hacer una fila. De allí que las frases “usted no sabe quién soy yo” o “me gano más plata que usted” se utilicen como justificaciones del incumplimiento. De hecho, cuando el arrogante dice esto no está dando excusas, está “explicando” la situación a quien lo interpela.

Eso nos deja con una sociedad en donde hay muchos “arribistas miserables”, en donde no pagar un pasaje de bus o Transmilenio se ve como sacarles una gran ventaja a los demás en el juego social. En donde pasar por encima de otras personas y sus normas le produce una extraña satisfacción personal al incumplidor, como si esa capacidad suya de incumplir validara su auto percepción de superioridad.

García Villegas propone un enfoque de Cultura Ciudadana y de Legalidad para atender a los incumplidores arrogantes. Sobre todo, respeto a la pedagogía de la igualdad de las normas como un beneficio social e individual, como muestras, esa sí, de progreso moral y personal. En ese sentido, una política de cultura ciudadana y de legalidad que presuma contener estas mentalidades de incumplimiento buscaría rescatar el cumplimiento como validador de una posición social admirable y no al revés. Es decir, que la admiración y la reivindicación se haga por el cumplidor y no el incumplidor arrogante; insistir en que el buen ciudadano es el cívico y honesto, no el vivo y transgresor.

Ambas ideas, que una de las mentalidades incumplidoras comunes en el país se sustenta en la pretensión de superioridad de algunos, y que para detenerlos hay que insistir en el cumplimiento y la igualdad normativa como valores sociales, suponen importantes insumos para políticas que “amansen” un poco nuestro desorden social.

 

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