Por: SANTIAGO SILVA JARAMILLO (@santiagosilvaj)
La crisis ambiental del departamento de Casanare, detonada por el crudo verano –pero incubada por la explotación irresponsable de recursos naturales, la desidia de la política central y la corrupción de la política local-, ha creado toda una discusión nacional sobre la sostenibilidad de los modelos extractivos que han proliferado por todo el país alrededor del petróleo y la explotación minera.
El ambientalismo más radical, aunque también muchos otros analistas e investigadores políticos y económicos, han popularizado una visión resignadamente pesimista de las perspectivas de la explotación minera y energética. En efecto, en los últimos años –en tanto Colombia se convertía en una economía petrolera y minera- se han escrito miles de páginas en la que la expresión “la maldición de los recursos naturales” se ha incluido hasta convertirse en lugar común.
Pero ¿es inevitable que la extracción de recursos naturales implique desastres como los que hemos visto en el último mes en la golpeada Casanare?
No. O por lo menos, no necesariamente. La maldición de los recursos naturales es una realidad, mejor, puede ser una condición, una consecuencia en ciertos escenarios, de la explotación minero-energética. Pero no es un hado insalvable, no es destino.
Algunas semanas atrás investigadores de la Universidad EAFIT de Medellín presentaron el libro “Oro como fortuna”, producto de un esfuerzo investigativo financiado por Colciencias durante todo el 2013 para estudiar las dinámicas sociales y económicas que delimitan la explotación aurífera en los departamentos de Antioquia, Córdoba y Bolívar.
Los principales problemas en las regiones mineras del país son la concentración del poder político (con fenómenos de autoritarismo local y conspiraciones corruptas), la descarga del poder central (es decir, la ausencia o debilidad de las instituciones centrales en la localidad) y la presencia de grupos armados ilegales. Estas tres condiciones llevan a las consecuencias que ya conocemos, y que con terror observa el país en la tragedia ambiental de Casanare: desigualdad, irresponsabilidad política, corrupción y desgaste ambiental sin ningún control.
Ante este difícil escenario, la propuesta de “Oro como fortuna” va a reconocer que, incluso en los desafíos de las regiones mineras colombianas se pueden identificar oportunidades; que la clave reside en reconocer los contextos locales y proponer soluciones que sepan apalancarse en esas fortalezas, mientras contienen sus debilidades.
Así, el libro recomienda la suscripción de un “Pacto de gobernanza minera y transparencia”, esto es, la constitución de una institución informal, con adscripciones voluntarias de los actores relevantes en el escenario local y extra-local, para establecer reglas comunes de comportamiento y espacios de vigilancia mutua. El pacto, recogido en detalle en el último capítulo de “Oro como fortuna”, recomienda un marco general de comportamiento y establece unos pasos claros de procedimiento para que a partir de liderazgos locales –no necesariamente de entidades estatales-, se construyan estos Pactos.
Por supuesto, el primer paso es superar dos obstáculos de la acción: el mito sobre la inevitable maldición de la explotación minero-energética y la desidia política. Justo ahora, cuando el tema hierve en la agenda público, es el momento perfecto para exigir soluciones ingeniosas que permitan evitar que lo que hoy vemos en Casanare, no se repita de nuevo, en muchos otros territorios nacionales.
Esta y otras columnas en www.bajolamanga.co (@bajo_lamanga)