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Administrados estamos, ¿y gobernados?

Hace unos días leí en La Silla Vacía una entrevista que le hicieron a Gabriel Hernández, hermano de Rodolfo Hernández, ingeniero y flamante alcalde electo de Bucaramanga, quien fue elegido por el movimiento ciudadano ‘Lógica, Ética y Estética’. Este es un aparte de esa maravillosa entrevista:

La Silla Vacía: ¿Por qué llamar al movimiento ‘Lógica, ética y estética’?

Gabriel Hernández: La lógica es la base de la ciencia, en el gobierno es necesaria para saber si realmente se necesita una obra.

La ética, la de mi padre que fue un campesino incorruptible, y en esta campaña esa fue la lucha más dura que me tocó dar. Alguna gente nos decía que tocaba doblegarnos, que el torcidito y la curvita, ser corrupto a medias. Y yo no lo permití, o somos corruptos o no somos, una de las dos. Esa era y será la ética, que todo lo que se haga en la administración pública sea transparente, sin curvas.

Y la estética, cuando Aristóteles dijo de la catarsis, ¿qué es la catarsis? Que cuando usted se enfrenta a un objeto bello se produce la atenuación de las pasiones. Cuando se va a un concierto de música clásica de alto nivel, ¿usted cuándo ha visto que se insulten o se agarren a botellazos o a patadas? Nunca, se produce una introspección profunda y la gente entra en la espiritualidad. Pero, ¿qué pasa cuando uno se enfrenta a lo vulgar, que es lo contrario? Se produce lo opuesto, se exacerban las pasiones. Por eso nadie quiere tener una cantina de rancheras al lado de su casa, porque sabe que tarde o temprano se agarran a botellazos o puñaladas o a tiros.

Ahí está la explicación de la importancia de la estética, así sea en un discurso: ponga a Gaitán, estético, ponga a Serpa, un vulgar. Todo lo que usted haga, así sea un paradero de bus, tiene que ser estético.

Fue moneda corriente, en las pasadas elecciones regionales, la llegada al poder de decenas de candidatos (auto) proclamados independientes, cívicos y ciudadanos, tales como los alcaldes de Bogotá, Medellín, Cali y la mencionada Bucaramanga, o los gobernadores de Boyacá y Putumayo; quienes siendo diferentes, comparten la fortaleza electoral de haber ganado básicamente por el voto de opinión. En nuestra maltrecha democracia, que algunos llaman TLC (por aquello de que las elecciones se ganan a punta de tamal, lechona y cerveza), siempre será una buena noticia que nuevas figuras, probas y capaces, lleguen al poder local.

Sin embargo, el mero hecho de que estos personajes hayan ganado las elecciones convocando al voto de opinión no los hace buenos gobernantes, aunque sean buenos administradores. La administración está circunscrita al uso eficiente y racional de los recursos disponibles; un buen administrador es tajante con la corrupción, busca gastar menos recursos de los que ingresa, piensa en términos de costo-beneficio económicos y se rodea de expertos o técnicos en cada área. Sin embargo esta ortodoxia económica no es un objetivo en sí misma; es tan sólo una condición para lograr lo que la política persigue: transformar favorablemente las vidas de los ciudadanos.

La buena política requiere de políticos que sean buenos administradores y buenos gobernantes. Requiere de personas que entiendan la rigurosidad económica y técnica de lo que dirigen, pero también que persigan sueños e ideales que convoquen a la sociedad.

El buen político entiende como administrador la importancia de la baja inflación en la economía, pero como gobernante comprende que esto sólo es un requisito para que todas las capas de la sociedad (sobre todo las más vulnerables) puedan disfrutar de precios adecuados y tengan más ingreso disponible.

El buen político entiende como administrador que debe invertir en infraestructura, pero es el gobernante quien enfoca estas inversiones en reducir las desigualdades entre personas y regiones.

El buen político, propone como administrador impuestos y reformas tributarias que recauden más dinero para el Estado, pero es el buen gobernante quien las enfoca para que quienes más ingresos tengan, más impuestos paguen.

El buen administrador puede llegar a pensar que una sociedad rica, es una donde los más pobres tienen carro, pero es el buen gobernante quien piensa que una sociedad desarrollada es aquella donde los más ricos usan el transporte público.

No tendremos entornos locales y regionales que permitan la felicidad y el desarrollo del potencial humano de sus habitantes si tenemos políticos que son malos administradores; pero esos entornos no mejorarán para todos (y cuando hablo de todos, hablo de los más pobres especialmente) si los buenos administradores no son también buenos gobernantes. La gestión de lo público requiere técnica; pero también requiere sensibilidad por los problemas, empatía con las personas, tranquilidad frente a los retos y humildad ante las responsabilidades.

Señores alcaldes y gobernadores electos por el voto de opinión: los ciudadanos que les elegimos, esperamos de ustedes que no se comporten solamente como si fueran gerentes de Coca-Cola; confiamos en que sus gobiernos sigan ideales altruistas y construyan sueños, haciendo gala de la buena política que representan y dejando atrás la politiquería que han hecho ustedes pasar a mejor vida.

¡Acepten este reto! ¡Confiamos en ustedes!

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