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Abuso de menores: más allá de la política criminal

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Hace unos días, el Fiscal General Eduardo Montealegre defendió un proyecto de ley que establece la posibilidad de rebajar las penas a abusadores de menores de edad, siempre y cuando éstos colaboren con la justicia y contribuyan a desmontar organizaciones criminales dedicadas a la trata de menores. La propuesta del Fiscal es polémica, ya que trata un tema que toca las fibras de nuestra sensibilidad. Por ello, estoy de acuerdo con El Espectador cuando pide que se analice esta idea con cabeza fría, para poder ver claramente los beneficios y perjuicios que podría traer este tipo de política criminal.

Pero, aprovechando la coyuntura de esta propuesta, creo que vale la pena que se empiece a debatir sobre formas de combatir el abuso de menores que vayan más allá del castigo retributivo de los abusadores y se centren en la prevención del abuso. Digo esto porque últimamente he estado leyendo sobre este asunto, y cada vez me convenzo más de que esta monstruosidad moral podría evitarse mediante una intervención adecuada sobre potenciales (no reales, por lo menos no todavía) abusadores: los pedófilos.

Margo Kaplan, profesora de la Escuela de Derecho de la Universidad de Rutgers, publicó una columna en el New York Times en la que llamó la atención sobre este tema. Según Kaplan, en el debate sobre el abuso de menores existen varias confusiones que deben ser aclaradas para evitar caer en errores que impiden que la discusión avance.

En primer lugar, debe entenderse que pedofilia no es sinónimo de pederastia: mientras que la primera es una situación en la que se encuentra una persona (consistente en sentirse atraída sexualmente por menores), la segunda es una acción (consistente en abusar sexualmente de un menor). Y no hay una relación de causalidad entre pedofilia y pederastia: un pedófilo no necesariamente abusará de un niño, no está obligado a ello por alguna ley de la física. Por el contrario, tiene la posibilidad de elegir no hacerlo, por ejemplo, porque es consciente de que ese es un acto espantoso.

En segundo lugar, Kaplan nos dice que la pedofilia no es una elección personal, sino que, según varias investigaciones científicas, parece tener un origen neurológico y por tanto, involuntario. Por ello, no debemos ver a los pedófilos que no han abusado de menores (otra cosa ocurre con pedófilos que sí lo han hecho, es decir: pederastas) como personas que optaron por un terrible camino, sino como personas que se encuentran en una situación en la que no eligieron estar.

Debido a estas razones es necesario reorientar el debate y entender que el abuso de menores podría prevenirse, si a los pedófilos se les ofrece el tratamiento médico y psicológico que necesitan para evitar que transgredan toda barrera moral y cometan un acto imperdonable: el abuso sexual de un menor.

Suena exótico, ya que en nuestro país tendemos a querer enfrentar todos nuestros problemas con la cárcel, y más uno como éste, pues la sola idea de que un adulto desee a un menor a muchos nos produce repugnancia. Sin embargo, este tipo de iniciativas ya se han implementado en países como Alemania y Canadá, donde se busca enseñar a potenciales agresores de menores a controlar sus impulsos sexuales, para evitar que éstos los lleven a hacer algo de lo que después se van a arrepentir.

La idea tras estos programas es que los pedófilos, si bien desean a menores, pueden resistir la tentación de sus deseos, ya que saben que si les dan rienda suelta pueden hacer un daño terrible. Para facilitar esta resistencia, es útil ofrecerles una terapia adecuada que les enseñe a controlarse y que les recuerde que, aunque ellos no tienen la culpa por sentir lo que sienten, siguen siendo responsables de sus acciones. Es decir: que a pesar de que no son responsables por ser pedófilos, sí lo serían de volverse pederastas, pues nada excusa la realización de un acto tan atroz.

El abuso de menores es un problema muy serio, que debe ser enfrentado desde diferentes ángulos. Los pederastas (es decir, quienes han abusado de menores) merecen un castigo ejemplar por sus acciones y por el daño que han causado, eso es evidente. Pero estas medidas punitivas pueden ser complementadas con políticas públicas de prevención del abuso, que eviten que este tipo de tragedias tengan lugar. Díganme ustedes: ¿no les parece que vale la pena ofrecer un tratamiento médico y sicológico a los pedófilos (es decir, quienes desean a menores pero no han abusado de ellos), si eso va a servir para que haya menos casos de abuso sexual de menores y, en consecuencia, menos sufrimiento humano? A mi juicio, valdría la pena intentarlo.

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