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50 años después…

Por: ANDRÉS FELIPE TOBÓN VILLADA (@tobonvillada)

50 años después de finalizada la vida del pensador de Envigado (que se cumplieron el 14 de febrero de este año) , cientos de preguntas sobre su obra se ciernen cual fantasmas que esperan ansiosos la hora de su redención. ¿Cientos? Cientos. Preguntas que, además, cumplen con la característica de versar sobre toda temática posible: estética, política, lógica, fenomenología, moral, entre otros.

La posibilidad de que tal abanico de preguntas pueda tener lugar, es una muestra lo bastante clara como para reconocer la grandeza intelectual del filósofo antioqueño. En efecto, su temprana obra, y la continuidad de su genialidad hasta el final de de sus días, llevan a que los lectores queramos siempre más. Que, no contentos con sus pensamientos y meditaciones, busquemos construir en ellos una teoría apenas esbozada, como si fuese necesario que el autor dijera más de lo dicho.

De hecho, una de mis preocupaciones fundamentales a la hora de acercarme a la hora de González versaba sobre la posibilidad de hallar algún esbozo de teoría política que permitiera dar luces sobre este fenómeno temático en Colombia. El camino recorrido fue ampliamente frustrante. No porque González careciera de los elementos de que goza una teoría política, sino porque el autor elude voluntariamente una apuesta de este carácter. Cuando creía ver esbozada una teoría política liberal, González nos recuerda que tal cosa no existe en Colombia. Nos recuerda que los liberales y los conservadores no se distinguen en su pensamiento, y nos dirige incansablemente hacia una teoría vitalista de la personalidad cuyo fin se halla en la superación del complejo de hijo de putas que invade la nación colombiana. Una nación sin nación, que teme de su historia, y es una vil importadora de verdades ajenas.

El genio de Envigado construye, en su narrativa filosófica, una teoría de la autenticidad que invita pedagógicamente, por medio de un vitalismo que se pretende como escape de la muerte, al autorreconocimiento de los colombianos como colombianos. En medio de una sociedad espantada de sí misma. En medio de autores absolutamente originales que, como Gómez Dávila, sentenciaban: El intelectual suramericano importa, para alimentarse, los desechos del mercado europeo (Escolios I), González escribe, a  lo mejor, con la esperanza de salvar a los colombianos de la simulación e invitarlos a la autenticidad.

 

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