Hay algo que, al caminar por la calle, me impresiona cada vez más: aumentan los almacenes dedicados a mascotas, mientras disminuyen los para niños. ¿Cuándo empezó este cambio? Hace talvez unos ocho años, al tiempo con un proceso gradual y continuado de aumento de las parejas que no quieren hijos, que los sustituyen con la compañía de una mascota, generalmente canina, a la cual le dedican atenciones, tiempo y mucha plata; basta ver los almacenes especializados en productos para animales, plenos de productos y chécheres importados, caros e inútiles, mientras que escasean los para niños que, además no tienen el brillo y la oferta, de los para mascotas. El caso más claro, es el de los perros, “el fiel compañero”, que siempre lo ha sido, eso sí, sin dejar de ser perro, pero que hoy lo transformaron en una cuasi persona; y esto vale tanto para el perro del rico, como para el del pobre, con la diferencia que el primero vive “a cuerpo de rey”. Ya el perro no se queda, como antes, cuidando la casa; subió de status y pasó de celador a compañero, bien para caminar por la calle o para ir al restaurante o al almacén; en los viajes en avión, van al lado o a los pies ya no de su amo, sino de su compañero. Antes, los pocos que viajaban, lo hacían enjaulados en la bodega del avión.

Para mí, ésta es de las principales y más elocuentes expresiones de la crisis de un mundo sin horizontes, donde se vive sumido en el momento presente, sin ataduras ni compromisos, y en medio de una soledad creciente, con un celular en mano que, en nuestro aislamiento, que nos comunica pero mata la vieja socialización nacida en el contacto directo entre personas que, desde los tiempos de las cavernas, ha sido el alimento fundamental de la sociedad, de la vida en sociedad y de la convivencia.

 Con las mascotas se pretende llenar el vacío dejado por la socialización entre humanos, que se perdió, y paliar la creciente soledad; permiten expresar sentimientos que ni comprometen ni están amenazados por el rechazo o la indiferencia.  El perro siempre volea la cola, es su manera de manifestar sus “sentimientos de amistad”, su cercanía; y lo hacen naturalmente. Lo sé porque me crie en una finca con perros libres y cariñosos, donde nadie pretendía que llevaran una vida “que no fuera de perros”, de perros felices.

Veo en esto, un claro síntoma de la crisis de incomunicación que vivimos, en las relaciones entre las personas. La comunicación es el pegamento básico de la vida en sociedad, que hoy se está vaciando de contenido, quedando reducida a relaciones funcionales frías, egoístas y sin horizonte de futuro. La sociedad humana está bien enferma; así como en la vida económica ya solo vale la ganancia rápida, puramente extractiva y no productiva, enriquecedora de personas, pero no a la sociedad, la comunicación entre personas quedó reducida a ser puramente funcional, sin sentimiento ni empatía. Y ahí es donde las mascotas entran a llenar el vacío vital en que vivimos.

 Lo anterior no es contra ellas; es solo una reflexión sobre la creciente sinrazón de la vida actual ¿Se pretende con las mascotas llenar la ausencia del otro?

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