Soy de los colombianos que han tratado, sin éxito, de descifrar al Presidente. Tarea compleja, salvo que se acuda al facilismo de afirmar que es comunista, al decir de los unos, mientras los otros ripostan que Petro es, según su propia versión, uno más de los colombianos víctimas de las más oscuras y corruptas fuerzas de una burguesía reaccionaria que, durante dos largos siglos de parodia democrática, ha untado sus manos con la sangre del pueblo y llenados sus bolsillos con el robo al pueblo. Robo que habría impedido que Colombia se haya podido desarrollar como una democracia plena y soberana, reduciéndola a su condición de colonia del capitalismo mundial. Vuelan insultos de lado y lado que, en vez de aclarar, enturbian el escenario actual y el futuro nacional.

Mantengo una discusión de sí Petro es marxista; creo que no. Su modelo, de alguna manera, su guía, es Hugo Chávez, con el cual tuvo amistad y cercanía en sus análisis y propósitos. Los acerca  su lenguaje de izquierda, que disimula su verdadera naturaleza, populista y nacionalista – actitudes y posiciones que suelen ser complementarias –, lo que les permitió cabalgar en el desgaste de la democracia y de la política convencional, reducidas a vacíos cascarones, que han empleado como mascarón de proa para establecer regímenes caudillistas, envueltos en una aureola mesiánica, antesala del autoritarismo, metamorfosis que suelen sufrir  gobiernos con banderas de izquierda, especialmente en nuestro continente.

Lo que no está claro es si el Presidente entiende que el chavismo y el petrismo, aunque compartan una base ideológica común, nacional y populista con envoltura izquierdista, se dan en contextos históricos diferentes, haciendo que, de entrada, sea fallida su pretensión de “trasplantarlo” a nuestras tierras. Y lo es en dos aspectos definitivos.

 De una parte, el económico, pues Chávez ganó las elecciones y gobernó en tiempos de una fuerte y durable bonanza de precios del petróleo.  Petro en cambio, enfrenta una situación económica nacional e internacional, de estrechez e incertidumbre, debiendo, por todos los medios y argucias, aumentar los recursos sobre cuya utilización pueda disponer, para lo cual busca disparar la participación y el control estatal en las empresas y en las políticas públicas (pensiones y salud…), donde está establecida y consolidada la cooperación o complementación entre estado y empresarios. Si por esa vía lograra aumentar los recursos públicos, lo haría con un enorme costo para los ciudadanos, especialmente para los sectores medios, por la desorganización que crearía en la operación de las entidades públicas, algo que Chávez no tuvo que hacer, pues los mayores ingresos los recibía directamente de PDVESA, una empresa que era estatal; si aun así, Venezuela terminó en un estado calaimotoso, ¡imaginemos como quedaría Colombia! 

La otra diferencia está en el ámbito del poder. Chávez era militar y los controlaba y asociaba a sus aventuras. Desde Bolívar, las dos fuerzas militares son bien diferentes en su papel o relación con el poder y la sociedad. Este cuadro desnuda la imposibilidad concreta del proyecto petrista, pues no tiene el poder, la palanca que tuvo Chávez.

 La pregunta es, ¿quedará Petro reducido a ser un megalómano, sumido en su delirio? Desperdició el hecho político de que puntos centrales de su propuesta son importantes y muchos colombianos de distintas condiciones, los votaron, pues hay conciencia de la necesidad de cambios. El fracaso del actual gobierno, aplaza su realización. Después de este despelote, el país va a tener una doble tarea, arreglar el desorden dejado y adelantar la tarea transformadora que Petro ofreció al país y a sus electores y que incumplió. El pospetrismo debe ser hoy, nuestra mayor preocupación.

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