Cada hombre es una criatura de la época en que vive; unos pocos son capaces de elevarse por encima de las ideas de su tiempo.

Voltaire

Los escépticos hemos ido creciendo en número. Incluso muchos católicos son escépticos que no pueden cambiar el troquelado que sufrieron en la infancia, pero que viven sus vidas practicando el escepticismo. Sin dudas, creer para obedecer ha sido un aspecto fundamental en la formación de las sociedades organizadas. Cuando se piensa en la construcción de las pirámides de Giza resulta evidente que los seres humanos deben creer ciegamente en el poder de un jefe para ser capaces de obedecerle, hasta el punto de actuar como hormigas y con el sudor de sus frentes montar piedra sobre piedra hasta formar la gran termita o pirámide.

Ser escépticos, ¿será una condición genética? No se sabe, pero se sospecha que la química cerebral influye. En su libro The Believing Brain, Michael Shermer (Times Books, Nueva York, 2011) explica el cerebro como una máquina de creencias que recoge información por medio de los sentidos; información flotante en la realidad, en el mundo externo, y lo hace en forma de patrones a los que luego les dan significado. Cuenta como los creyentes tienden a encontrar más sentidos en patrones o en configuraciones que son solo ruido, mientras que los escépticos no lo hacen. La psicóloga experimental Susan Blackmore descubrió que la gente que cree en la percepción extrasensorial tiende a ver en conjuntos de datos sin sentido evidencia de lo paranormal. La cantidad de dopamina en el cerebro también influye en su funcionamiento: más dopamina, mayor capacidad de creer en cualquier cosa; así lo descubrieron Peter Brugger y su colega Christine Mohr. Cuando trataban de conocer la neuroquímica de la superstición y del pensamiento mágico notaron que las personas con altos niveles de dopamina eran más propensas a encontrar significado en las coincidencias y a ver patrones con sentido donde adrede había desorden de imágenes o letras.

Para ser escéptico sin tener un cerebro escéptico es necesario haberse criado en una familia escéptica. Los sicólogos saben que la infancia es una época en la cual somos como de plastilina; las creencias, el idioma, la forma de vivir, el afecto y muchas otras cosas como el partido político se fijan de manera casi que indeleble según las enseñanzas recibidas. Además quedamos ciegos para ver ventajas claras en otros mundos diferentes del nuestro.

Definamos qué es ser un escéptico. En palabras sencillas, escéptico es ese que no come cuento, que no cree que la información que recibe sea verdadera solo porque esté escrita en un libro o la diga alguien importante. Se repite una y otra vez la frase: la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero; y no acepta la veracidad de un hecho simplemente porque “así esté escrito”. En el mundo contemporáneo, en el que todo comienza a estar en internet, en el que nos movemos de un blog o de un artículo a otro sin conocer las credenciales de sus autores, sí que es verdad que la información falsa se mezcla con la verdadera. También hay creencias que están en el mundo de lo probable, de las cuales no hay seguridad completa. El escéptico no cree en las palabras de su amigo porque sea su amigo; recibe la información pero con filtro, el de la duda. El escéptico es un enamorado de la búsqueda de la verdad, y para encontrarla pone en ejercicio ciertas reglas y comandos mentales. El primero es desconfiar de la “Tradición”, la “Autoridad” y la “Revelación”.

Creer por tradición es creer por el mero hecho de que otros han creído y desde hace tiempos. Un día la tierra dejó de ser plana y la evidencia fue tal que la tradición se tuvo que corregir. Adán y Eva han dejado de ser dos humanos para convertirse en una metáfora, por la misma razón. Con Juan Pablo II, el infierno, ese lugar terrorífico, siempre en llamas, se convirtió en el rechazo o alejamiento definitivo de Dios. Creerle a Juan Pablo II o al que sea sobre el infierno o sobre el paraíso es creerle a la autoridad, es creer sin ninguna demostración. Las sensaciones interiores mías o tuyas tampoco importan, pues muchas causas pueden tener, por lo que pueden a veces resultar verdaderas o falsas; así que una revelación, sin que importe de quien provenga, jamás aportará eso que el escéptico llama prueba.

La intuición para el escéptico es reconocimiento. No estás consciente de todos los datos que posees, pero tienes buenas indicaciones. Por ejemplo, intuyes que tu pareja te ama porque reconoces muchos pequeños actos como formas de amor. No hay nada mágico, hay reconocimiento. Para fiarnos de una intuición buscamos datos que la corroboren. Una amiga mía escéptica rompió relaciones con su pareja. Él alegaba que la amaba, pero siempre estaba muy ocupado y nunca tenía tiempo para verla, llamarla ni visitarla. Ella prefirió creer en los hechos y no en la “verdad” que él sostenía.

Por nuestra propia experiencia es probable que nunca tendremos evidencia de la existencia de los átomos, de los electrones o de que la luz viaja a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, pero se puede investigar qué pruebas existen a favor, o realizar los experimentos pertinentes, y entonces confiamos en ellas. Confiamos en que las razones que sustentan esas creencias son buenas y no provienen de ideas heredadas por mera tradición. Confiamos en los experimentos que otros han realizado, después de ver los resultados. Nos preparamos, el día del eclipse de sol, con instrumentos para observarlo (predicción de astrónomos), pero no lo hacemos el día del fin del mundo, según las predicciones de los Mayas.

La ciencia, como camino para buscar ideas confiables, parecería una elección con la misma validez de cualquier otra; sin embargo, presenta una sustancial diferencia en sus métodos y resultados. La ciencia no depende de la tradición ni del estatus de la persona que hace la afirmación; no, de hecho está siempre renovándose, ajustándose a los nuevos experimentos y nuevas confirmaciones, demostraciones o falseamientos de sus hipótesis. El escéptico puede no ser un científico pero confía en los métodos de la ciencia.

A los escépticos, rebeldes de pensamiento, debemos las grandes teorías: Newton olvidó lo que lo que griegos antiguos decían sobre el universo y sus leyes; Einstein negó muchas cosa que decía Newton y sus contemporáneos. Los creadores de la mecánica cuántica, Planck, Shröedinger y Heisenberg desafiaron las verdades de sus antecesores. La ciencia, las verdades de la ciencia, según Karl Popper, están siempre en periodo de prueba, a la espera de su refutación o cambio. Lo que se cree por fe no se puede discutir, renovar ni cambiar.

El escéptico primero observa cuidadosamente con el objetivo de buscar, de identificar un problema, un asunto, una verdad, un patrón; después, ya identificado el asunto, recopila evidencias que comprueben o refuten sus hipótesis, generaliza, promedia, deduce. La observación no es siempre visual, es también estadística o de observación de otros sucesos similares e igualmente obedece a una lógica. Luego, busca hallar confirmación a las predicciones que resultarían de su hipótesis y la coherencia entre resultados y predicciones. Tú aseguras que lees la mente, le dice un entrevistador al supuesto hombre portador de especiales poderes; luego, le da una cachetada y le dice ¿por qué no previste que yo haría esto? Es un chiste, un video de esos que circulan por Internet, pero comprueba con crueldad la falsedad del charlatán. Nunca hemos visto un hombre calvo que haya recuperado su melena después de usar los cientos de productos que se ofrecen para la caída del cabello. Es muy probable, piensa el escéptico, que tal producto no exista todavía. Lo mismo se aplica a aquellos que sirven para quitar las arrugas o la celulitis, ah, o a los que sirven para adelgazar, ¡ya se sabría!

El escéptico desconfía de las malas observaciones, su pensamiento es siempre crítico. Muchas personas alegan haber visto ovnis o brujas o fantasmas. Cuentan sus historias con seriedad, y muchos no mienten. Como el cerebro completa y construye y además bajo tensión o privación de estímulos inventa, el escéptico ve, en la narración, los huecos, resanados con el “deseo” o con el “miedo”.

El escéptico sabe que la baja probabilidad de que un evento ocurra no excluye la posibilidad de que ocurra. Los eventos improbables a lo largo de la vida se vuelven probables. La contingencia en las relaciones de causa y efecto pueden hacerlas muy difíciles de encontrar, lo que es bueno en una situación puede ser desastroso en otra. Equivocase es muy fácil, los expertos también se equivocan porque el mundo es complejo.

Ser escéptico es un ejercicio de la razón, es un ejercicio de control de las emociones. Es practicar el hábito de cuestionarse si lo que se está haciendo es bueno y si lo que se cree es confiable. Es obligarse a cambiar de creencia cuando la evidencia contradice la hipótesis. Es tener la disciplina de investigar y de dar prioridad a lo que es verdad sobre lo que queremos que sea verdad. Que no sea uno mismo el primero en decirse la mentira deseada.

El escéptico no puede enseñar a sus hijos en qué deben creer sino cómo deben pensar. Los beneficios son muchos. El beneficio más grande del conocimiento no es saber sobre algo que ya pasó sino poder predecir lo que todavía no ha ocurrido. En un mundo tan lleno de incertidumbre, saber qué va a pasar después, qué consecuencias tiene una acción, otorga ventajas significativas al que puede hacerlo. Todos lo hacemos naturalmente, esas son las ventajas del conocimiento, y todos aprendemos, pero el conocimiento basado en la evidencia se equivoca menos en su capacidad de predecir.

Si un conocimiento no se puede verificar no es útil. Suponga que le han dicho una frase secreta que debe repetir cien veces cada día. Le aseguran que después de hacerlo bajará de peso. Ahora, se repite el experimento, pero le aseguran que usted, en vez de bajar de peso, va a ganar seguridad en sí mismo. Entonces el probando pregunta cómo va a saber si ha ganado seguridad en sí mismo. La respuesta es vaga, algo así como: no, usted va a sentirse más seguro. En el primer caso, solo se necesita la balanza para comprobarlo; en el segundo, no se han entregado puntos claros para calificar, que demuestren la ganancia en seguridad. El escéptico experimenta con efectos que se puedan medir. Por ejemplo, toma medicinas cuya eficacia haya sido comprobada, y cuando no nota mejoría averigua, y si nada ocurre las suspende.

El escéptico cae menos frecuentemente en el engaño. El hábitat humano ya no es la naturaleza, son las ciudades, pero sobre todo es y han sido los otros humanos, el nicho social. En esa interacción social, que es muy compleja, las ventajas de ser escépticos son muchas: sirve para crear relaciones directas, claras y equitativas, también para evitar el engaño de embaucadores, y los hay por millones. Los escépticos ahorran mucha plata: no consultan adivinos, no compran brazaletes con poderes, no acuden a las medicinas alternativas ni al psicoanálisis, no atienden los anuncios de productos cuasi fantásticos para cortar cebolla, apio o repollo. Ser escépticos nos hace más sanos y más felices, pues somos conscientes cada día de la maravilla que es la vida, de la oportunidad única que es haber nacido; recordamos que una vez se termina no hay más.

El escéptico no se agacha ante la “autoridad”, su sentido de la dignidad es mayor. No está dispuesto a hacer genuflexiones ni a adorar a nadie ni a nada: budas, estatuillas de la virgen, libros sagrados, presidentes. Trata de hacer juicios imparciales sobre los demás. Como ve el mundo sin la oscura lente de las ideologías, los demonios se esfuman con los espíritus de toda índole. Sin ideologías, la mujer gana los derechos que fueron exclusivos del hombre. No obedecemos al marido ni nos quedamos casadas para siempre, cuando somos infelices en el matrimonio, evitamos los hijos, si así lo deseamos y de ser necesario abortamos. No encontramos ninguna razón que justifique perder la libertad de elegir una pareja del mismo sexo.

El escéptico no tiene que privarse de trabajar el Sabah o el domingo, puede comer carne el viernes porque no hay días santos, y morcilla confeccionada con sangre de animales, o peces con escamas y sin ellas y sin pasar por las manos de un rabino. Hace sacrificios que redunden en el bienestar de los demás, pero no sacrificios absurdos. La oración y el ayuno son tipos de soborno que se hace a las divinidades.

El escéptico no puede responderse todas las inquietudes ni preguntas, claro que no, pero tampoco está dispuesto a aceptar cualquier respuesta. Acepta la idea de que no hay manera de encontrar buenas explicaciones a todos los acontecimientos del mundo, pero se maravilla de lo desafiante que puede ser la búsqueda de la verdad y de las gratificaciones que trae ser escéptico.

El artículo salió en la Agenda Cultural Alma Máter de marzo de 2013.

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