Mirabilia

Publicado el Camilo Hoyos Gómez

Un paseo con Cortázar (de la A a la Z)

 

Cortazar de la A a la Z (1)

 

El próximo 29 de enero se publica el libro-homenaje Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico, editado por Aurora Bernárdez y Carles Álvarez. Objetos y textos del autor dialogan gracias a un impecable trabajo de edición y un grandioso diseño de Sergio Kern. Que se sepa de una vez: no hay ni habrá mejor homenaje en el centenario del nacimiento del autor. Hay que prepararse para una verdadera joya no solo cortazariana, sino bibliográfica.

 

Cortázar fue un enemigo acérrimo de las parcelaciones: es decir, de las fronteras, de los límites que ayudan a separar los géneros literarios y los conceptos en general. Admirador de la obra del catalán Joan Miró, no en vano contempló su idea de las constelaciones —como los vanguardistas, surrealistas y tantos otros, comenzando por los románticos— para llegar a la conclusión de que la verdadera comprensión de las cosas no es un resultado de su diferenciación, sino más bien de su constante diálogo, de sus correspondencias. Los cuentos de Cortázar, en general, luchan contra la tajante división entre lo real y lo fantástico,  y a veces —y en algunas de sus mejores— la separación a cuajo entre el sueño y la vigilia. Cortázar busca la admisión de otras realidades en la nuestra; no solamente en la vida, sino también en sus libros y en sus géneros.

Si bien a Cortázar se le critica su época de compromiso político, la verdad es que durante esta época es que el argentino produce algunos de sus libros más interesantes para efectos de su propio divertimento y, en últimas, posición de vida: los álbumes, libros-collage, que son La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round  (1969). Quien conozca a Cortázar reconocerá en cada texto, dibujo, alteración de la fuente o del formato,  ese espíritu lúdico que tomaba el juego no solamente como divertimento sino como metáfora de la lucha contra el orden establecido. Como su nombre lo indica, son libros que todo lo presentan a manera de collage, utilizando para ello dibujos, recortes de periódico, poemas sueltos, citas, fotografías: lo que sea con tal de crear sentido una vez entra en juego con todo lo demás. No hay “orden”: hay un aparente flujo de conciencia lúdico, un collage. El collage, que es en su sentido más general, una lucha abierta contra un orden establecido, en la medida en que se toman elementos distantes para unirlos sobre un plano común y buscar su diálogo (ahí entra la gran frasecita de Lautréamont que tanto puso a pensar a Apollinaire y a los surrealistas, que no deja de ser la clave de cualquier collage: “bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección.”) El juego fortuito es aquello que nos hace olvidarnos de las reglas cartesianas y perder el sentido de la temporalidad. Una vez nos deshacemos del paso del tiempo, estamos de lleno en un escenario lúdico y fantástico.

Cortázar comenzó a escribir La vuelta al día en ochenta mundos en julio de 1965, para prometérselo no mucho después a la editorial mexicana Siglo XXI. A Paco Porrúa le escribe a mediados de julio de ese mismo año: “Hace mucho que tengo ganas de divertirme un par de meses escribiendo una especie de viaje alrededor de mi biblioteca (entendiendo esta última palabra en un sentido sumamente amplio, pues abarca revistas, noticias policiales, afiches y frases de cartas). … mezclar las alusiones y las referencias de la manera más heterodoxa posible puede resultar entretenido para el autor y para el lector.” A Eduardo Jonquières, en agosto del año siguiente: “El libro va teniendo de todo: criminología, pequeños cuentos, mirabilia, en fin, un almanaque.” En cuanto al diseño, le comenta ese mismo mes a Julio Silva, gran amigo suyo que fue también colaborador de la obra: “Me gustaría un libro con mucho viento adentro, blancos por todos lados, viñetas entre texto y texto, dibujitos raros en los márgenes, y otras astucias sílvicas y cortazarianas.” Es evidente que el divertimento y diversidad al que somete el libro no solamente responde a lo lúdico, sino que así mismo se ve como un espacio de libertad absoluta: permitir la unión entre ideas, imágenes y fotografías sin tener que recurrir a la lógica, a lo premeditado. La constelación, no la parcelación. Un espacio abierto, libre y transparente. En otras palabras: un libro en plena libertad de incluir lo que le venga en gana.

Pero resulta también interesante anotar que este intento por abrir las fronteras y cambiar las reglas de juego para un texto literario era una vieja propuesta en Cortázar. Imagen de John Keats, por ejemplo, es una especie de baúl aún por descubrir en la poética cortazariana. A mí lo que más me gusta es ese tono abiertamente desenfadado e íntimo a la hora de entrar a intimar con el poeta para así comprenderlo de veras: “Simplemente me divierte ir paseándome por mi memoria, del brazo de John Keats, y favorecer toda clase de encuentros, presentaciones y citas.” Caminar a su lado de gancho, “actitud más natural para conocerlo que la otra tan frecuente, en que al pobre lo izan en una nube mientras el crítico junta mesas y sillas para armarse una plataforma que no hacía la menor falta.” Romper los límites y permitir la unión del collage; Imagen de John Keats es algo así como el álbum fotográfico y poético de lo que fue ese paseo con el poeta. “No quiero que sea cosa de scholar; lo escribo sueltamente, con toda clase de diversiones y digresiones, con relatos marginales y analogías. Será un libro escandalosamente anti-universitario; por eso, espero, les gustará a los buenos lectores de Keats.”, le escribirá a Fredi Guthman.

Quien en realidad quiera rendirle un homenaje a Cortázar tendría que obrar de la misma manera que lo hizo éste con Keats; no a partir de lo rígido y de lo académico, sino a partir del paseo y de la libre confluencia de pensamientos, ideas, anécdotas, citas y versos sueltos. Por esto es que frente a Cortázar de la A a la Z estamos no solamente contemplando un libro que conoce y reconoce la obra del autor a partir de objetos y memorabilia textual, sino que además estamos frente a un homenaje que recurrió a su mejor fórmula para encumbrase como tal: escribirse desde los mismos deseos de su autor, para así darnos, sin lugar a dudas, las mejores páginas sobre Cortázar que hemos leído, y leeremos, en muchísimos años.

En el prólogo, Carles Álvarez lo define como un “diccionario biográfico ilustrado”, una “fotobiografía autocomentada”, una “antología de textos acompañada de objetos y cuadros que fueron suyos”. ¿Cómo se organiza? Palabras que se suceden alfabéticamente (como un diccionario) que luego se ilustran a partir del juego entre textos e imágenes. Cumple con la característica por excelencia del almanaque: crear un diálogo entre lo que se observa y lo que se lee.

¿Qué entradas de la a a la z permiten una introspección en la vida y obra de Cortázar? Bernárdez y Álvarez las reconocieron de sobra: “Abuela”, “Álbum de fotos”, “Anteojos”, “Buenos Aires”, “París”, “Intersticios”, “Horror florido”, “Rayuela”, “62 modelo para armar”, “Traducir”, “Leer”, “Viajar”, “Sergio de Castro”, “Ombú”, “Magia y poesía”, etc. Siguiendo la estela de esta terminología biográfrica cortazariana es que nos encontramos con el hermoso abanico japonés que perteneció a la abuela de Cortázar, o con tres pasaportes de Cortázar que muestran lo que fue su ascenso hasta llegar a medir casi dos metros, mirabilia, fotos de gatos, de amigos, de portadas, carnets para ingresar a museos, etc. Pero también está lo otro, los textos: una carta inédita con un “cabello auténtico” de Cortázar pegado, una carta de un John Howell real, una carta (una verdadera joya) inédita a Sergio de Castro, viejos y olvidadas selecciones de la obra narrativa y poética de Cortázar, intervenciones suyas en entrevistas tomadas de documentales, entrevistas sonoras, escritas, nunca publicadas: su diversidad y evidente sensación de desempolvamiento hace brotar mariposas olvidadas de la obra cortazariana. Es un juego, es una diversión. Pero sobre todas las cosas, es caminar con Cortázar por el sendero de su vida, de gancho, sobre la tierra, viendo lo que nunca antes se había visto, leyendo lo que ya se había olvidado. Como libro, es una joya; como obra cortazariana, es una especie de vademecum (del latín ven conmigo: paseo puro).

La portada es ese Cortázar sonriente sentado en el malecón habanero durante su primera visita a la isla. No tiene barba, tampoco anteojos, tan solo una sonrisa de incertidumbre frente a todo aquello que, sin saberlo (o quizás ya presintiéndolo) venía sobre sí. Esa sonrisa no es más que un espejo que recae sobre el lector. Nunca antes habíamos sentido a Cortázar tan cercano y tan amable: nunca antes lo habíamos visto de esa manera tan abiertamente misteriosa. Porque entramos en su juego de correspondencias fantásticas.  “Que quien mire las imágenes y lea las palabras que siguen, sepa –como la invitación que es su obra, como fue su vida- “ abrir las puertas para salir a jugar” reconoce de manera acertada Carles Álvarez en e prólogo.

Se trata, sin lugar a dudas, de una joya que se conservará por siempre.

 

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