Mirabilia

Publicado el Camilo Hoyos Gómez

En defensa de la Maga: 50 años de «Rayuela»

Este año Rayuela cumple cincuenta años de su publicación, y en el próximo se celebra el centenario del nacimiento de su autor, Julio Cortázar. Aprovechando los temas que surgirán durante estos dos años, no está de más regresar sobre una de las más vivas controversias: el supuesto carácter débil de sus personajes femeninos. Entre éstos, el de la Maga.

Muchos lectores y lectoras de la obra han establecido una especie de juicio radical: Rayuela es una novela machista. Encontraron un atentado contra la figura de la mujer, representado en el supuesto carácter débil de sus personajes femeninos. El ejemplo más sensible es el del personaje la Maga. Su supuesta falta de intelecto se evidencia hasta la ridiculez (eso piensan) cuando intenta estar a la misma altura intelectual del Club de la Serpiente. En otras palabras: esa errónea concepción de que la Maga es tonta y que no hace más que estar al servicio de Horacio Oliveira pareció ser no únicamente un reclamo de cierta crítica feminista, sino de muchos lectores desprevenidos que, indignados, cerraron la novela para siempre.

Esta errónea concepción parte en muchos casos de la descripción que se nos hace de la Maga, o de la descripción de ciertas escenas en las que ésta participa. Tres ejemplos sucintos: cuando la Maga agacha la cabeza antes de responder a una pregunta, “con el aire de quien presiente que va a decir una burrada”; el impertinente  suspiro de Gregorovius cuando la Maga le pregunta por un tal Lautréamont; ese momento en que Oliveira piensa: “Ahora ésta va a decir alguna de sus burradas”. Como si fuera poco, páginas más adelante uno de los personajes declara que la novela moderna (es decir, Rayuela) debería prescindir del lector pasivo, de aquél que no participa activamente en la lectura de la novela sino que prefiere todo masticado y organizado. La forma como nombra a este tipo de lector pasivo, de manera desafortunada, es “lector-hembra”. La suerte parecería echada para los personajes femeninos de la novela, sobre todo para Lucía, la Maga, quien, además,  llegó a París con el ingenuo sueño de convertirse en cantante profesional. ¿Habrá mayor lugar común?

Esta equivocación surge por lo que los otros personajes son y en apariencia la Maga quiere o necesita ser. Se tiende a enjuiciar a la Maga como si quisiera formar parte de un sistema de pensamiento lógico (el del Club) cuando en realidad desde el fondo de su concepción vital, nada está más alejado de la realidad novelesca. Hay una constante negativa de la Maga por experimentar el mundo y la realidad a través del intelecto; es decir, de comprender su realidad únicamente contando con los criterios de la razón y la lógica. La Maga, al contrario de Oliveira, no busca una nueva realidad puesto que, librada de antemano de la razón, vive en plena satisfacción con la suya. Rayuela es en sí misma una búsqueda de otro tipo de concepción de realidad. Oliveira quiere dar con algún proceso que no se rija por las viejas y oxidadas herramientas occidentales que usamos normalmente para comprender nuestra naturaleza y mundo circundante (la razón, la lógica, la temporalidad, etc.) Desconfiando de todo lo que le rodea (cosas, conceptos, ideas, sentimientos), busca una nueva manera de organizar y comprender el mundo. Su gran maldición (y lo sabe de sobra) es que no consigue librarse de esas caducas reglas para poder llegar a ese otro estado, que a veces llama centro, otras mandala, y resume en “kibbutz del deseo.” Cae en las trampas de lo racional una y otra vez. Como él mismo se define, no es más que un “papagayo enjaulado leyendo a Kierkeegard.” Su búsqueda es fallida, en la medida en que comprende que él no cuenta con lo fundamental para poder volcar por completo su realidad.

La Maga, al contrario, es la gran triunfadora de la novela: es la ejecución de un nuevo sistema de pensamiento, alógico, basado en la fatalidad y en el azar. Como si fuera una atea que ni siquiera contempla la posibilidad de un Dios, se acerca tímidamente a las discusiones intelectuales del Club como quien mira desde fuera de una jaula a un animal raro, contaminado por algo que ella misma desconoce, pero que poca o nula falta le hace. Esta dicotomía de pensamiento entre los dos personajes se ve en el estilo mismo de la novela: mientras que las descripciones que tenemos de las grandes disquisiciones metafísicas de Oliveira son muchas veces pesadas, acartonadas, enjauladas y poco líricas, aquellas de la Maga resultan las más sugerentes de todo el texto: sus ensoñaciones poéticas corren el velo hacia ese otro mundo que, librado de la lógica y la razón, ofrece un misterio vital encarnado en objetos fascinantes y encuentros maravillosos.

Para Lezama Lima, la Maga es una “concreción de nebulosa”. Es decir, un ser inasible, etéreo y fugaz. A esto se le suma su ubicuidad a lo largo de la novela, presente desde sus primeros capítulos. ¿Puede acaso Oliveira, cuando se pregunta si encontraría a la Maga en el Pont des Arts, imaginarla tan sólo allí? De ninguna manera: sabe que podría estar en el puente, pero también podría estar en los portales del gueto del Marais, o en el Boulevard de Sébastopol, o en el Parc Montsouris, o en la Place de la Concorde (más tarde desaparecerá para siempre, y Oliveira creerá que se lanzó al Sena). En su incertidumbre (tanto espacial como mental) es un personaje “cuyo centro está en todas partes pero su circunferencia en ninguna”. Por su carácter voluble resulta inasible para un pensamiento lógico y racional: como aquél de Oliveira, que no puede pensar sin ayuda de la razón; como aquél del lector o lectora que ve en este personaje una mera e indignante crítica machista.

 

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