• El ayacuchano Miguel Angel Núñez dedicaba sus días a ser pescador en las riberas de Ventanilla cuando ocurrió el derrame de petróleo en el terminal marítimo La Pampilla, en enero de 2022.  
  • Con dos hijos menores de edad que alimentar, se vio forzado a probar otras actividades laborales para subsistir. Ahora engorda chanchos en su criadero donde se puede ver el mar de Ventanilla.  

Lejanos son los días en que Miguel Angel Núñez Cuba salía rumbo al mar desde su casa en Pachacutec, Ventanilla, a las cinco de la mañana, junto a tres de sus hijos mayores. La familia apresuraba sus pasos para aprovechar mejor el día y regresar con un ingreso económico que valiera la pena. Bahía Blanca o Santa Rosa eran usualmente las playas elegidas. Mientras uno de los hijos preparaba el desayuno, los demás lanzaban sus anzuelos o sus redes, dependiendo de la temporada. La pesca artesanal es un trabajo que Núñez aprendió de un vecino, cuando se mudó a Pachacutec hace casi 15 años.

Cerca de la orilla lanzaban el cordel con los anzuelos para obtener los 25 kilos de pescado que, por lo general, conseguían tras unas horas, y que luego llevaban a vender a otras personas de la zona por encargo. La modalidad de trabajo, llamada pesca de pinta, no era la única forma de laborar. “Uno de mis hijos también llevaba su traje de buzo, se sumergía y colocaba una cámara especial para capturar algunas especies. Entre todos jalábamos la malla que funcionaba de trampa. Cuando salía el pescado era una alegría”, cuenta. Los pescados iban llenando las jabas de la familia, listos para la venta.

Miguel Angel Núñez, pescador artesanal, le muestra a su hijo la zona afectada tras el derrame de petróleo en el 2022 en Lima, Perú. Foto: Angela Ponce

Miguel Angel Núñez recuerda que cuando empezó en este oficio pescaba lorna y pejerrey, peces pequeños que habitan el Pacífico. “A medida que vas conociendo poco a poco aprendes de especies, vas innovando, buscas la rentabilidad del mercado. Entonces buscaba otras especies selectas: pintadilla, chita, lenguado, pejesapo, cangrejos, corvina”. Esta pesca selecta de peces considerados de calidad le permitió obtener, en un día, ingresos equivalentes a lo que conseguía durante una semana realizando otros oficios. Antes de dedicarle su vida al mar, Miguel Angel Núñez tenía un taller de carpintería y metales. En ese entonces, no imaginó que algún día sería líder entre un grupo de pescadores.

Fue en 2014 que Miguel Angel Núñez se unió a la Asociación de Pescadores Artesanales, Estibadores de Playa Bahía Blanca, organización que nació ese mismo año. Soñaban con pavimentar el piso de tierra del local de la asociación y capacitar en el oficio a generaciones más jóvenes. Sin embargo, en enero de 2022, con el derrame de más de 11 mil barriles de petróleo en la terminal marítimo La Pampilla, operada por la multinacional Repsol, los anhelos se esfumaron. Las áreas en las que pescaban Núñez y sus hijos fueron las primeras en ser afectadas.

Cuando se dieron cuenta de la magnitud del derrame, Miguel Angel Núñez y otros pescadores se reunieron para ir a la sede de la refinería de Repsol. Querían averiguar qué es lo que había pasado, pero allí nadie tomó en cuenta sus reclamos, dice. Lunes, martes, miércoles, los días pasaban y solo cuando las autoridades peruanas intervinieron, los escucharon.

“Nosotros pensamos que Repsol podría darnos una compensación por los días afectados por no poder pescar y una canasta familiar, pero no pensamos cuánto tiempo iba a durar eso y cuánto nos iba realmente a afectar”, cuenta al recordar aquel enero de 2022.

La canasta familiar con alimentos que recibieron se agotó en una semana. Algunos pescadores, conocidos de Miguel Angel Núñez, se enfermaron de preocupación y las esperanzas de llegar al fin de la emergencia se fueron desvaneciendo. El ayacuchano que se mudó hace 15 años a Pachacutec, no volvió al mar.

“Me vi obligado a olvidar la pesca. Por más que quisiera volver a pescar no puedo, en mi mente está metido que el mar está contaminado, que las especies están contaminadas”.

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Nuevos rubros ante la incertidumbre

El pescador recordó el consejo que le dio un amigo hace 18 años: “Para ser exitoso en la vida solo hay tres cosas: uno debe ser trabajador, ser ahorrador y ser perseverante”. Ante la imposibilidad de pescar, Núñez analizó los riesgos de iniciarse en la porcicultura.

El negocio de la crianza de cerdos criollos se presentó como una luz en su vida y empezó a aprender sobre la alimentación balanceada de los porcinos. A solo unas cuadras de su casa en Pachacutec y con vista al mar, se encuentra su criadero con 60 cerdos de todos los tamaños y edades. Una puerta de madera pintada de color celeste, como el mar que se ve de fondo, y un piso de cemento que tiene grabada la palabra “Welcome” dan la bienvenida al espacio que se acondicionó a finales del 2022 para los primeros 11 animales.

Ante la imposibilidad de pescar, Núñez analizó los riesgos de iniciarse en la porcicultura. Foto: Angela Ponce

Miguel Angel Núñez ingresa al criadero por un camino estrecho para supervisar a los cerdos que llevará a vender al camal. El menor de sus hijos de 10 años lo acompaña, lo sigue jugando, pero luego de unos segundos retrocede, no quiere entrar. El gruñido y el tamaño de la piara lo asusta. Prefería el mar, dice su padre. De no ser por el derrame se hubiera convertido también en pescador, como el resto de la familia.

La porcicultura no es la única actividad a la que Miguel Angel Núñez decidió migrar. Hace un tiempo ya había pensado en emprender un negocio con la siembra de paltas, pero los desafíos tras el derrame le impidieron concretar su iniciativa. Junto al taller que tiene en casa todavía permanecen las bolsas de plástico negro que sirven de macetas de los paltos agonizantes que no pudo sembrar por falta de tiempo y capital. Debía ir de un lado a otro como representante de su asociación y no podía trabajar. Las hojas marrones y verdes de los pequeños paltos cayeron sobre la arena.

Hace un tiempo ya había pensado en emprender un negocio con la siembra de paltas, pero los desafíos tras el derrame le impidieron concretar su iniciativa. Foto: Angela Ponce

Pese a que se encuentra registrado en el padrón de pescadores afectados por el derrame de petróleo, Miguel Angel Núñez dice solo haber recibido un monto inicial de 3 000 soles que equivalen a unos 800 dólares, y no ha logrado un acuerdo de compensación final con Repsol. A inicios de abril fue a preguntar el por qué de los montos de indemnización que ofrecía la empresa. “Me dijeron que habían analizado e investigado que los pescadores no ganan más de 800 a 1000 soles mensuales. No valió el estar acreditado como pescador, ni el tener mi carnet del 2014, ni estar reconocido por el Ministerio de Producción. Yo no ganaba ese monto, y eso que no veían la salud y cómo nos han afectado. Es un abuso, no es así. ¿Dónde están mis derechos? No se trata de andar mendigando a una empresa grande”, dice.

De ganar entre 400 a 700 soles al día, Núñez ha visto disminuidos drásticamente sus ingresos, y todavía no ve las utilidades del negocio de los chanchos. “Quizá vea [las ganancias] de aquí a uno o dos años”, dice al pensar en la inversión y el sacrificio que ha realizado su familia al buscar generar ingresos.

Según el estudio de valorización económica, realizado por la ONG CooperAcción para analizar los impactos del derrame, las compensaciones —que según Repsol se encuentran entre los 50 000 y 70 000 soles (entre 13 000 y 18 300 dólares)— no representan una pérdida real y fueron dadas de manera arbitraria, punto que también fue advertido por la Defensoría del Pueblo. Además, la reparación civil para compensar la pérdida sufrida por los pescadores tampoco avanza. Eso era lo que perseguía la demanda por 4 500 millones de dólares que presentó en 2022 el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual (Indecopi), en contra de Repsol. Ese caso “está abandonado por Indecopi”, asegura Henry Carhuatocto, abogado del Instituto de Defensa Legal del Ambiente y Desarrollo Sostenible (IDLADS), una organización que se hizo parte de esa demanda como tercero interesado.

Desde hace dos años los implementos de pesca de Miguel Angel Nuñez acumulan polvo en un rincón de su casa. El traje de buzo, las aletas, las herramientas de pesca, la red y sus anzuelos son hoy lejanas pruebas de lo que alguna vez fueron los sueños de un pescador pintero. “Ya no quiero ser pescador”, dice Nuñez, y se sorprende al decirlo, como si lo dijera en voz alta por primera vez. “No sabemos cuidar nuestra biodiversidad, matamos. Si yo volviera a mi rutina [antes del derrame], estaría haciendo daño a la sociedad porque esas especies siguen contaminadas”, dice.

Hasta ahora no se han aprobado los planes de rehabilitación que son necesarios para recuperar las áreas afectadas. Por lo mismo, volver a la pesca es una idea descartada, pero también lo es olvidarse del mar.

“¿Qué quiero ser?”, se pregunta Miguel Angel Nuñez. “Ahora quiero criar algas, mariscos o alguna especie de pez en el mar”, responde. Quizás, reflexiona, teniendo el control de lo que cría, así como lo hace con sus cerdos, podría trabajar tranquilo, seguro de que todo ya está libre de petróleo.

*Imagen Principal: Miguel Angel Nuñez, pescador artesanal, observa la zona afectada por el derrame de petróleo en el 2022 en Lima, Peru. Foto: Angela Ponce

*Nota del Editor: Esta crónica es parte de una serie de perfiles de pescadores afectados por el derrame de Repsol. Las respuestas de la empresa fueron incorporadas en el tercer perfil. Para acceder a él picha aquí

El artículo original fue publicado por Leslie Moreno Custodio en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.

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