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Dos

Flickr, GettysGirl4260
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Andrea Jiménez (*)

Debí darte diáfanas dudas.

Debí decirte de duendes, doncellas, damas.

Dibujarte dioses divinos, de danubios dóciles.

Debí dedicarte Dickens deliciosamente.

Donar de delicadas dulzuras dianas dilatantes.

Días de donaire, dolores de domingo.

Difícil dilación decirte “después”.

Diademas doradas derramó diciembre; dosis de demasía.

Dando diretes domados, desengaños disímiles, dijiste detalles, datos descifrados.

Diestros desaires dormidos dejaron dichos dilemas.

Danza de desamor.

La señora de la casa

La señora de la casa está sentada, lleva vestido estampado y una cadera vaporosa. La señora de la casa es costeña, tiene raíz en su cabello y un lazo amarrado a su espalda. La señora de la casa no cela, no sabe preparar arroz con leche ni preocuparse por la novela de las ocho. La señora de la casa es esbelta, tiene un amor atrapado en el pecho y una extraña fijación por las tartas.

Duerme y come, ríe y sueña

La señora de la casa está enferma, la sopa le sabe a agua y el dedo se desangra por un pinchazo de espina. La señora de la casa lee Shakespeare, no le gustan las comparaciones y no sabe qué significa definición. La señora de la casa odia la playa, los gatos, los perros y el olor a salmón.  La señora de la casa espera los jueves para hacer el amor.

Canta y vive, llora y despierta.

La señora de la casa le teme al aborto. Tanto, que lo practicó dos veces y el saldo fue una noche en vela y dos pañuelos embalsamados en lágrimas. La señora de la casa se desvela si no ve a su amor llegar. La señora de la casa está celosa porque la niña de sus ojos es igualitica a ella: no come sin agua, le tiene miedo a la oscuridad y ha empezado a odiar las camelias.

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(*) Colaboradora.

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