En segunda fila

Publicado el Juan José Ferro Hoyos

El amor como contingencia

Nunca antes han tenido tanta comida en sus platos pero Mia y Sebastian, los protagonistas de La la land, poco disfrutan la comida. Ahora tienen sus días ocupados y va a ser difícil que coincidan sus agendas. Al final de esa cena sin disfrute él le reclama que ella lo quería más cuando era un músico pobre porque así se podía sentir superior a su fracaso y mirarlo con lástima. Apenas acaba su discurso, Sebasitan lamenta haberlo dicho pero no se arrepiente de pensarlo y Mia le reclama la ruindad de decirlo antes de dar un portazo con el que acaso reconozca que él tiene algo de razón.

 

Mia es una aspirante a actriz que trabaja en un café dentro de los estudios de filmación de una gran compañía. Sebastian es un pianista obsesionado con abrir su propio bar de jazz que se gana la vida tocando villancicos en un restaurante. Como dijo Dana Stevens en Slate son dos aspirantes al éxito en su arte a los cuales “el idealismo sobre su arte está en conflicto con su deseo de alcanzar el éxito en él”. La la land narra la manera en que cada uno intenta seguir sus propios sueños mientras ayuda a impulsar la carrera del otro, al tiempo que intentan encontrar un espacio para su afecto. En los dramas clásicos suele ser al revés.

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No creo que yo pueda ofrecer una mejor descripción de lo que se encuentra en el corazón de esta película que A.O. Scott, el crítico de cabecera del New York Times, cuando dice: “La verdadera tensión en La La Land es entre la ambición y el amor, y quizá lo más contemporáneo de la película es la manera como explora este antiguo conflicto (….) En la visión honesta e incómoda de Chazelle, para los jóvenes de hoy la búsqueda de exitoso profesional es a la vez más realista y más romántica que el-chico-conoce-chica-y-vivieron-felices-por-siempre-jamás. El amor es contingente. El arte es compromiso”.

 

Esa tensión de la que habla Scott es de lejos lo más interesante de una película que también quiere hablar de la nostalgia por el cine y la música que nunca son lo que eran. Eso lo hace con más fórmulas que sinceridad. Menos interesante, y mucho menos aguda, es la búsqueda de Damien Chazelle, el joven director, por retratar a una ciudad que está desapareciendo. La ciudad es aquí, intencionalmente, puro decorado. Lo del musical es simpático pero no pasa de poner a cantar y bailar canciones mediocres a un grupo de buenos actores y regulares bailarines. Técnicamente La la land es apenas medio musical, pues si bien los personajes se presentan con baile y canto pronto pasamos al puro melodrama. Es una buena estrategia, pues conocer a los personajes con algo tan declaradamente artificial sirve para hacer más verosímil la cursilería de otros momentos. Es justo por esa cursilería que La la Land se ve mucho mejor de lo que se recuerda y si bien a la salida del teatro deja un buen sabor no es, de ninguna forma, la obra maestra que nos han vendido.

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Hay que decir también que el personaje de Mía resulta mucho menos convincente que el de Sebastian. Se debe en parte a que Ryan Gosling es bastante mejor actor que Emma Stone pero, sobre todo, a que el guion reserva para él los objetivos audaces (revivir el jazz, ser dueño de su negocio) y para ella el marido sonriente, la hija educada y el traje de diseñador. Mia es un ornamento, más un símbolo que una persona. También hay que decir que las últimas escenas son de lo mejor de una película que tiene la pericia de contar lo que pasó pero nunca olvidar lo que pudo haber pasado, que es siempre mucho más interesante.

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