Hemos perdido por goleada la pelea contra la cultura del vivo.

JULIAN DE ZUBIRÍA SAMPER

En el modesto restaurante Sabor colombiano, en el centro de Los Angeles, se produjo en simultánea y en pequeña escala lo mismo que sucedió en el Hard Rock Stadium de Miami. Cuando estaba lleno y no podían ingresar más hinchas a ver el partido, los que estaban afuera entraron en asonada, terminó en apuñalamientos, heridos y detenidos entre los propios colombianos. Lo de Miami no es, pues, un hecho aislado. Hay comunes denominadores en los dos acontecimientos: mismos protagonistas y mismos comportamientos. 

Se han formulado muchas hipótesis para explicar lo ocurrido en aquella final histórica entre Colombia y Argentina. ¿Cuál más ingeniosa?

Una de las mejores, con sello conspiranoico, formulada por un youtuber petrista, sostiene que fue una acción coordinada por el uribismo para sabotear el partido. Que la avioneta que sobrevoló el estadio con la pancarta «Fuera Petro» alebrestó a las hordas uribistas. Buen intento, aunque menosprecia nuestra inteligencia. Significaría asignarle al uribismo un enorme poder de convocatoria que todos sabemos está en vías de extinción.

Otra hipótesis es la de origen genético. Los instintos paternales que obnubilaron al presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, cuando agredió a guardias civiles para entrar a la fuerza y defender a su hijo, es lo que explica este tipo de comportamientos. La sangre que corre por las venas colombianas determina este tipo de conductas. Saltamos sin pensar todos los obstáculos. No es nuestra culpa. Dios o la Naturaleza nos dotaron así. Otro pobre intento. Causas sobrehumanas.

También ha surgido la teoría del «colombiano de Miami». La cual, según su autora, es un espécimen muy particular. Devoto de la vida americana, gafas de sol y seguidor de la cultura traqueta de la ostentación, la fuerza bruta, el mal gusto. Hipótesis desabrida. El caso citado del restaurante en California la desmiente.

Hay teorías más sofisticadas que merecen ser analizadas. El comportamiento individual es diferente al comportamiento en masa. Como individuos tendemos a ser refinados y calculadores, todos unos caballeros y damas; en multitud, somos unos chabacanes. Este fenómeno de masas se produce por la identidad grupal. Es una entrañable sensación de hacer parte de algo, de un colectivo que tiene un mismo propósito y lo mueve un sentimiento común. Es el espíritu gregario en carne viva. En masa no se delibera, ni se repara en reglas y valores. No hay razonamiento moral, todo es instinto desatado. No se sopesan los pros y contras de una acción agresiva, de simples faltas a la urbanidad. El anonimato protege. Una especie de poder constituyente en los estadios. La turba derriba vallas de seguridad, se apropia de puestos numerados, se cuela por los ductos de ventilación, ocupa las escaleras de evacuación, agrede agentes de seguridad. Basta con que un pequeño número de exaltados salte un muro de contención para que muchos otros lo imiten. Sobra advertir que estas reacciones son universales, no son producto de haber nacido en un país. España, Inglaterra, Holanda, las padecen con cierta frecuencia. El fútbol tiene el mérito de despertar pasiones desenfrenadas, que ahora se han tomado la política. No pasa desapercibida su consanguinidad con el vandalismo desaforado y la destrucción de bienes públicos asociados a un estallido social.

El sociólogo norteamericano Donal R. Cressey propuso un práctico modelo  que facilita la comprensión de la conducta fraudulenta, que puede ser útil para observar el caso que nos ocupa. Se denomina El triángulo del fraude. Está compuesto por la Oportunidad, la Necesidad y la Justificación. La persona con intenciones transgresoras visualiza una oportunidad, tiene un incentivo o necesidad de hacer algo, crea una explicación.

|La Oportunidad es la valoración que se hace de la probabilidad de una sanción, de ser visto o castigado, al actuar de cierta manera. Percatarse de que no había anillos de seguridad ni fuerzas de seguridad suficientes. Que el hueco era enorme. Vislumbrar una posibilidad de hacer algo indebido sin que lo cogieran.

|La Necesidad se refiere a la imposibilidad económica de pagar el precio  de algo. De no poder satisfacer el deseo ni reclamar el derecho de ver el partido. Boletas impagables. No se tenía otra alternativa para ingresar al estadio distinta al motín. 

La Justificación es el conjunto de razones que se invocan para explicar un comportamiento de tal forma que despierten comprensión y compasión; que legitimicen el acto. Es que en Estados Unidos no entienden la pasión de un hincha. Era un partido en el que parecía estar jugándose la unidad nacional alrededor de un balón.

En el partido confluyeron los tres elementos que permiten entender las acciones violentas. Aunque son aplicables a ciudadanos de cualquier nacionalidad que hacen lo mismo, por el momento nos interesan este tipo de colombianos. Y surge una pregunta. ¿Son conductas a las que muchos son excesivamente proclives? 

Creo que sí. Se ha ido forjando una cultura ciudadana complaciente y anómica. Y como se sabe por la neurociencia, las culturas crían emociones y desarrollan en el cerebro formas de percibir y modos de pensar. Quizás eso explique que destaquemos por el ventajismo ante las oportunidades y grietas; por la viveza para convertir los deseos en derechos inalienables; y por el ingenio para  idear argumentos que justifiquen el rompimiento colectivo de reglas y normas. Aquí se rinde culto al avispado. Basta mirar la manera desenfrenada como no pocos se manejan en los espacios públicos (parques, conciertos, calles) y la retorcida gestión pública. 

Sean las que fueren las explicaciones de lo sucedido, lo cierto es que Colombia es uno de los países del mundo donde más hinchas mueren cada año. Cerca de 10. Lo de Miami es todo menos casualidad.

Para seguir la pista

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