“A esta pobre patria no la conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos e ingenieros”. La Vorágine.

Hace un siglo, José Eustasio Rivera publicó “La Vorágine”, una obra que no solo se ha convertido en un referente literario, sino también en un testimonio invaluable de la historia diplomática de Colombia. A través de esta novela, Rivera desnudó nuestras relaciones consulares de la época, al tiempo que denunció las atrocidades de la explotación cauchera en la Amazonía y la Orinoquía, regiones periféricas marcadas por la violencia y la exclusión.

Así como varios analistas, investigadores, historiadores y cronistas han dedicado letras a la vida y la obra de Rivera, en nuestro caso resulta oportuno enmarcar cómo su legado contiene aportes en temas cruciales de la agenda internacional actual, en particular por lo que se refiere a la comprensión de la riqueza de la selva y los ríos de Colombia.

En “La Vorágine”, Rivera no solo narra las penurias de los personajes en la selva colombiana, sino que también proyecta una visión crítica del Estado colombiano que, en ese entonces, permanecía distante y ajeno a la miseria de las minorías explotadas por la industria del caucho. La novela también representa una memoria histórica diplomática muy valiosa para Colombia, un país cuya historia diplomática en la Amazonía está llena de lagunas debido a la ausencia de documentación.

La vida diplomática de José Eustasio Rivera inició con su designación, por medio del Decreto 1332 del 15 de septiembre de 1922, como Abogado de la Segunda sección de la Comisión de Límites con Venezuela entre los ríos Atabapo y Guainía, cargo al que renunció por causa de la negligencia oficial. En ejercicio de su investidura, José Eustasio fue testigo del abandono gubernamental del que fue objeto la población rural de ambos países, así como también de las condiciones de esclavismo que vivían indígenas y campesinos por culpa de la explotación cauchera.

En sus informes diplomáticos, Rivera puso al descubierto y denunció las andanzas de Miguel Pezil, al parecer de nacionalidad turca, involucrado en el tráfico de personas hacia Brasil. En persona, Rivera se dirigió y le reclamó al Cónsul de Colombia en Manaos, general Luis María Terán, que había repatriado, por el río Caquetá, a colombianos “pertenecientes” a Pezil. Al ser emplazado por la vía de hecho, el Cónsul Terán le respondió al turco con un puñetazo.

Existe otro Decreto, concretamente el 1275 del 10 de noviembre de 1921, firmado por Marco Fidel Suárez, en el que se le asignan viáticos a Rivera en su calidad de Secretario de la Embajada de Colombia en el Perú y México. Es claro que, antes de la publicación de “La Vorágine” en 1924, Rivera fungió como diplomático en países amigos con motivo de la conmemoración de la Independencia de México y Perú, de acuerdo con las fuentes documentales facilitadas por el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia. Sus credenciales de escritor y poeta le hicieron acreedor de estas misiones. En su periplo diplomático, representó a Colombia en la II Conferencia Internacional de Emigración e Inmigración realizada en La Habana en 1928.

Rivera, en su recorrido por la Amazonía y la Orinoquía, documentó la riqueza hidrográfica del territorio colombiano, refiriéndose a ríos como el Orinoco, Atabapo, Guaviare, Inírida, Casiquiare, Río Negro, Amazonas y Magdalena. Estos ríos simbolizan la “diplomacia del agua”, un concepto basado en la construcción de relaciones internacionales sobre los principios de compartir las aguas. Los tratados de demarcación de fronteras y navegación fluvial con Venezuela (1941) y Perú (1922) pueden considerarse el origen de esta diplomacia en Colombia. “La Vorágine” moviliza a sus personajes a través de estos ríos, reflejando la importancia de estas vías fluviales en la construcción de la diplomacia regional.

La relevancia de “La Vorágine”, en la actualidad, se extiende a temas cruciales de la agenda internacional, como la conservación del medio ambiente en la Amazonía, la explotación y exploración ilegal, el despojo de tierras y la violencia de género. La obra de Rivera resalta la biodiversidad de la Orinoquía y la Amazonía, regiones que hoy enfrentan retos significativos, pero que están comprometidas con la protección de su entorno natural. La novela se erige como un legado que continúa inspirando acciones y políticas en defensa de estos ecosistemas vitales.

La publicación de la obra de Rivera internacionalizó la denuncia. De hecho, las revelaciones documentadas por el autor sobre la explotación cauchera y el tráfico de personas destacaron su compromiso con la justicia social y su capacidad para influir en la política exterior colombiana. En esa periferia, reflejó cómo los tomadores de decisiones del poder central fueron indiferentes y negligentes ante los documentos que, en asuntos diplomáticos y consulares, el escritor enviaba desde la selva y ríos.

Al igual que José María da Silva Paranhos Junior, Barón de Río Branco en Brasil, Rivera jugó un papel crucial en la definición del ordenamiento territorial de Colombia. Ambos compartieron una visión profunda de sus naciones, conociendo su suelo, productos, razas y vida. Mientras que Río Branco es honrado en Brasil por su labor diplomática, Rivera es recordado en Colombia por su obra literaria, pero no, a profundidad, por su acción diplomática y su contribución a la soberanía y el reconocimiento de las fronteras nacionales.

Al cumplirse 100 años de la primera edición de “La Vorágine”, corresponde no solo honrar la memoria de Rivera y su obra como recurso intangible de la imagen y el prestigio de Colombia, sino también inspirar a las nuevas generaciones a reconocer y valorar la importancia de la Amazonía y de la banda del Orinoco colombiano, que comprende el área de Vichada, Guainía, Vaupés y Guaviare, Orinoquía en la historia y el futuro de Colombia.

Este texto es un tributo extensivo a los diplomáticos y técnicos colombianos que, como Rivera, han trazado los hitos en las fronteras del país, desde la llamada Oficina de Longitudes de Bogotá, a la que alude José Eustasio a comienzos del siglo XX, hasta la Oficina de Fronteras, cuya jefatura fue desempeñada por Julio Londoño Paredes a finales del siglo XX. Igualmente, estas breves líneas son un reconocimiento para todos aquellos que, al día de hoy, mantienen la defensa de las fronteras colombianas.

Este es un extracto del capítulo que hará parte de la publicación sobre Diplomacia Pública en el que se hace énfasis en la participación de los actores no gubernamentales en la obra.

Propongo, por último, como reconocimiento a la obra literaria y labor diplomática de José Eustasio Rivera, que la Academia Diplomática lleve el nombre del autor de “La Vorágine”, publicada en 1924 y traducida a varios idiomas.

*José Miguel Castiblanco

Director Centro de Diplomacia Pública y Corporativa

Abogado, Master en RR.II. y Diplomacia Pública

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