Embrollo del Desarrollo

Publicado el Gudynas Eduardo

RIESGOS Y ACCIDENTES EN LA GESTION AMBIENTAL

derramepetroleoLos modos de entender los desastres y el riesgo son de gran importancia en cualquier política ambiental. Ello quedó en evidencia con el derrame petrolero en Barrancabermeja. Justamente esas cuestiones son abordadas en una reciente nota, “Desastres Culturales”, firmada por Brigitte Baptiste en El Espectador (aquí...). Allí se lanzan varias aseveraciones que no logro evitar comentar ofreciendo algunas clarificaciones como otras miradas posibles.

En aquel artículo se parte de presentar a un desastre como consecuencia de una “falla cultural”, tal como habitar en la orilla de un río que en algún momento inundará las viviendas. Pero enseguida se cita al estallido de la central nuclear de Chernobyl o el derrame de British Petroleum en el Golfo de México, lo que mostraría que no es posible “garantizar un 100% de efectividad y seguridad”. Si se quiere el desarrollo, dice Baptiste, habrá que aceptar un “nivel importante” de riesgo. Y desde allí, se enarbola la idea de la “sociedad del riesgo” del alemán Ulrich Beck, apunta contra las motosierras y la minería ilegal, y minimiza el derrame petrolero de Barrancabermeja.

Desastres y cultura

Comencemos por el ejemplo planteado por Baptiste con los inundados que viven a orillas de un río, ya que un manejo apresurado podría llevar a señalarlos como los culpables de padecer esos desastres al no entender que no pueden vivir allí. Por eso sería un problema “cultural”. Obviamente esto equivale casi siempre estigmatizar a los pobres, ya que ellos viven en esas condiciones, mientras se exculpa las responsabilidades de otros, desde los que deberían impedir esos asentamientos, a los que son incapaces en erradicar la pobreza para que todo eso no ocurra. Siguiendo esa mirada, la solución en gestión es sencilla: hay que echar a esa gente de la vera de los ríos para no tener un desastre.

Obviamente una verdadera solución está en que esas personas tengan una vivienda digna en alguna otra zona segura, y la responsabilidad está en varios actores e instituciones. Pero no han faltado los que quedan enredados en esas miradas neoliberales. En efecto, hay una economía política verde que sigue ese camino y agrega, pongamos por caso, que los vecinos que se quejan de la contaminación de la fábrica del barrio son culpables por vivir a su alrededor. Para ellos se deben evitar dis-economías, y para proteger el crecimiento económico, o sea las fábricas, esa gente es la que debería mudarse.

Todo eso es un sinsentido, porque alimentaría otras ideas exageradas, como sostener que los afectador por derrames de petróleo en la selva son culpables ya que no deberían vivir cerca de pozos, y no deberían protestar para no poder en riesgo un sector tan “importante” para el crecimiento económico.

Asimetrías y responsabilidades

Otros aspectos en la nota de Baptiste me llevan a sospechar que no se aquilatan adecuadamente las asimetrías enormes en los riesgos y desastres en sus ejemplos sobre el colapso de la central nuclear de Chernobyl o el megaderrame petrolero de British Petroleum en el Golfo de México. La asimetría está en que los que defienden esas tecnologías como seguras, las empresas detrás de esos proyectos, y los gobiernos que los alientan, no son quienes lidian con los riesgos más graves. Cuando Chernobyl ardió en llamas, los que murieron o los que se irradiaron para siempre eran los obreros y los vecinos, pero no los gerentes o burócratas soviéticos, casi todos ellos en Moscú. De la misma manera, cuando estalló el pozo petróleo en el Golfo de México, los CEO seguían en sus oficinas corporativas mientras las víctimas inmediatas fueron obreros, y luego la vida marina, las aves, los pescadores y hasta el turismo.

El punto en esto es que ciertas tecnologías peligrosas, activamente desvinculan a los tomadores de decisiones de quienes podrían ser afectados por un accidente. El empresario, el técnico o el político, le dicen a la comunidad local que la tecnología es segura, pero si ocurriera un accidente los impactados serán ellas, y no sus promotores. En el caso de los extractivismos de tercera y cuarta generación, como la explotación petrolera o el fracking. Y por cierto, el derrame de Barrancabermeja afectó a un sitio apartado en el país, pero no inundó las oficinas corporativas de Ecopetrol en Bogotá. Esa es la asimetría en la gestión del riesgo.

De allí paso a otra cuestión que creo que también se confunde en la nota de Baptiste, cuando afirma que estamos en una “época de responsabilidades confusas” sobre las intervenciones en el ambiente. Por lo contrario, en los casos presentados no hay ninguna responsabilidad difusa: se sabe muy bien quienes son los responsables. Por ejemplo, la ruptura de la plataforma petrolera en el Golfo de México, los culpables fueron British Petroleum y las empresas subcontratadas, sobre las cuales ya existían reportes advirtiendo problemas de seguridad desde un año antes, e incluso se supo que los ingenieros tenían miedo de ser despedidos si exigían aumentar la seguridad ya que eso atrasaría el ritmo de perforación. Por si fuera poco, las empresas ahorraban dinero aflojando la calidad de su trabajo. Y en el caso colombiano de Barrancabermejo, ¿las responsabilidades son difusas?

Esa idea de la responsabilidad difusa le encanta a las corporaciones ya que les permite esquivar justamente sus responsabilidades. Activamente involucran a otros, como políticos, agencias de regulación, y hasta a las comunidades locales si pueden, ya que en caso de accidente ellos también cargarán con el peso de las decisiones.

Sociedad de riesgo

Toda la nota en cuestión gira alrededor de las ideas del sociólogo alemán Ulrich Beck sobre la “sociedad del riesgo”. Pero un enfoque más preciso de esas ideas llevarían a una evaluación que sospecho es casi la opuesta a la que hace Baptiste.

Es que Beck argumenta que con las tecnologías que son muy riesgosas, lo que se hace es minimizar e incluso suspender el sentido del riesgo, y es por eso que son llevadas adelante. Lo hacen, por ejemplo, insistiendo en que existe fiabilidad científica y técnica, o en que las comunidades locales no saben, o que debe prevalecer el “interés nacional” en el crecimiento económico, etc. Por ello, para Beck los riesgos están anclados en “decisiones y consideraciones de utilidad” tecnoeconómica, para usar su lenguaje (Beck, 2002, pág. 78). Se cae en una situación paradojal, ya que la protección disminuye a medida que aumenta el peligro. Los ejemplos más claros de esto son el fracking o la proliferación de cultivos transgénicos en América Latina.

Por todas estas razones, se ataca al riesgo desde varios frentes. En unos, se debe explicar a la población y en especial a los que podrían estar directamente afectados, las consecuencias de si algo sale mal, y hacerlos partícipes en la toma de decisiones si vale la pena asumir ciertos riesgos.

La misma Baptiste dice en su artículo que la “conciencia del riesgo es probablemente el factor cultural más difícil de imbuir en una persona o sociedad”. Tiene razón. Por eso mismo hay que aplaudir a las comunidades locales que comienzan a entender los riesgos e incertidumbres frente al fracking, y pasan a considerar que son demasiado elevados como para aceptarlos, y por ello los rechazan. No es menor que Beck afirme que “el conocimiento público del riesgo muchas veces no es conocimiento experto sino profano, carente de reconocimiento social” (pág. 37).

Hay casos donde el riesgo de accidente es muy alto, las consecuencias de un desastre son muy graves, y las tecnologías que los evitarían a veces fallan. Es la situación de la energía nuclear, por ejemplo. Por ello, el antídoto a esos posibles accidentes es simplemente abandonar la energía nuclear. Lo mismo ocurre con la explotación petrolera, y por lo tanto el debate y análisis debería estar en cómo hacerlo, a qué ritmo, y cuáles serían los usos de esos crudos remantes. O sea, un debate sobre las transiciones.

Sin duda aquí está en juego otras formas de sopesar esta problemática. Aunque al final, como señala Beck, terminaremos con muchos especialistas en la única posibilidad que queda: negar los peligros.

Referencias

Beck, U. 2002. La sociedad del riesgo global. Siglo XXI, Madrid.

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