Uno de mis escritores favoritos se llama Emmanuel Carrère. Uno de mis comediantes favoritos se llama Óscar Suárez. Los dos no se conocen pero tienen algo en común: se llama trastorno afectivo bipolar, TAB, igual que el pintor Vincent van Gogh. Igual que 45 millones de personas, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud.

Con 20 años, Oscar Suárez (Santander, 1987) fue diagnosticado con el trastorno, antes llamado enfermedad maniaco depresiva. Es una condición mental con una inestabilidad química del cerebro que altera los estados de ánimo de la persona, pasando de la sensación de felicidad total (manía, que suele durar varios días),  a un estado emocional donde la vida pesa (depresión). Como si fueran dos personas dentro de una. Pero es la misma persona con sus emociones fuera de su control si no está bajo tratamiento médico. Pasan de la euforia (felicidad extrema) a una tristeza profunda. Nunca se sabe a cuál de las “dos personas” te vas a topar… o si pasarán días sin que sepas de ella. Está lidiando su propia batalla.

“Cuando no se controla, empieza uno a suponer cosas, a pensar vainas que no son, te entran los delirios de grandeza. Sientes que eres superior al resto de la humanidad y que tu cuerpo puede soportar lo que otros no soportarían. Crees que entiendes la palabra Divina y que tu conexión es directa con Dios. El amor se vuelve obsesivo. A mí me pasó así”.

Oscar se sentía sabio, profeta. Y cuando no tenía las respuestas, le venían la ansiedad o los ataques de pánico. Corrientazos en el cuerpo, falta de aire, la sensación de estar muriendo.

“Sin saberlo, viví en depresión toda mi infancia y adolescencia. No sabía lo que era. Todo el tiempo tenía ganas de llorar. La vida me parecía aburrida.  El contexto no ayudaba, mi papá falleció de 33 años en un accidente de tránsito cuando yo era niño, llegó la escasez…”.

Enfrentar la muerte de su padre Óscar Alberto fue complejo para aquel niño de 7 años. Además, se acabaron las comodidades y empezó una nueva vida en las montañas del sur de Bogotá. “Desde los nueve años crecí en Ciudad Bolívar. Mis amigos son de allá, el gusto por la música nació allá, el skateboarding lo aprendí allá, de allá fue mi primer amor…”.

El skateboarding, su otra pasión, le enseñó que la vida es caerse, levantarse y seguir. La patineta es su otro polo a tierra. “Yo tuve una fractura, y después de eso me recuperé y gané campeonatos”. 

Al principio fue difícil la relación con Myriam, su mamá (1961), también diagnosticada con TAB. “Ella estaba en depresión profunda cuando nací yo. Permaneció mucho tiempo sin hablarle a nadie”. En lugar de comunicación había peleas frecuentes entre ellos. “Empezamos a hablar desde la calma, me empezó a tratar como el adulto que ya era. Dejé de tener secretos con ella y de decirle mentiras. Hoy tenemos una buena relación, porque cada vez entiendo de dónde vengo: de una persona neurodivergente”.

El término neurodiversidad surgió en los años 90 para promover la aceptación de las personas con trastorno del espectro autista  y luego se extendió a otras condiciones mentales: TDAH, esquizofrenia y bipolaridad, por ejemplo.

Oscar lo define a su manera.  “Nuerodivergentes son todas las personas que han tenido algún proceso psiquiátrico; no somos cuerdos del todo, nos llaman los loquitos del parche”. (Risas).

Se hereda la predisposición a padecer el trastorno, no el trastorno en sí mismo. “En mi familia ocho personas hemos pasado por centros psiquiátricos. Algunos no han podido ser seres productivos. Si tú puedes vivir en sociedad, de ahí en adelante todo es ganancia”.

En los sótanos del infierno

“He tenido dos descensos al infierno, de más de un año cada uno. Todos los días trabajo duro para no caer en eso. Es muy doloroso. Es llorar, llorar, llorar, no comer, hablar todo el tiempo solamente del problema. Lloraba frente a desconocidos. Es un sentimiento muy autodestructivo. Entendí que era algo que estaba dentro de mí y que debía hacer algo”.

Quien haya visto la escena dramática de Anne Hathaway en el tercer episodio de la serie Modern Love (Prime Video), sabe a cuál infierno se refiere él. Un dolor que nos taladra el corazón como espectadores.

Sus depresiones, las de Óscar, están ligadas al apego emocional y las rupturas amorosas. “Cuando esa persona se va de mi lado, se repite el dolor del abandono. Crecí sintiéndome solo, separado de mis hermanos, siempre con miedo, porque mi mamá trabajaba todo el día”.

Ha tenido varias relaciones de parejas, algunas largas, de siete y cinco años. Nunca está conforme, incluso estando con la persona que él considera la correcta. “La persona bipolar tiene sus altibajos emocionales. Cuando estoy bien, la doy toda en la relación, pero cuando no…”.

En esos momentos encuentra una solución que empeora las cosas. “Yo lo llamo punto de fuga. Hay gente que lo llama infidelidad”. (Risas). Uno de los síntomas del TAB es la hipersexualidad.

Detrás de su confesión, hay una verdad dolorosa, de la cual habla sin prevenciones. “Yo ligo el fracaso de las relaciones con el abuso, porque también tenemos historia de abuso por si estás interesado”. (Risas)

Desde los 7 años, y hasta los 11, un familiar abusó de él. La verdad se supo cuando Óscar, de 29 años, sintió la necesidad de hablar en terapia con una psicóloga. Ella le confirmó que los tocamientos también son abuso.

Cuando más personas hablaron del tema, supieron que había un abusador en serie en el círculo familiar. “De eso las familias no hablan, porque da vergüenza. Le perdimos el rastro a esa persona”.

Cuando tiene la oportunidad, lo habla en público: “Cuiden mucho a los niños. Deben estar siempre bajo la supervisión de alguien confiable”.

Chiquiman, hermano de Jesucristo

Mientras caminaba cerca de la Escuela General Santander, al sur de Bogotá, a Óscar se le reveló una lucha entre el bien y el mal. “Vi en mi propia historia a una persona de bajos recursos que había sido maltratada y abusada, y me asumí como un mártir de la humanidad”.

Empezó a alimentar esa idea a través de lo que él llamaba “conversaciones con Dios”. 

“Yo era el hermano menor de Jesucristo, había venido al mundo, después de él, también con la misión de partir la historia en dos, consciente de lo que se me vendría encima”.

Se creyó descendiente directo del linaje de Dios, un profeta más. Comenzó asignándoles roles a las personas de su entorno para alimentar esa misión. “Como pasa en el Quijote de la Mancha con los molinos de viento, yo tuve un Judas, romanos a mi lado, una Virgen María… Tenía que hacer actos de justicia como hermano de Jesús”.

Y los hizo a su manera.  

“Una tarde descubrí que mi tío y mi primo, padre e hijo, no se miraban nunca a los ojos. Mantenían una relación más bien competitiva y de mucha frustración. Les pedí que se miraran a los ojos. Mi tío dijo: ´Este Osquítar es un angelito´. Sentí que había solucionado una relación que estaba rota”.

En otra ocasión se le acercó a una pareja de habitantes de la calle que discutían. “Les entregué un papel donde les decía que se bañaran e hicieran el amor. Mi mente asumió que yo los había reconciliado”.

Un día, doña Myriam veía televisión vestida de blanco. “Yo dije: ella es la Virgen María”. 

“Mi mamá estaba aterrada, ofuscada por mi comportamiento; discutimos, yo sentía que ella había sido poseída”.

En el barrio le decían Chiqui de cariño, pero cuando empezó a escuchar voces en su mente, Óscar se transformó en Chiquiman, el superhéroe que nos salvaría a todos. Un día Dios le habló a Chiquiman. Le dijo que debía salir desnudo a la calle como una forma de aceptación. Él se resistió y al final salió, sin camisa pero con pantalón.

“Llegué al parque sin saber el mensaje que daría pero sabiendo que en algún momento me llegaría”.

Empezó a hablar de las apariencias y ofendió a un muchacho del barrio, “que no se aguantó y me metió un puño”. 

Eran las 8:30 de la noche. En ese momento llegaron los romanos vestidos de bata blanca, lo subieron a la ambulancia y lo inyectaron. Despertó en una institución psiquiátrica pasadas las 3:00 de la mañana. Estaba en una habitación con ocho camas y ocho actores. Al ver puertas con candados sintió pánico y deseos de salir corriendo. Cuando por fin se calmó, se recostó junto a otro paciente en busca de protección. Entendió que no era el personaje de un reality show, como pensó.

Su mente seguía divagando. Asumió que era el prisionero de los romanos de bata blanca. Planeó la manera de escapar. Intentó saltar la tapia. Los romanos lo encerraron en un cuarto para evitar un nuevo intento de fuga. Vino otra idea a su mente: se lanzaría por la ventana desde el segundo piso. Para algo era Chiquiman. “Creí que si saltaba, caería, daría botes y me levantaría como en las películas”. Un vidrio de seguridad frustró los planes del superhéroe.

Fue inyectado otra vez e inmovilizado en la  cama. Al despertar se encontró amarrado y con dos visitas que lo llenaron de alegría: un amigo y su novia en aquel 2007.

Se aferró al deporte, fútbol y baloncesto, porque “estar en movimiento me distraía y evitaba que llegaran los ataques”.

Sin embargo, a la semana planeó una nueva fuga, esta vez en complicidad con otro paciente que peleaba con seres imaginarios. “El muchacho me dijo que no tenía dónde llegar. Eso me hizo ver que a muchas personas las abandonan a su suerte en dichos lugares”.

Al primer descuido, Óscar se saltó los controles de seguridad; solo, huyó por la tapia hacía donde una tía y luego a su casa.

Nunca volvió a la clínica de reposo, pero aceptó los controles con el psiquiatra. Argumentó que no estaba loco, que lo suyo fue “una manifestación artística que se volvió problema”. El médico tampoco aclaró nada y se limitó a recetar. “Los únicos que saben si está bien o está mal son ustedes que conviven con él, le dijo a mi mamá, y le pidió llevar un control de mi comportamiento”. 

Óscar cree que en Colombia hay un desconocimiento de los trastornos mentales. “Es increíble que a personas neurodivergentes (algunas agresivas, otras depresivas, otras autodestructivas) las metan en una misma habitación como si fueran ganado. El trato de enfermeros y psiquiatras no siempre es cordial con el paciente.  Pero es un problema del sistema de salud. No puede ser que de una conversación de diez minutos concluyan que una persona es bipolar y lo siguiente sea medicarlo durante tres meses. Nunca sentí un acompañamiento. Lo ideal sería que alguien esté pendiente a diario. Falta personal y falta más investigación…”.

Desde el punto de vista técnico-científico existen trastornos mentales, no enfermedades mentales. Una enfermedad es cuando se conoce una causa o etiología concreta. Por ejemplo, el sarampión es una enfermedad porque se conoce el virus que lo produce. En cuanto a los trastornos mentales, son grupos de signos y síntomas, caso del TAB, de los cuales se tienen teorías pero se desconoce la causa exacta.

Aterrizaje en el budismo

Óscar encontró apoyo en la terapia clínica y al mismo tiempo empezó una búsqueda espiritual, hasta encontrar en el budismo, según dice, su tabla de salvación. “Yo era de esos católicos tibios que van a misa, se saben los mandamientos, pero no son tan cristianos en su comportamiento”.

Después probó durante dos años con una iglesia cristiana, pero tampoco quedó convencido.

“Empecé a dudar de muchas cosas que se dicen en la Biblia. Me parecían muy lindas la música, la congregación y la palabra de los pastores. Cuando llegaban las crisis, más me aferraba a la iglesia, pero entre más me aferraba más sufría”.

En una de esas ocasiones, el pastor habló sobre los 40 días que Jesús pasó en el desierto, solo y tentado por el demonio, “con el mensaje optimista de que si él pudo, cualquiera puede salir de una mala situación, si se llena de paciencia”.

Nunca volvió.

“Sentí más culpa que liberación… cuando vi que se metieron con las cuestiones políticas, dije no más”.

En los cuatro principios del budismo encontró lo que buscaba: la meditación. “La raíz del sufrimiento nace del deseo, el ego, el apego y los miedos.  La vida es una lucha constante entre el deseo y la tranquilidad”, dice.

El budismo le ha proporcionado un mejor control de sí mismo. “Eso se lo debo a la meditación”.

—“A la meditación, no a la medicación”, enfatiza.

“Las pastillas me quitaban todo pensamiento. Era como un ente que no sentía nada. Conozco gente con las secuelas de la medicación, en su corporalidad, su falta de dominio, porque la medicación es brutal. Se vuelve una adicción”.

Dejó la medicación la misma semana que empezó a tomarla.

“Yo no estoy diciendo que la droga psiquiátrica sea mala. Lo que digo es que se requiere un estudio completo de cada paciente, que se suministren las dosis adecuadas y se le haga seguimiento. Eso no ocurre en Colombia, debe ser muy frustrante ser psiquiatra en nuestro país”.  

Su otra ayuda es la escritura. Con la primera crisis maníaca, empezó a escribir a modo de terapia. Desde niño siempre quiso llevar un diario. “Los empezaba y los botaba cuando me decían que eso era cosa de niñas”. Pero siguió escribiendo y parte de ese diario está publicado en su cuenta de X.

Del diario de Óscar Suárez / 31 de octubre de 2007.

Aparte de los guiones de sus shows, escribe cuentos y quiere hacer una película. Está en un buen momento de su vida y de su carrera. Muchas de sus alucinaciones se hicieron realidad al convertirse en comediante. “Creo que tengo el poder de la palabra para hacer reír a la gente y ese es mi aporte a la sociedad. O sea, sigo siendo el mismo Chiquiman… (Risas). …porque Chiquiman era una persona que quería ser escuchada”.

En medio de sus crisis conoció el teatro, el clown y la magia. Descubrió su histrionismo para el humor y la imitación. Se disfrazaba y remedaba a los demás. Tenía gracia para imitar a Michael Jackson y a Pedro El Escamoso, hasta descubrir su capacidad para burlarse de sí mismo y sus tragedias personales. En el 2019 saltó al stand-up comedy con una rutina sobre “el optimismo y mi delicadeza, mi estilo femenino”, y en 2023, ante once mil personas, presentó su show sobre género, orientación sexual y nuevas masculinidades en el Movistar Arena, como telonero en un evento de Fox News.

Imágenes de la cuenta de Instagram de Óscar Suárez

La comedia es su punto de fuga para sanar dolores. “El artista es alguien que no tiene los pies en la tierra, pero luego te das cuenta que la risa te aterriza”. Recurre a terapias de risa para salir de sus crisis maníacas y depresivas. “La risa nos conecta y se convierte en un ritual. La conexión humana que se experimenta por medio de la risa es poderosa, con el mismo poder que sienten las personas cuando se congregan para orar y cantar alabanzas”.

Estar frente al público equivale a una inyección de energía, un analgésico potente. “Es muy difícil romperla en el escenario y estar deprimido”, asegura.

Su ídolo se llama Jaime Garzón. “Garzón es como nuestro Jesucristo”, afirma.

“Yo creo que me salvaron el arte en general y mi familia. Supieron actuar y no me recluyeron. Confiaron en mi palabra. Y el arte me dio la posibilidad de obtener ese punto de fuga por donde sale mi locura, en ese momento siento que tengo una vida productiva”.

¿Cómo está ese corazón ahora?, le pregunto al despedirnos. 

“Estoy en un duelo, pero llevándolo de una manera saludable. Hay tristeza pero es una tristeza normal. Trabajo, me alimento y duermo bien. He comprobado que sí se puede salir adelante. Entendí que si quería vivir, debo tener los pies en la tierra, enfrentar la vida, como cuando decíamos con mis amigos que queríamos salir del barro…”.

FIN

·       “Lo difícil de tener una enfermedad mental es que la gente quiere que te comportes como si no la tuvieras” 

·       “Aquí nos enseñan a lidiar con nosotros mismos. Pero tenemos que ser capaces de mostrarnos tal y como somos al resto del mundo. La próxima vez que nos den el alta, tenemos que estar preparados para lo que vendrá”.

·       “La próxima vez que vea a alguien triste, no voy a pedirle que sonría (…) Si de verdad quiero ayudarle, lo que voy a hacer es hacerle saber que aunque no sea capaz de entender lo que le pasa, estaré ahí si me necesita”. 

·       “De seguro que hay alguien allí afuera que me aceptará tal y como soy. Un ser humano que acepte a las dos personas que hay en mí. No puedes mostrar solo una parte de ti misma”.

·       “Tengo que limpiar toda esta bipolaridad”, refiriéndose al desorden en su casa.

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