Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Una idea científica que debería ser más conocida

Cada año, el director de la página web edge.org, John Brockman, hace una pregunta al grupo de intelectuales colaboradores de su página, muchos de ellos pertenecientes al mundo de la ciencia, sin descartar personalidades del mundo del arte, de la tecnología y de la música. La pregunta que formuló el primero de enero del 2017 fue: ¿Qué término o concepto científico debería ser más conocido? Según el sicolingüista Steven Pinker la segunda ley de la termodinámica debería ser más conocida. Conozcamos su respuesta, en una traducción no profesional.

La segunda ley de la termodinámica establece que en un sistema aislado (uno que no está recibiendo ni entregando energía), la entropía nunca disminuye (la primera ley enuncia que la energía se conserva; la tercera, que una temperatura de cero absoluto es inalcanzable). Los sistemas cerrados llegan a ser inexorablemente menos estructurados, menos organizados, menos capaces de lograr resultados interesantes y útiles, luego se deslizan hacia un equilibrio gris tibio, de monotonía homogénea, y allí se quedan.
En su formulación original, la segunda ley se refiere al proceso en el cual la energía utilizable, expresada como la diferencia de temperatura entre dos cuerpos, se disipa a medida que el calor fluye desde el cuerpo más caliente hacia el cuerpo más frío. Una vez que se encontró que el calor no era un fluido invisible, sino que correspondía al movimiento de las moléculas, tomó forma una versión más general y estadística de la segunda ley. Ahora bien, el orden se podría definir en términos del conjunto de todos los estados posibles de un sistema, microscópicamente distintos: de todos estos estados, los que nos resultan útiles constituyen una pequeña porción, mientras que los estados desordenados o inútiles componen la gran mayoría. De ello se desprende que cualquier perturbación del sistema, ya sea una sacudida aleatoria de sus partes o un impacto desde el exterior, por la ley de probabilidad, conducirá el sistema hacia el desorden o la inutilidad. Si te alejas de un castillo de arena, no lo encontrarás al otro día, pues el viento, las olas, las gaviotas y los niños pequeños que mueven los granos de arena alrededor, los moverán haciendo arreglos en un vasto número de configuraciones que muy probablemente estarán por fuera de las muy pocas que se ven como un castillo de arena.

La segunda ley de la termodinámica se reconoce en la vida cotidiana, en dichos tales como “De cenizas a cenizas”, “Las cosas se desmoronan”, “Es más fácil desordenar que ordenar”, “La mierda sucede”, “No puedes rearmar un huevo batido”, “Lo que puede fallar falla”, y (del legislador de Texas Sam Rayburn) “Cualquier pendejo puede derribar un granero, pero se necesita un carpintero para construirlo”.

Los científicos aprecian que la segunda ley es mucho más que una explicación para las molestias cotidianas: es un fundamento de nuestra comprensión del Universo y de nuestro lugar en él. En 1915, el físico Arthur Eddington escribió: “La ley de que la entropía está en aumento, yo creo, es la posición suprema entre las leyes de la Naturaleza. Si alguien critica su amada teoría del Universo alegando que está en desacuerdo con las ecuaciones de Maxwell, entonces tanto peor para las ecuaciones de Maxwell. Si se descubre que ha sido contrariada por la observación —bueno, los experimentadores hacen torpezas a veces—. Pero si su teoría va en contra de la segunda ley de la termodinámica, pierda las esperanzas; a su teoría no le va a quedar más que colapsar en la más profunda humillación”.

En su famosa conferencia de 1959 “Las dos culturas y la revolución científica”, el científico y novelista C. P. Snow comentó sobre el desdén por la ciencia entre los británicos cultos de su época: “Muchas veces he estado presente en reuniones con personas que, según los estándares de la cultura tradicional, se consideran altamente educadas, pero se regodean de la incultura literaria de los científicos. Una o dos veces me han provocado, y he preguntado cuántos de ellos podrían describir la segunda ley de la termodinámica. Las respuestas han sido frías: también negativas. Sin embargo, les hice una pregunta que es el equivalente científico de: ¿Has leído una obra de Shakespeare?”

Los psicólogos evolutivos John Tooby, Leda Cosmides, y Clark Barrett titularon así un reciente escrito sobre los fundamentos de la ciencia de la mente: «La segunda ley de la termodinámica es la primera ley de la sicología«.

¿Por qué el temor hacia la segunda ley? La segunda ley define el propósito último de la vida, de la mente y del esfuerzo humano: desplegar energía e información, para combatir la marea de entropía y crear refugios con un orden beneficioso. Una subvaloración de la tendencia inherente al desorden, y el fracaso en apreciar los preciosos nichos de orden que creamos, son la mejor fuente de la locura humana.

Para empezar, la segunda ley implica que las desgracias no son culpa de nadie. El mayor avance de la revolución científica fue anular la intuición de que el Universo está saturado de propósitos: que todo sucede por una razón. En esta comprensión primitiva, cuando ocurren cosas malas —accidentes, enfermedades, hambrunas—, alguien o algo debió haber querido que sucedieran. Esto a su vez impulsa a la gente a encontrar un culpable, un demonio, un chivo expiatorio, o una bruja a quién castigar. Galileo y Newton reemplazaron este juego moral cósmico con un Universo de relojería en el que los eventos son causados por condiciones en el presente, no por metas para el futuro. La segunda ley hace más profundo ese descubrimiento: no sólo el Universo no se preocupa por nuestros deseos, sino que en el curso natural de los acontecimientos parece que los frustrara, porque hay muchas más posibilidades de que las cosas salgan mal que de que salgan bien. Las casas se queman, los barcos se hunden, las batallas se pierden hasta por la falta de un clavo de herradura.

La pobreza tampoco necesita explicación, pues en un mundo gobernado por la entropía y la evolución, ese es por defecto el estado de la humanidad. La materia no se organiza a sí misma en la forma de refugio o de vestido, y los seres vivos hacen todo lo posible para no convertirse en nuestro alimento. Lo que hay que explicar es la riqueza. Sin embargo, la mayoría de las discusiones sobre la pobreza consiste en argumentos acerca de a quién echarle la culpa.

Más comúnmente, una subvaloración de la segunda ley lleva a la gente a considerar cada problema social sin resolver como una señal de que su país está siendo empujado por un desbarrancadero. Es en la naturaleza misma del Universo que la vida tiene problemas. Pero es preferible averiguar cómo resolverlos —para invertir información y energía en expandir nuestro refugio de orden beneficioso—, que iniciar una conflagración y esperar que las cosas cambien para bien.

Comentarios