Periodistas de mochila

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De pueblos, ciudades, lesiones y ronquidos: historias de los primeros días del Camino de Santiago

Con las mochilas armadas y las ganas intactas, salimos del pueblo francés de Saint Jean Pied de Port -San Juan de Pie de Puerto, en español, o Donibane Garazi, en vasco– un sábado bien temprano en la mañana, con el sol todavía escondido y los gallos a punto de despertarse para el cacareo matutino. Nos esperaban 29 kilómetros de carreteras, caminos y cuestas pronunciadas, Pirineos de por medio, hasta Roncesvalles. Se consiguió, con trabajo, pero se consiguió, aunque las consecuencias del hercúleo esfuerzo para dos peregrinos de ciudad como nosotros fueron graves: Manu sufrió una tendinitis en la parte exterior de la rodilla derecha. (Puedes leer acá cómo decidimos emprender este viaje)

Ante nuestro desconocimiento (pensamos que eran simples agujetas), forzamos la máquina y al segundo día le sumamos otros 29km a nuestras maltrechas piernas: de Roncesvalles a Larrasoaña. Entre medias, un descanso de unas cuantas horas en el albergue de peregrinos de Roncesvalles, animado por los ronquidos a viva voz de los compañeros de viaje, una semi-pelea con el camarero de un bar del pueblo de Burguete, que nos tildó de nazis, fachas y “españoles exigentes” -la gracia es que Manu es colombiana- por pedir que nos calentara un croissant, y varias probaturas de la cocina local (mención especial a la chistorra).

¿Por qué decidimos empezar a viajar en el Camino de Santiago?

En Larrasoaña y Pamplona nos atendieron a las mil maravillas Lourdes y Marian (gracias eternas), quienes nos cuidaron y nos ofrecieron comida y alojamiento en sus respectivas casas.

Tras descansar en la ciudad de los San Fermines proseguimos nuestra ruta por Navarra: Puente La Reina, Estella, Los Arcos. La experiencia en Puente La Reina fue agradable por el día y terrorífica cuando se fue el sol, ya que, después de aprovechar la “Semana del Pimiento” y acompañar varias raciones de esa delicia culinaria con el vino de la región, nos topamos en la habitación del albergue de los Padres Reparadores con una señora de unos 70 años cuyos ronquidos eran equiparables al sonido de un motor de camión de gran cilindrada. A las 4:30 de la madrugada, y tras pasar casi la noche en blanco, tocó armar el petate y salir a hacer kilómetros con la lámpara frontal.

Dice la tradición que todo peregrino ha de tomar un trago de vino en la fuente pública de las Bodegas Irache, a las afueras de Estella (Navarra).

La peregrinación se complicó en Estella, pues la lesión de Manu volvió a aparecer (realmente nunca se fue) y tuvimos que parar dos días. Eso sí, en habitación privada, como unos señores, y sin soportar ronquidos.

Volvimos a la carretera y disfrutamos de los últimos coletazos de Navarra, con el pueblo de Los Arcos como lugar elegido para dormir (milagrosamente, en una habitación con 36 peregrinos ni uno solo roncó), hasta que la dolorida pata de Manu dijo “stop” a 3km de Viana. Resultado: autostop a Logroño, parada en el médico (que recomendó reposo) y visita a la calle de los vinos (para olvidar ligeramente la pena de la lesión). Apareció entonces Lourdes -o la hicimos aparecer-, y nos acogió en su casa de Pamplona (volvimos con BlaBlaCar) durante cinco maravillosos días hasta que desapareció la lesión.

La aventura, eso sí, no ha parado: recuperados, hemos vuelto a la carretera y ya estamos en provincia de Palencia. Calor, frío, morcilla y varias historias curiosas: todo eso lo contaremos en la siguiente entrada.

¡Ultreya!

El paisaje cambia radicalmente al llegar a Castilla: del verde de Navarra y La Rioja se pasa al amarillo y marrón de los campos de Burgos y Palencia (Castilla y León).

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