En mi niñez, la silla de la peluquería era un suplicio, un aparato de tortura. Algo comprensible, ya que se trataba de un sillón mecánico, pesado, parecido al del odontólogo, propiedad del barbero, un hombre rudo, entrado en años, pensionado del ejército, acostumbrado a cortarle el cabello a... Ver post completo.
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