* Este post fue publicado originalmente en mi blog Viajeros Urbanos, que pueden visitar aquí.

Pocas cosas definen tanto mi existencia como la ciudad donde nací: Cúcuta.

Ubicada en el nororiente colombiano en la frontera con Venezuela, y enmarcada por la Cordillera Oriental y el Río Pamplonita que atraviesan la ciudad de sur a norte, la ciudad se baña con una potente brisa fresca que acompaña su clima cálido entre 22°C y 36°C todo el año.

Junto con San Cristobal en Venezuela, Cúcuta hace parte de una región binacional fronteriza viva de casi 2 millones de personas, demasiado colombiana para el gusto de Venezuela y demasiado venezolana para el de Colombia.

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Cúcuta posee también una historia rica en sucesos poco conocidos para el resto de habitantes del país.

Por ejemplo, ¿Sabían que en Villa del Rosario, área metropolitana de Cúcuta, se celebró el histórico primer Congreso Constituyente de la naciente República de Colombia, el 6 de mayo de 1821? Si lo sabían, apuesto que no sabían que en esa misma población nace Francisco de Paula Santander,que coincidencialmente muere un 6 de mayo 19 años después.

159 años después del Congreso y 140 años después de que muere Santander, nace este viajero urbano en ese mismo municipio. ¿Coincidencia?

Ruinas históricas de la Catedral de Villa del Rosario conmigo

En otro dato, les cuento que siendo las 11:15 am de un día de Mayo en 1875, ocurre el fatídico Terromoto de Cúcuta de más de 7.5 grados en la escala de Ritcher que destruye por completo la ciudad y 5 poblaciones aledañas.

Fue tan la magnitud del temblor, que afloraron aguas termales y gases de petróleo en los sitios hoy conocidos como “Agua Hedionda”, “El Tampaco” y “Aguas Calientes” y hasta la Reina Victoria de Inglaterra supo de la tragedia, dado que el chocolate que tomaba provenía del cacao que se sembraba en la región. El dinero se usó para la reconstrucción del hospital San Juan de Dios, hoy biblioteca Julio Pérez Ferrero, que recomiendo vistar por su gran oferta cultural.​

Y finalmente, ¿Sabían que hubo también una época, en que la vía más rápida para llegar a Nueva York desde Bogotá, era tomando el tren a Cúcuta. Se compraba el tiquete en la estación de Cúcuta, que conectaba con el Lago de Maracaibo desde donde zarpaban barcos hacia el norte.

El pasado 6 de mayo, cumplí 43 años.

Hacía al menos 20 años que no pasaba mi cumpleaños en la ciudad y casi 30 años desde que me fui a buscar mi destino. Este año se dió todo para celebrarlo allá con la familia y los viejos amigos.

Programamos pocos días antes el viaje y no tuvimos dificultades para reservar vía AVIANCA. Fueron días inolvidables en donde rememoré mi infancia y adolescencia, mientras recorría diferentes puntos de la ciudad completamente renovados frente a como los recordaba.

El primer día, salimos hacia el centro comercial Jardín Plaza en la vía a Ureña, pueblo venezolano de frontera, y que ahora está llena de torres de apartamentos. La cerveza más fría de la frontera y un regalo de cumpleaños, fue el premio para esta primera travesía. Una pequeña pataleta mezcla de calor, sueño y hambre también acompaño la visita.

En la noche, nos dirigimos al viejo Centro Comercial Bolívar, hogar de miles de fiestas de mi adolescencia, temprana adultez y sitio de retorno frecuente a lo largo de los años. Esta vez junto con mis viejos amigos de infancia visitamos Palmar, un genial club de 3 ambientes.

¿Qué puede salir mal cuando hay amigos, brisa fresca, buena comida, música en vivo y perreito disponible a solo dos pasos de la mesa?

A pocos pasos de Palmar, el infaltable: El Ivann.

Todos llegan allá alguna vez a rematar farra. Nada pretencioso. Solo música para bailar, precios razonables y un aire acondicionado potente hasta las 7 am.

Uno de nuestro favoritos familiares ha sido Pinchos y Asados, ubicado en El Malecón,donde sopla la brisa del Pamplonita, perfecto para los que venimos de las Sabanas frías. Esta vez, decidimos refrescarnos en Carritos, por una sencilla razón: Hay jugos y ensaladas de fruta fresca de porciones generosas y juegos para niños irresistible para Elena.

Estamos pasando por una ola de calor. Las temperaturas llegan a las 2 pm a los 37 grados con una sensación términa ligeramente superior. Esto nos empuja a adelantar la mejor parte del plan: Chinácota.

En las montañas aledañas a menos de 40 minutos por doble calzada, este pueblo es el “veraneadero” de los cucuteños. Al menos 7 grados centígrados más fresco y con unos paisajes espectaculares de montañas semiáridas, es el resumen perfecto para unos días innolvidables.

Aunque hay una variada oferta de restaurantes en esta zona, mi mamá decide preparar un asado en casa con un clásico de nuestra familia y de la región: El plátano maduro con queso mozarrella y bocadillo veleño.

Es la perfecta remembranza del momento querido. De un pedacito de felicidad que puedo repetir ilimitadamente donde quiera que esté.

He coincidido en lugares remotos con gente cucuteña que idolatra como yo este plato, mientras recuerda viejas épocas de vida en la frontera.

Cae la noche, pero no así los espectáculos de cumpleaños. La montaña y el cielo deciden dar un par de show especiales: Los arreboles y el Faro del Catatumbo como cierre perfecto al fin de semana.

Luego todo pasa muy rápido. Empacar maletas, las recomendaciones, los “cuídese papito”, la compra de los cortados de leche de cabra, las empanadas, las arepas rellenas pa´que no coma en el aeropuerto. El check-in, el “pasajeros del vuelo @(%$$”#! favor pasar a sala….”

La inevitable despedida, el “y cuando regresan…”.


En los últimos años, mi ciudad ha ocupado titulares poco halagadores por la situación de migrantes desde Venezuela entre otros mucho factores de una ciudad con problemas como muchas en Latinoamérica y del mundo.

Para mi en cambio, siempre será volver a las raíces, al lugar donde siempre he sido feliz, a recargar baterías para seguir adelante.

Deseo profundamente transmitirle esa felicidad a Elena, contagiarla a ella y a los demás que vengan después que ella.

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