Ante el ministerio de Salud se encuentran registradas y habilitadas 10,418 IPS (instituciones prestadoras de salud), lo que incluye consultorios, centros médicos de primer nivel, centros de diagnóstico, laboratorios clínicos, hospitales, etc.
El documento Conpes 3446 de 2006 da los lineamientos para la política nacional de calidad, el cumplimiento del decreto 1011 de 2006 permitió que el ICONTEC (Instituto Colombiano de normas técnicas y certificación) actuara como acreditador oficial del sistema único de acreditación en salud y el decreto 903 del 2014 termina realizando ajustes a las políticas de calidad en salud.
Este marco legal motivado por el espíritu de la búsqueda de la calidad para jalonar el sector salud lleva 12 años esperando que las instituciones de salud de manera voluntaria busquen procesos de mejoramiento continuo y de esa manera los desenlaces en salud sean los mejores para los colombianos.
La pregunta es : ¿ si existe una disociación cognoscitiva entre la difícil realidad del sector salud en términos de calidad y el deber ser en el camino exigente de la calidad en salud?
No se puede creer que la certificación de habilitación sea adecuada y menos suficiente. Ese es un problema que inclusive el gobierno actual está enfrentando respecto a la norma de habilitación de la muy mentada resolución 2003 que ha puesto en apuros por contradicciones y excesos normativos que demuestran que quienes hacen estas normas están alejados de la realidad del sistema de salud , que no han ejercido probablemente la medicina y si le aplicáramos esta norma de habilitación a hospitales en los Estados Unidos prestigiosos, acreditados y famosos estarían en aprietos con la interpretación y aplicación de normativas irreales y mal diseñadas.
La acreditación en salud es un proceso que solamente pude partir de una decisión institucional que de manera consciente quiera asumir el esfuerzo permanente por tener mejores prácticas alrededor de la atención de los pacientes. Es imposible lograrlo si la prestación de salud se ve como un servicio deficitario que debe ahorrar en calidad buscando rentabilidad.
En el trascurso de los últimos 12 años el país cuenta con 39 IPS acreditadas de las cuales son 30 privadas, 8 públicas y 1 de carácter mixto. Eso quiere decir que Colombia cuenta con un 0,3% de las instituciones posibles acreditadas en salud.
Adicionalmente de ese grupo hay cinco acreditadas por Joint commission, dos por CARF international y 23 entre las 58 clínicas y hospitales de Latinoamérica son colombianas; según el último ranking de la revista América Economía.
Parece ser que el esfuerzo es de muy pocos, que el sector público es minoritario y que estamos lejos de pernear con “calidad” objetivamente medible el sistema de salud. Ya no es suficiente que las marcas de hospitales o los nombres sean suficiente certeza de calidad; los pacientes no son resultado del marketing sino de reales esfuerzos evidenciables. La medicina en el siglo XXI se mide en términos de desenlaces, indicadores y procesos trazables que logren el resultado ideal para los pacientes.
Todavía hay quienes dicen que los hospitales del siglo XX eran mejores, piensan que los volúmenes de pacientes con diversas patologías y abnegados médicos y enfermeras superaban la ciencia y eran capaces de mostrar evidencia científica con su propia experiencia. Sin embargo la realidad ha cambiado y la atención hospitalaria se ha convertido en objeto de estudios, análisis y mejoras frente a lo que rodea el acto médico y de enfermería.
El informe “To err is human” en el año 2000 generó un escándalo mediático sobre una investigación realizada en hospitales de los Estados Unidos que concluía que entre 44,000 y 98,000 personas morían al año por errores en el proceso de atención, de las cuales alrededor de 7000 estaban imputadas a la administración de medicamentos y la mayoría podrían ser evitables. Aunque las comparaciones se percibían como odiosas y poco objetivas; esto generó la necesidad de ver la seguridad del paciente como un elemento central que logre de manera sistemática proteger al paciente y de una manera responsable convertir ese concepto en algo común y permanente en la vida diaria de cualquier hospital. Aprender del error es entonces un circulo virtuoso que se va impregnando en la práctica hospitalaria y que logra superar el ego científico, la sensación de poderío del conocimiento y en ocasiones una relación médico paciente paternalista que agrede al paciente y que inconsciente y tradicionalmente no reparaba en análisis causales del error. “Errar es humano, ocultar los errores es imperdonable, no aprender de ellos no tiene justificación” (Sir Liam Donaldson).
Nunca en el pasado siglo en los hospitales se planteaba el enfoque y gestión del riesgo frente a pacientes, familias, poblaciones o cohortes de patologías específicas de acuerdo a la realidad cotidiana de un hospital con su entorno y sus dinámicas propias al interior. Repensar el balance entre beneficios, riesgos y costos logra que el hospital se autogestione, tenga controles necesarios para evitar la pérdida de horizonte ante el riesgo que termine desbocando su capacidad de enfrentar y minimizar esos riesgos.
La irrupción de la tecnología en un sistema de salud donde se consumen cada año uno o dos puntos del presupuesto del PIB dedicado a salud solamente a la «nueva tecnología » ; requiere que los hospitales puedan administrar de manera lógica y consistente frente a guías de manejo, procesos de actualización, seguimiento en mantenimientos, adquisición de equipos etc; logre evitar que prime la tecnología sin control con riesgos en la inter-fase maquina hombre sobre la vida de los pacientes.
Finalmente hacer explícito el concepto de humanización; obliga a los protagonistas del sector salud a enfrentar una realidad donde algunos piden dinero para mejorar la salud y los pacientes y sus familias quieren caridad y respeto a su dignidad. La humanización se convierte en algo neutro cara a la atención y prioriza situaciones particulares, temas éticos de inclusión, controlar las barreras de acceso, obtener que el personal de salud entienda que desde el derecho natural la humanización nos lleva a tratar al otro, como queremos ser tratados nosotros mismos. Es ponerse en los zapatos del paciente y su familia desde una visión antropológica que no se limite a las normas jurídicas o a un código de mínimos que políticamente correcta cumpla con la norma. La humanización debe ser el resultado de la vocación de los profesionales de la salud expresada en actos conscientes que superen lo técnico y lleguen al entorno de la intimidad afectiva de la persona humana. Así lograremos que la atención en salud de verdad sea vista con atributos de calidad y redunde en bienestar para los colombianos que somos usuarios del constructo que empezó con la ley 100 de 1993.
La calidad implica ver de manera sistemática ese montón de variables complejas, difíciles de gobernar, imprevistos que desde la gestión del riesgo no son a veces fácilmente acotables y finalmente priorizar el trato humano que siempre cura y muchas veces salva vidas.
El ministerio de salud actual quiere dar prioridad a la calidad y seguramente sus esfuerzos deberán ir mostrando resultados donde las instituciones acreditadas tengan incentivos, sean además de ser reconocidas en elegantes listas puedan ser líderes de cambio para otros centros de salud, que estos hospitales sean incluidos a redes integradas y sus esfuerzos tengan retribución en procesos de giros, pagos por las aseguradoras, préstamos blandos para adquisición de tecnologías y fomento en la investigación. Sigamos esperando también que las EPS (entidades promotoras de salud) entren a ser acreditadas en calidad y empezar a evaluarlas no solo en días de cartera o en número de afiliados sino en resultados que demuestren como la salud de los colombianos aporta al crecimiento de la nación y a ser un país donde de verdad el derecho constitucional a la salud es tangible y real.